– Gracias.
– De nada.
Maggie se dirigió a las escaleras, pero Justice la agarró del brazo.
– Por lo menos, háblame -le pidió.
– ¿Y qué quieres que te diga?
– Menos mal que han vuelto. Los iba a llamar ahora mismo.
Justice y Maggie alzaron la mirada y se encontraron con la señora Carey, que sostenía a Jonas en brazos. Al instante, Maggie se dio cuenta de que algo no iba bien, se agarró el vestido para no tropezar y subió a la carrera.
– ¡Está ardiendo! -exclamó al tomar al pequeño en brazos.
– Sí, lleva toda la noche inquieto, pero hace media hora que ha empezado a tener fiebre -la informó el ama de llaves. -He llamado al médico, pero no he podido dar con él.
– Tranquila, señora Carey -dijo Justice tomando a Jonas en brazos y agarrando a Maggie de la mano.
Al instante, Maggie se relajó y se sintió mejor. Justice tenía la capacidad de contagiar su seguridad y su serenidad.
– Vamos a urgencias. Todo se solucionará -anunció Justice girándose para bajar las escaleras.
Mientras se paseaba inquieto por la sala de espera de urgencias, Justice se dijo que debería estar prohibido por una ley cósmica que los niños enfermaran y sufrieran sin ni siquiera entender lo que les sucedía.
Justice miró a Maggie, que sostenía a Jonas en brazos, y se dio cuenta de que se sentía aterrorizado e inútil, algo completamente nuevo para él. Jamás se había enfrentado a una situación que no pudiera arreglar, excepto cuando Maggie se había ido, e incluso entonces habría podido arreglar la situación, habría podido convencerla para que se quedara si, dejando su orgullo a un lado, le hubiera dicho que la quería y que era importante para él.
Maggie tenía razón: había permitido que su matrimonio se fuera al garete a causa de su orgullo, pero ¿se suponía que un hombre tenía que dejarlo todo por la mujer a la que amaba? Amor.
Aquella palabra resonó en su interior. Sí, estaba completamente enamorado de Maggie y la vida sin ella se le antojaba una tortura insuperable.
Mientras la miraba, vio que a Maggie se le saltaban las lágrimas y que le temblaba la mano con la que le acariciaba la espalda a su hijo. Cuando levantó la mirada hacia él, vio que confiaba en él a pesar de todo lo que le había dicho y que esperaba que Justice arreglara la situación.
Aquello hizo que Justice sintiera algo primitivo en sus entrañas y se jurara que no la iba a decepcionar y que, cuando Jonas se hubiera puesto bien, iba a hablar con ella para convencerla de que no se fuera.
Estaba dispuesto a decirle que la amaba, explicarle lo mucho que significaba para él.
Adiós al orgullo.
– Justice, tiene mucha fiebre -comentó Maggie acunando al niño, que había empezado a llorar.
Justice sintió que el corazón se le partía. -Tranquila, se pondrá bien -le aseguró. -No te preocupes. Voy a conseguir que venga un médico a verlo aunque tenga que comprar el maldito hospital.
En ese momento, se oyó a alguien llorar, un gemido desde detrás de una cortina verde y enfermeras corriendo de un lado para otro. Ya llevaban allí una hora y lo único que habían hecho había sido tomarle la temperatura al niño.
– No creo que sea necesario que compres el hospital -contestó Maggie obligándose a sonreír.
– Estoy dispuesto a hacerlo si es la manera de que nos hagan caso -insistió Justice. -¿Cómo puede ser que no venga un médico? Jonas es un bebé. No debería tener que espetar tanto como un adulto.
Maggie suspiró y sonrió a pesar de que tenía miedo.
– Me alegro de que estés aquí conmigo.
Justice se paró y la miró.
– ¿De verdad?
– Sí -contestó Maggie. -Si estuviera sola, me estaría comportando como una idiota. Me alegro de que estés aquí dando vueltas como un león enjaulado y amenazando con comprar el hospital.
Justice se acercó, se sentó frente a ella y se quedó mirándola. A continuación, alargó el brazo y le acarició la mejilla a Jonas, que estaba muy caliente. El bebé giró la cabeza, miró a su padre y suspiró.
En aquel instante, en aquel momento eterno, Justice supo que siempre amaría a aquel niño por encima de todo. Llevaba días viéndolo venir y ahora su instinto se lo confirmaba. Al igual que una vaca que era capaz de reconocer a su ternero en mitad del rebaño. Era la madre naturaleza que unía a las familias en un vínculo sagrado que los humanos llamaban amor.
Y eso fue lo que Justice sintió por su hijo, un amor exuberante y puro, un amor tan grande que le dejó sin aliento, consciente de que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario por aquel niño.
– Todo va a salir bien, hijo mío -le dijo con voz trémula mientras se le humedecían los ojos. -Tu padre se va a asegurar de que todo salga bien.
Maggie le acarició la mano, lo miró a los ojos y entre ellos se estableció un vínculo silencioso, una comprensión profunda que hizo que Justice se preguntara cuántos padres habrían pasado por aquella sala de espera.
– Esto es ridículo -se quejó. -Tendría que haber más médicos y más enfermeras. Las esperas no tendrían que ser tan largas. Voy a hablar con el alcalde. Estoy dispuesto a donar dinero para que se construya otra ala.
– Justice…
– De verdad que no lo entiendo -continuó Justice. -¿Qué tiene que hacer uno para que lo atiendan aquí, llegar con un ojo colgando?
– Eso sería realmente bonito -contestó una mujer a sus espaldas.
Justice se giró y se encontró con una médico de cincuenta y tantos años, pelo canoso, ojos castaños y amables y sonrisa comprensiva.
– No la había visto.
– Es evidente. Bueno, ya estoy aquí, así que vamos echar un vistazo a su hijo -dijo la doctora avanzando hacia Jonas. -Túmbelo, por favor -añadió colocándose el estetoscopio en los oídos.
Maggie le colocó la mano en la tripita al niño para tranquilizarle, y Justice se colocó detrás de ella y le puso las manos en los hombros, uniéndose los tres en una sola unidad.
– Vamos a ver qué tal tienes el corazón, pequeño -dijo la doctora sonriendo al bebé.
A continuación, movió el estetoscopio por el pecho del niño y anotó algo que Justice no alcanzó a ver. La doctora le puso el termómetro a Jonas y le miró los ojos.
– ¿Qué le pasa? -preguntó Maggie.
– Es su primer hijo, ¿verdad? -le preguntó la doctora.
– Sí-con testó Justice, – pero ¿eso qué tiene que ver?
– Es muy normal que los niños pequeños tengan fiebre -les explicó la doctora. -Nunca sabemos a ciencia cierta por qué. A veces es porque les están saliendo los dientes, otras porque simplemente no se encuentran bien y en ciertas ocasiones porque les duele algo -añadió mientras Jonas jugueteaba con el estetoscopio. -El niño está bien. Tienen ustedes un hijo perfectamente sano. Le ha bajado la fiebre -añadió consultando la hoja en la que la enfermera había anotado la temperatura que Jonas tenía al llegar. -Se lo pueden llevar a casa y darle un baño con agua tibia. Le sentara bien. Vigílenlo y, si algo les preocupa, me llaman por teléfono o lo vuelven a traer -concluyó escribiéndoles su número de teléfono en el reverso de una tarjeta de visita.
Justice la aceptó, miró el nombre y asintió.
– Gracias, doctora Rosen.
– Un placer -contestó la doctora. -Por cierto, eso que estaba diciendo antes de construir un ala nueva en el hospital, nos vendría muy bien y yo hace tiempo que tengo unas cuantas ideas… Justice sonrió.
– Deme unos días y hablamos -le prometió agradecido.
– Muy bien -contestó la doctora visiblemente sorprendida.
Cuando se fue, Maggie se aproximó a Justice, que abrazó a su mujer y a su hijo y disfrutó del momento.
Su familia estaba con él y no los iba a perder.
El trayecto de vuelta a casa transcurrió en silencio, y Maggie lo agradeció porque tenía muchas cosas en las que pensar.