– ¿Ah, no? -insistió Justice sonriendo a duras penas, pues el nudo que sentía en la garganta era terrible. -Entonces, ¿se puede saber qué hace aquí?
– ¡Está aquí porque su madre está aquí, idiota! -contestó Maggie acercándose un poco más.
Justice sabía que, si daba un paso atrás, corría el riesgo de caerse. ¡Eso sería la guinda del pastel!
– Mi hijo va conmigo porque soy su madre y se me había ocurrido que, a lo mejor, su padre querría conocerlo.
Aquello fue como si a Justice le dieran una puñalada. No había podido darle lo que ella más quería en el mundo y ahora verla con aquel niño en brazos lo estaba matando.
Sobre todo, porque Maggie lo miraba a los ojos mientras le mentía.
– No me lo trago, así que déjalo, ¿de acuerdo? No soy el padre de ese niño ni de ningún otro, así que, ¿a qué viene todo esto?
– ¿Cómo sabes que no eres su padre? -insistió Maggie. -Míralo. ¡Míralo! Tiene los mismos ojos que tú. Tiene el mismo pelo que tú. ¡Pero si hasta es igual de testarudo que tú!
Como si supiera que estaban hablando de él, el pequeño comenzó a tirar del aro dorado que Maggie llevaba en la oreja. Mientras lo hacía, emitió un aullido de satisfacción que hizo que Justice pusiera cara de pocos amigos.
Maggie, sin embargo, se giró hacia su hijo, le quitó los deditos del pendiente y le sonrió.
– No tires, cariño -le dijo.
El bebé sonrió encantado a su madre.
El cariño con el que Maggie le había hablado a su hijo hizo que Justice lo mirara por fin.
Se trataba de un bebé de mejillas sonrosadas, ojos azules muy vivos y un mechón de pelo negro en la cabeza. Llevaba puesto un pañal y una camiseta en la que se leía Futuro vaquero y no paraba de mover las manos y los pies.
Justice sintió que algo se le rompía por dentro. Desde luego, si Maggie y él hubieran tenido hijos, seguro que habrían sido así.
Tal vez, por eso precisamente, Maggie creía que le iba a poder engañar. Debía de creer que, debido al parecido físico que efectivamente había entre ellos, iba a poder convencer a Justice de que aquel niño era suyo y de que no hacía falta que se hiciera las pruebas de paternidad.
¿Cómo iba a suponer Maggie que él pediría esas pruebas? Al fin y al cabo, habían estado casados y las fechas encajaban más o menos. No tenía motivos para imaginar que él no se lo iba a creer.
Claro que todo eso quería decir que el verdadero padre del pequeño los había abandonado. Aquello lo enfadó. ¿Qué clase de tipo sería capaz de dejar tirada a Maggie con un bebé?
Justice se quedó mirando al niño, que se movía arriba y abajo sobre la cadera de su madre y se reía sin parar. Si hubiera la más mínima posibilidad en el mundo de que fuera suyo, se haría cargo de él encantado, pero no era así.
El sabía la verdad.
Maggie, no.
– Es muy guapo -comentó.
– Gracias -contestó Maggie.
– Pero no es mío.
Justice se daba cuenta de que Maggie quería contradecirlo. La conocía bien y sabía que le gustaba discutir, pero también sabía que en aquella ocasión tenía todas las de perder.
Aunque ella no lo supiera.
Era imposible que fuera el padre de Jonas porque había tenido un terrible accidente de coche diez años atrás en el que había sufrido lesiones tan graves que estuvo ingresado varias semanas y, tras varias pruebas, un médico le había dicho que lo más probable era que no pudiera tener hijos.
Así que Jonas no era suyo.
Era imposible que lo fuera.
Maggie, por supuesto, no tenía ni idea de todo aquello. Justice no se lo había contado ni siquiera a sus hermanos.
Antes de casarse, cuando Maggie había empezado a hablar de formar una familia, Justice le había dicho que no quería tener hijos. Había preferido que creyera que no quería ser padre a que lo mirara como si no fuera un hombre completo.
No le había contado la verdad entonces y no estaba dispuesto a hacerlo ahora. Seguía importándole lo que Maggie pensara de él y no quería que lo tuviera por un tullido.
No podría soportar su compasión. Ya tenía suficiente con que se le hubiera presentado en casa y estuviera viendo lo mucho que le costaba caminar.
– ¿Con quién has estado, Maggie? ¿Con qué tipo de hombre te has acostado que no quiere a su hijo? -le preguntó.
– ¡He estado contigo, tonto! -contestó Maggie algo enfadada. -No te había hablado de Jonas antes porque supuse que no querrías saber nada de él.
– ¿Y qué te ha hecho cambiar de parecer?
– Que estoy aquí. He venido a ayudarte y he decidido que, pase lo que pase, tienes derecho a saber de la existencia de Jonas y a saber que es hijo tuyo.
A Maggie le pareció que Justice apretaba todavía más las mandíbulas y que la miraba con mayor frialdad. Estaba haciendo lo de siempre, cerrándose en banda y dejándola fuera.
¿Por qué?
Sí, por supuesto que sabía que no quería hijos, pero había creído que, en cuanto viera a su bebé, cambiaría de parecer, que Jonas conseguiría dar al traste con la negativa de su padre a no tener familia.
Incluso había llegado a soñar con que Justice admitiera por primera vez en su vida que se había equivocado. En su sueño se había imaginado a Justice mirando a su hijo, pidiéndole perdón a ella y rogándole que se quedaran ambos a su lado para formar una familia.
Tendría que haber sabido que todo eso era imposible.
– Idiota.
– No soy idiota -contestó Justice.
– No estaba hablando contigo -contestó Maggie. Justice estaba muy cerca de ella, pero qué lejos lo sentía.
La casa estaba en silencio, tranquila, sumida en la oscuridad. Fuera, la noche lo invadía todo, el viento del mar soplaba con fuerza, como de costumbre, haciendo que las ramas de los árboles golpearan las ventanas y el tejado.
Justice estaba a menos de treinta centímetros de Maggie. Lo tenía tan cerca que sentía el calor que emanaba de su cuerpo. