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Justice sonrió encantado.

– ¿Lo conozco?

– Anda, venga, vamos a pasárnoslo bien -lo animó Maggie.

Justice asintió convencido mientras le abría a la que había sido su esposa la puerta del coche y se dijo que más le valía disfrutar de lo que tenía mientras lo tuviera, porque sabía por experiencia lo rápido que podían cambiar las cosas.

La fiesta estaba siendo un éxito.

Allí estaban las personas más influyentes del condado, charlando y riendo mientras una orquesta ambientaba el salón y los camareros se movían entre los invitados ofreciéndoles canapés y copas de champán. Las mujeres llevaban vestidos de gala y joyas y los hombres iban todos de esmoquin.

Maggie estaba saludando a unas amigas cuando Justice se acercó y la invitó a bailar.

– ¿Estás seguro? ¿No te duele la pierna?

– No -contestó Justice llevándose la mano al muslo. -¿Me concedes este baile? -añadió tendiéndole la mano.

Maggie asintió y aceptó la mano de su esposo. Mientras se dirigían a la pista de baile, se dio cuenta de que muchas mujeres los seguían con la mirada y aquello la llenó de orgullo porque estaba segura de que muchas mujeres querrían estar entre los brazos de Justice y, de momento, aunque sólo fuera aquella noche, aquel lugar lo iba a ocupar ella.

Así que, en cuanto llegaron a la pista, se deslizó entre aquellos brazos que conocía tan bien. Justice la estrechó contra su cuerpo y Maggie suspiró de placer y comenzó a moverse al ritmo de la música.

– ¿Estás bien? -le preguntó cuando sintió que a Justice le fallaba el paso.

– Sí-contestó él apretando los dientes.

– No hace falta que bailemos.

– Estoy bien. Me duele un poco, pero nada más.

– Me tienes preocupada.

– Pues no te preocupes, maldita sea -maldijo Justice. -No necesito que te preocupes por mí. Sólo quiero que bailemos, ¿de acuerdo?

Maggie sintió que la magia del momento se evaporaba. Justice le acababa de decir que no la necesitaba. Las palabras se repetían una y otra vez en sus oídos.

– Ese es el problema, Justice -murmuró mirando al suelo, – que no me necesitas.

– Yo no he dicho que no te necesite, sino que no necesito que te preocupes por mí, que es diferente.

– No, es lo mismo -insistió Maggie levantando la mirada. -Yo sí te necesito. Siempre te he necesitado.

– Me alegro, porque…

– No, no es motivo de alegría -lo interrumpió Maggie sin importarle que las demás parejas comenzaran a mirarlos. -No es motivo de alegría porque es la razón por la que no puedo estar contigo.

– Estás conmigo -la contradijo Justice apretándola de la cintura.

– No por mucho tiempo. Aunque te necesito, no puedo estar contigo porque tú no me necesitas y yo quiero sentirme necesitada.

– ¿Cómo dices eso? Claro que te necesito.

– No, tú no me necesitas, Justice. No me dejas que te ayude. No me dejas que te ayude ni siquiera con la pierna.

– Eso es diferente, Maggie. No he querido que me ayudaras porque no te necesito como fisioterapeuta en estos momentos.

– Tú no necesitas a nadie -contestó Maggie alzando la voz a pesar de que estaban rodeados de gente. -No quieres admitir que no puedes hacerlo todo solo. Por eso te empeñas en actuar como si no necesitaras a nadie. Es tu orgullo, Justice, siempre tu maldito orgullo.

– Mi orgullo me ha ayudado a que mi rancho sea uno de los mejores del país, mi orgullo me ayudó a sobreponerme cuando te fuiste -contestó Justice bajando la voz y apretando los dientes.

– Te recuerdo que me fui, precisamente, por tu orgullo.

– Pero esta vez no te vas a ir -contestó Justice. -Ahora tenemos que estar juntos.

– ¿Por qué?

– Porque me ha llamado Sean, del laboratorio, para darme los resultados de las pruebas. Soy el padre Jonas.

– No esperes que me sorprenda -contestó Maggie intentando apartarse.

– Ya sé que debería haberte hecho caso, que debería haberte creído.

– Sí, deberías haberme creído.

