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La idea de que siguiera adelante con su vida significaba que, tarde o temprano, encontraría a otro hombre con el que formar una familia, y aquello le rompía el corazón, pero no podía hacer otra cosa.

Maggie recogió su bolso, se lo colgó del hombro y volvió mirarlo.

– Bueno, creo que lo único que me queda por hacer es darte las gracias por el fin de semana.

– Maggie…

Maggie negó con la cabeza y avanzó hacia la puerta. Cuando se colocó a la misma altura que Justice, se volvió hacia él.

– Firma los malditos papeles del divorcio.

– Está diluviando -contestó Justice agarrándola del brazo cuando Maggie comenzó a andar de nuevo. -¿Por qué no te esperas un poco para irte?

– Porque no quiero seguir aquí -contestó ella soltándose. -Te recuerdo que ya no somos una pareja, así que no tienes derecho a preocuparte por mí.

Unos segundos después, Justice oyó que se cerraba la puerta principal de la casa, se acercó a la ventana y miró hacia el jardín. Allí estaba Maggie.

El viento le había soltado el pelo y, para cuando se montó en el coche, estaba prácticamente empapada.

Justice se quedó mirándola. Las luces del coche se encendieron, el vehículo se empezó a mover… Se quedó mirando hasta que las luces rojas desaparecieron en el horizonte.

Entonces, con un nudo en la garganta, dio un puñetazo en el marco de la ventana y soltó todo su dolor.

CAPÍTULO 03

Justice tiró el bastón, que se estampó contra la pared, lo que lo hizo sonreír satisfecho. Odiaba aquella maldita cosa, odiaba no estar como antes, odiaba que lo tuvieran que ayudar y, sobre todo, odiaba que su hermano se lo dijera.

Justice miró a Jefferson, su hermano mayor, y se levantó. Le costó un gran esfuerzo, pero fue capaz de mantener la dignidad mientras caminaba desde su butaca hasta el ventanal desde el que se veía el jardín y por el que entraba la luz del sol.

– Ya te he dicho que puedo andar, que no necesito a ningún terapeuta -le advirtió a su hermano.

Jefferson negó con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

– Eres un maldito cabezota. Seguramente, el cabezota más terrible que conozco, que es mucho decir teniendo en cuenta la familia de la que procedemos.

– Muy gracioso -contestó Justice apoyándose en la pared como quien no quiere la cosa.

Lo cierto era que el esfuerzo que estaba haciendo para apoyarse en la pierna que le dolía lo estaba matando. Claro que no estaba dispuesto a mostrar su debilidad ante su hermano.

– Vete ya -le dijo.

– Precisamente por eso he venido -contestó Jefferson.

– No te entiendo.

– Has echado a tres terapeutas de tu casa en lo que va de mes, Justice.

– Yo no les dije que vinieran -se defendió Justice.

Jefferson lo miró con el ceño fruncido y suspiró.

– Tío, te has roto la pierna por tres sitios. Te han tenido que operar. Los huesos han soldado bien, pero tienes la musculatura débil. Necesitas un fisioterapeuta y lo sabes perfectamente.

– Para empezar, no me llames tío y, para seguir, me apaño solo perfectamente.

– Sí, ya lo veo -contestó Jefferson fijándose en la mano que su hermano había apoyado en la pared y que tenía los nudillos blancos.

– ¿No tienes alguna estúpida película que rodar? -le espetó Justice.

Jefferson era el director de los estudios King y se encargaba de la división cinematográfica del imperio familiar. Le encantaba Hollywood, viajar, firmar autógrafos, buscar nuevos talentos y localizaciones.

Era un hombre completamente desarraigado, todo lo contrario a Justice, que estaba profundamente unido a su rancho.

– Primero tengo que hacerme cargo del idiota de mi hermano.

Justice se apoyó sobre la pared un poco más y pensó que, si Jefferson no se iba pronto, se iba a caer del esfuerzo. Aunque no quisiera admitirlo, la pierna que se había fracturado todavía estaba muy débil, lo que lo irritaba sobremanera.

