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– Qué típico de ti, Justice. Vas por la vida de autosuficiente y esperas que todo el mundo sea así. Tu lema es «hazlo tú solo o no lo hagas».

– No tiene nada de malo. Todos debemos hacer las cosas solos.

– ¿Por qué? ¿Por qué siempre tiene que ser lo que tú digas? ¿Por qué no ves que todo el mundo necesita otra persona en algún momento?

– Yo, no.

– No, tú no, claro. Justice King, no. Nunca pides ayuda, nunca admites que necesitas a otra persona. Tú nunca pides las cosas por favor.

– ¿Por qué lo iba a hacer?

– No, por nada. Tú eres un hombre muy duro.

– No lo olvides.

– Claro que no. No lo pienso olvidar. Siempre y cuando tú no olvides que, hasta que te cures, vas a tener que acatar mis órdenes.

Aquella misma noche, Justice se encontraba tumbado solo en la cama que solía compartir con su esposa. Estaba muy cansado, le dolía la pierna y se encontraba furioso. No quería que Maggie lo cuidara, no quería que lo tratara como si fuera uno de sus pacientes.

La que fuera su mujer se había pasado toda la tarde con él, diciéndole lo que había hecho mal y masajeándole los músculos con una eficiencia impersonal que lo había sacado de quicio.

Cada vez que le tocaba, su cuerpo reaccionaba. No había podido ocultar su erección, pero Maggie la había ignorado, lo que lo había enfurecido todavía más.

Era como si no significara nada para ella, como si sólo fuera un cliente más.

Probablemente, así fuera.

¿Y qué esperaba? Estaban divorciados.

Justice descolgó el teléfono, marcó un número de memoria y esperó impaciente.

– Quiero que se vaya ahora mismo -dijo en cuando le atendieron.

– No.

– Maldita sea, Jefferson -se quejó Justice bajando la voz para que nadie le oyera. -No quiero que esté en mi casa. Siempre que estamos juntos, terminamos discutiendo.

– Pues lo siento mucho, pero necesitas ayuda y sabes perfectamente que Maggie es muy buena fisioterapeuta. Si hay alguien capaz de conseguir que vuelvas a andar es ella, así que más te vale tragarte tu maldito orgullo.

Justice le colgó el teléfono a su hermano, pero no se sintió mejor.

¿Tragarse su orgullo? Pero si el orgullo era lo único que tenía, era lo que le había ayudado a superar momentos terribles. Por ejemplo, cuando Maggie lo había abandonado. No estaba dispuesto a prescindir de él ahora que era cuando más lo necesitaba.

Justice se sentó en el borde de la cama. Estaba muy enfadado. Con ayuda del bastón, se puso en pie. Le dolía mucho la pierna, lo que lo enfurecía todavía más. Con un gran esfuerzo, consiguió acercarse a la ventana. Una vez allí, escuchó algo que lo dejó helado.

Justice frunció el ceño y se giró hacia la puerta. Cuando volvió a oír lo que había oído, fue hasta allí todo lo aprisa que pudo, la abrió y miró a un lado y al otro del pasillo.

Estaba vacío.

Otra vez aquel sonido. Parecía un maullido de un gato.

Justice avanzó por el pasillo siguiendo el maullido y fue a dar delante de la puerta de la habitación que Maggie iba a ocupar mientras estuviera alojada en el rancho.

Una vez allí, ladeó la cabeza y escuchó. Percibió los ruidos normales que hacía la casa por la noche. Pasaron unos cuantos segundos. Otra vez. Volvió a oírlo. ¿Maggie estaba llorando? ¿Lo echaría de menos? ¿Se arrepentiría de haber vuelto al rancho?

Tendría que llamar a la puerta, pero, si lo hacía, Maggie podría decirle que se fuera y no tendría más remedio que obedecer, así que decidió girar el pomo.

Cuando lo hizo, sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

Ante él tenía a Maggie con un bebé en brazos. -Hola, Justice. Te presento a Jonas, mi hijo -le dijo ella muy sonriente.

CAPÍTULO 04

– ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Qué? -exclamó Justice dando un paso atrás.

– Es mi hijo, Jonas -repitió Maggie.