Justice se sintió como si le quitaran un enorme peso de encima, como si el futuro estuviera lleno de posibilidades.

– ¿No lo entiendes, Maggie? Esto lo cambia todo. Soy su padre. Eso significa que el médico se equivocó, que puedo darte hijos.

– Eso ya lo sé yo hace un tiempo -contestó Maggie.

– Nos vamos a casar -comentó Justice como si fuera una orden.

– ¿Perdón? -contestó Maggie parándose en seco.

– He dicho que nos vamos a casar.

– No me puedo casar contigo. Ya estoy casada -contestó Maggie.

– ¿Cómo? -exclamó Justice anonadado. -¿Cómo que estás casada? ¡Pero si te estás acostando conmigo!

Varias cabezas se giraron hacia ellos y Justice les aguantó la mirada, obligándolos a mirar hacia otro lado.

Maggie se sonrojó de pies a cabeza, pero no de vergüenza, sino de enfado.

– ¡Estoy casada contigo, Justice! -exclamó girándose y abriéndose paso entre los invitados.

Justice se quedó mirándola estupefacto y fue tras ella, la agarró del brazo y la hizo girarse hacia él, sin importarle los demás invitados.

– ¿Cómo vamos a estar casados si te firmé los papeles del divorcio? -le preguntó.

– Porque nunca los entregué -contestó Maggie zafándose de nuevo de él y dirigiéndose a la salida.

Justice la siguió, ignorando los cuchicheos y las risas a sus espaldas. Sin duda, iban a ser la comidilla del lugar durante mucho tiempo.

Así que Maggie y él seguían casados, y él sin saberlo. Cuando llegó a la salida, vio que Maggie avanzaba con paso decidido y furioso en dirección al rancho, así que se apresuró a ir a buscar el coche para recogerla.

– Sube al coche, Maggie -le dijo bajando la ventanilla del copiloto cuando llegó a su altura.

– No, no te necesito, Justice -contestó Maggie. -Prefiero ir andando.

– ¿Hasta casa? ¡Pero si son más de doce kilómetros! ¡Y hace mucho frío!

– ¡Estoy tan enfadada que no tengo ningún frío! -contestó Maggie.

Justice paró el coche y se bajó. Le dolía horrores la pierna, pero la ignoró, se bajó del coche y corrió detrás de Maggie.

– ¡Suéltame! -le dijo ella cuando la agarró del brazo. -¡Me has humillado delante de todo el mundo!

– ¿Cómo que te he humillado?

– ¡Has dicho que nos estamos acostando!

– ¡Y tú has dicho que seguimos casados y a todo el mundo le ha quedado claro que yo no lo sabía!

– Eso es diferente -se defendió Maggie sin mucha convicción.

– ¿No será tu orgullo el problema ahora? -se burló Justice.

Maggie lo miró confusa y no contestó.

– Está bien -cedió. -Acepto que me lleves a casa, pero no te pienso hablar. Ni durante el trayecto ni nunca más.

Justice asintió y sonrió para sus adentros, pues sabía que Maggie Ryan King no podía permanecer mucho tiempo en silencio, ni aunque su vida dependiera de ello.

CAPÍTULO 11

Cuando llegaron al rancho, Maggie ya se había tranquilizado bastante. Recordaba perfectamente la expresión de sorpresa y de risa en los rostros de los invitados y sabía que al día siguiente todo el mundo comentaría lo que había pasado.

Y no podía hacer nada para evitarlo.

Se sentía como una idiota.

Todos sus sueños se habían ido al garete y, encima, delante de unas cuantas personas. ¡Qué humillación!

– ¡Espera! -exclamó Justice al ver que Maggie se bajaba con el coche todavía en marcha.

Maggie lo ignoró y se dirigió a la casa. Ya no podía más. Lo único que quería era abrazar a su hijo y meterse en la cama. Al día siguiente, recogería sus cosas y se irían a casa.

– Maggie, espérame.

Maggie miró hacia atrás y vio que Justice llegaba cojeando, pero se recordó que no quería que lo ayudara, que no necesitaba una fisioterapeuta, que no necesitaba su ayuda, así que rebuscó en el bolso para sacar las llaves, pero Justice se le adelantó y abrió la puerta.