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– Eres tú el que se equivoca.

En ese momento, llamaron al timbre y Justice oyó que la señora Carey iba a abrir.

– Dile que se vaya -le dijo a Jefferson. -No quiero que nadie me ayude. Me puedo curar yo solo.

– Ya basta -le dijo su hermano. -Apenas puedes mantenerte en pie.

Justice oyó a la señora Carey hablando con la persona que acababa de llegar. Sabía que no le quedaba mucho tiempo. -Quiero hacerlo solo.

– Como de costumbre, pero todos necesitamos ayuda de vez en cuando. Incluso tú.

– Maldita sea, Jefferson…

Justice percibió dos voces femeninas que se acercaban por el pasillo, se pasó los dedos por el pelo y tomó aire. No podía soportar no tener las cosas bajo control y, desde el accidente, tenía demasiado a menudo aquella sensación. Para enterarse de cómo iba el rancho, dependía de los informes diarios del capataz porque él no podía salir, la señora Carey se tenía que ocupar de todo y él no la podía ayudar en nada. Lo cierto era que quería volver a tener su vida de antes, pero no estaba dispuesto a depender de una desconocida para recuperar su pierna.

A lo mejor los demás no lo entendían, pero le daba igual. Para él, era muy importante curarse él solo porque era su vida y su rancho y lo iba a hacer como le diera la gana.

A su manera.

Justice se quedó esperando a que se abriera la puerta del salón, dispuesto a despedir a la persona que entrara. A ver si, así, sus hermanos lo dejaban en paz de una vez.

De repente, tuvo una sensación desagradable y miró a su hermano de soslayo.

– ¿A quién has contratado? -le preguntó.

– A mí, Justice, me ha contratado a mí-contestó una voz conocida desde la puerta.

Maggie.

Justice se quedó mirándola como si fuera un hombre sediento y ella un oasis. Llevaba unos vaqueros azules, botas negras y una camiseta de manga larga verde. Le pareció que su cuerpo tenía más curvas que la última vez que se habían visto. Llevaba el pelo suelto y los rizos le caían sobre los hombros. Maggie lo estaba mirando con sus enormes ojos azules y sus labios curvados, sonrientes.

– Sorpresa -le dijo.

Justice se dijo que iba a matar a Jefferson en cuanto pudiera, pero de momento tenía que conseguir mantenerse de pie el tiempo suficiente como para convencer a Maggie de que no necesitaba su ayuda. Era la última persona del mundo que quería que sintiera pena por él. Así que Justice elevó el mentón en actitud desafiante.

– Ha habido un error, Maggie. No te necesito, así que te puedes ir.

Dicho aquello, vio cómo su esposa hacía una mueca de disgusto y se dijo que se había comportado como un canalla, pero así era mejor.

– Justice -lo reprendió su hermano.

– No pasa nada, Jeff -intervino Maggie entrando en el salón. -Estoy acostumbrada a estas salidas ariscas de tu hermano.

– Yo no soy arisco.

– No, eres todo hospitalidad -se burló Maggie. -Me has recibido con los brazos abiertos y derrochando simpatía. Por cierto, ¿qué haces de pie?

– ¿Cómo?

– Me has oído perfectamente -contestó Maggie acercándose a él.

En un abrir y cerrar de ojos, le había colocado una silla al lado y lo había obligado a sentarse, lo que Justice agradeció secretamente.

– ¿Es que te has vuelto loco o qué? No puedes apoyarte en la pierna que tienes mal. Te vas a volver a caer. ¿Por qué no utilizas bastón?

– Porque no tengo -contestó Justice.

– Lo ha tirado -le aclaró Jeff.

– Ya -contestó Maggie viéndolo, acercándose y recogiéndolo. -A partir de ahora, cuando te quieras levantar, hazlo con ayuda del bastón -añadió entregándoselo a Justice.

– No acepto órdenes de ti, Maggie -le advirtió él.

– Ahora, sí.

– Por si no te has dado cuenta, estás despedida.

– No me puedes despedir porque no me has contratado tú -contestó Maggie mirándolo a los ojos fijamente. -Me ha contratado Jefferson, y es él quien me paga para ayudarte a caminar de nuevo.