Justice sintió que un dolor sobrehumano se apoderaba de él. Nunca había sentido nada parecido.

Si Maggie tenía un hijo, estaba con otro hombre.

Era increíble el dolor que aquel razonamiento le produjo. Aunque se había asegurado a sí mismo que lo suyo había terminado, que su matrimonio ya era historia y se había convencido de que era lo mejor para los dos, ahora que tenía ante sí la prueba irrefutable de que Maggie había rehecho su vida el dolor era tan grande que no podía con él.

La idea de que Maggie besara a otro hombre y se acostara con otro hombre se le antojó espantosa, pero ¿qué esperaba? ¿Acaso creía que Maggie se iba a recluir en un convento después del divorcio?

No, claro que no, su Maggie tenía mucho más carácter que todo eso. Era evidente que no le había llevado demasiado tiempo rehacer su vida, tal y como demostraba la edad del niño, que debía de contar con varios meses. Eso significaba que Maggie se había ido con otro realmente rápido.

Aquello le hizo preguntarse si aquel fin de semana, el último que habían pasado juntos, ya estaría con el otro. Aquella idea se le antojó insufrible. ¿Todas aquellas horas que habían estado juntos en la cama había habido otro hombre esperándola? -Qué demonios significaba aquello?

A Justice le entraron unas tremendas ganas de gritar, de destrozar algo, pero no lo hizo, se lo guardó todo dentro de sí para que Maggie no se diera cuenta de lo mal que lo estaba pasando. No quería darle aquella satisfacción, no quería que su ex mujer supiera que todavía podía hacerle daño.

Era un hombre orgulloso.

– ¿No tienes nada que decir? -le preguntó Maggie poniéndose en pie con el niño apoyado en la cadera.

Justice intentó mantenerse indiferente.

– ¿Qué quieres que diga? ¿Quieres que te dé la enhorabuena? Muy bien, lo haré si eso te hace feliz -contestó sin mirar al pequeño.

– ¿No quieres saber quién es el padre? -le preguntó Maggie acercándose lentamente.

¿Por qué estaba haciendo aquello? ¿Estaba disfrutando restregándole por la cara su nueva relación? Por supuesto que Justice senda curiosidad por saber quién era el padre del pequeño. Sí, para ir a por él y darle una buena paliza, pero no lo iba hacer.

– No es asunto mío, ¿no? -contestó.

– La verdad es que sí que lo es -contestó Maggie girando la cabeza para plantarle un beso al niño en la frente antes de volver a mirar a Justice. -Claro que es asunto tuyo porque tú eres su padre.

Justice sintió que un dolor enorme volvía a recorrerle el cuerpo y se preguntó cuántas descargas de dolor así podría aguantar una persona en una noche.

No sabía qué se proponía Maggie, pero, fuera lo que fuese, no le iba a salir bien porque, aunque ella no lo supiera, era imposible que él fuera el padre de aquel bebé.

Claro que, por otra parte, ¿por qué demonios le iba a mentir? ¿Acaso porque el padre de verdad no estaba interesado en el niño? ¿Por eso quería convencerlo a él de que era suyo? ¿O lo haría por dinero? A lo mejor quería que Justice se hiciera cargo económicamente del pequeño.

Qué gran estupidez. De ser así, con una prueba de paternidad quedaría todo resuelto. Maggie no era tonta, lo que lo devolvió a la primera pregunta.

¿Qué se proponía y por qué?

Justice se quedó mirándola. Maggie lo miraba desafiante. Seguía sin atreverse a mirar al niño, aunque lo veía por el rabillo del ojo. Aquel niño era la prueba de que Justice había fallado a la hora de darle a Maggie lo que más ansiaba en la vida y ella se había buscado a otro hombre para conseguirlo.

El dolor volvió a apoderarse de él. Comparado con la intensidad que tenía, el dolor de la pierna era una nimiedad.

– Buen intento -comentó mirándola con frialdad.

– ¿Por qué dices eso?

– Lo digo, Maggie, porque yo no soy su padre, así que deja de intentar cargármelo.

– ¿Cargártelo? -se sorprendió Maggie tomando aire y abrazando al niño. -No te estoy intentando cargar nada.