Y todo por un estúpido accidente, porque su caballo se había tropezado hacía unos meses. Justice había salido disparado por encima de la cabeza del animal y no se había hecho nada, pero el caballo lo había pisoteado. El animal salió bien parado mientras que él lo estaba pasando fatal. El postoperatorio estaba resultando muy duro y le habían metido tanto metal en el cuerpo que seguro que ahora sonaría en los escáneres de los aeropuertos.

– Esto no te habría pasado si hubieras ido en un vehículo todo-terreno en lugar de a caballo -le recriminó su hermano.

– Lo dices como si se te hubieras olvidado cómo se conduce a los rebaños.

– Tienes toda la razón. Hago todo lo que está en mi mano para olvidarme de cómo es eso de salir a conducir los rebaños antes del amanecer y no me interesa lo más mínimo tener que salir de madrugada a buscar una estúpida vaca que se ha perdido.

Precisamente por eso, Jefferson vivía en Hollywood y Justice, en el rancho. Todos sus hermanos habían abandonado aquella tierra en cuanto habían sido lo suficientemente mayores como para perseguir sus sueños, pero él se había quedado porque sus sueños estaban en aquel lugar.

Allí se sentía completamente vivo, allí podía respirar aire limpio y otear el horizonte. Le gustaba el trabajo duro.

– Sabes perfectamente que un caballo es mucho más útil para bajar a los cañones, no hacen ruido y no asustan a las reses. Además, no destrozan los pastos y…

– Ya basta -lo interrumpió Jefferson. -Todo eso ya me lo contó papá.

– Muy bien. Dejemos de hablar del rancho -cedió Justice, – pero quiero que contestes a una pregunta. ¿Quién te ha pedido que te inmiscuyas en mi vida y contrates a fisioterapeutas que yo no quiero contratar?

– Han sido Jesse y Jericho -contestó Jefferson sonriendo. -la señora Carey nos mantiene informados de la situación con los fisioterapeutas. Todos queremos que te pongas bien.

– ¿Y por qué eres el único que ha venido?

Jefferson se encogió de hombros.

– Jesse no quiere dejar a Bella sola en estos momentos. Cualquiera diría que es la única mujer embarazada del mundo.

Justice asintió y pensó en su hermano menor.

– ¿Sabes que me ha mandado un libro que se titula Cómo ser un buen tío?

– A Jericho y a mí nos ha mandado el mismo. Es curioso cómo ha pasado de ser un surfista sin raíces a convertirse en un padre de lo más casero.

Justice tragó saliva. Estaba muy contento por su hermano, pero no quería pensar en que Jesse pronto iba a ser padre, así que decidió cambiar de tema.

– ¿Y Jericho?

– Está de permiso -contestó Jefferson. -Si leyeras el correo electrónico de vez en cuando, lo sabrías. Pronto le asignaran otra misión, así que decidió irse a descansar unos días a México, al hotel del primo Rico.

Su hermano Jericho era militar de carrera y le encantaba aquella vida. Se le daba fenomenal su trabajo, pero a Justice le daba miedo porque le parecía peligroso. Lo cierto era que no había abierto sus correos electrónicos porque, desde el accidente, había estado de muy mal humor. Por supuesto, tendría que haber tenido presente que ninguno de sus hermanos lo iba a dejar en paz.

– Así que te ha tocado venir a ti -comentó.

– Exacto.

– Ojalá hubiera sido hijo único -murmuró Justice.

– Pídelo para la próxima reencarnación -contestó Jefferson sacándose una mano del bolsillo y consultando su reloj de oro.

– ¿Se te está haciendo tarde? Por mí, vete cuando quieras.

– Tengo tiempo -contestó su hermano. -No me pienso ir hasta que llegue la nueva fisioterapeuta y me asegure de que no la echas a patadas.

– ¿Por qué no me dejáis en paz? -le gritó Justice. -No os he pedido que me ayudéis. No quiero que me ayudéis. Para que lo sepas, no pienso dejarla entrar, así que no pierdas el tiempo y vete cuanto antes.

– Estás muy equivocado -sonrió Jefferson. -Ya verás cómo sí la dejas entrar.