– No tenía derecho a hacerlo -contestó Justice mirando a su hermano, que estaba disfrutando de lo lindo.

Maggie apoyó las manos en las caderas y se quedó mirándolo como un general que estaba a punto de mandar a sus hombres a la batalla.

– Pero lo ha hecho. Por cierto, ya me he enterado de lo que les has hecho a los otros tres fisioterapeutas, y no creas que a mí me vas a asustar tirando el bastón por los aires o contestando mal o mostrándote maleducado, así que ni te molestes en intentarlo.

– No quiero que te quedes aquí.

– Eso ya me lo has dejado claro unas cuantas veces, pero te vas a tener que fastidiar porque me pienso quedar hasta que te puedas poner en pie sin dolor -le explicó Maggie. -Lo mejor que puedes hacer es hacerme caso.

– ¿Por qué?

– Porque, si me haces caso, te pondrás bien y, cuanto antes te pongas bien, antes me iré.

– En eso tiene razón -intervino Jeff.

Justice ni siquiera miró a su hermano. Estaba mirando fijamente a Maggie a los ojos. Veía en ellos un desafío silencioso. Lo cierto era que quería que saliera de su vida cuanto antes porque estar cerca de ella era una tortura. Menos mal que lo había obligado a sentarse. De haber permanecido en pie, tanto ella como su hermano se habrían dado cuenta de la erección que amenazaba con atravesarle los raqueros.

Maggie sentía que el corazón le latía desbocado. Volver a ver a Justice era como echar sal en una herida.

Lo más duro era verlo sufrir.

Pero ¿cómo iba a decirle que no a Jefferson cuando le había pedido que fuera al rancho a ayudar a su hermano? Justice seguía siendo su marido… aunque él no lo sabía. Justice había firmado los papeles del divorcio y se los había hecho llegar, pero no sabía que Maggie no los había entregado en el juzgado.

¿Y por qué no lo había hecho? Bueno, tenía sus motivos. La última vez que se habían visto, se había ido del rancho más decidida que nunca a poner fin a su matrimonio, pero esa idea se le había quitado de la cabeza en cuanto su vida había tomado un inesperado rumbo.

Maggie estuvo a punto de sonreír. Nada de lo que Justice dijera o hiciera podría sacarla de su convicción de que estaba viviendo un momento maravilloso.

Había aceptado la propuesta de Jefferson decidida a mostrarle a su hermano lo que se estaba perdiendo. Sin embargo, mientras lo miraba a los ojos y comprendía que Justice no quería nada con ella, se preguntó si habría hecho bien. Claro que, ya que estaba allí, debía intentarlo.

– ¿Te vas a poner en plan vaquero duro o vas a cooperar conmigo? -le preguntó.

– Yo no te he pedido que vinieras -contestó Justice.

– Claro que no. Todo el mundo sabe que el gran Justice King no necesita a nadie. Te va bien solo,-verdad? Estupendo. Entonces, levántate y acompáñame a la puerta.

Justice apretó los dientes y Maggie temió que fuera a hacerlo y acabara de bruces en el suelo, pero no fue así.

– Está bien. Puedes quedarte -dijo al cabo de unos segundos.

– Vaya -se sorprendió Maggie. -Gracias.

– Bueno, creo que a mí ya no me vais a necesitar -se despidió Jefferson. -Justice, pórtate bien con Maggie. Buena suerte -añadió besando a su cuñada en la frente.

Dicho aquello, se fue y los dejó solos.

– No te tendría que haber llamado a ti -protestó Justice.

– ¿Y a quién querías que llamara? -contestó Maggie.

Sabía que Justice estaba enfadado y frustrado porque no podía soportar verse limitado. Tener que utilizar bastón para ponerse en pie debía de ser una humillación para él. Era comprensible que estuviera de muy mal humor.

– Le puedo decir a la señora Carey que te eche.

– Dile lo que quieras, pero no me va a echar -contestó Maggie. -Para empezar, porque le caigo muy bien y, además, sabe que necesitas mi ayuda.

– No necesito tu ayuda ni tu compasión.

Maggie sintió que la indignación se apoderaba de ella.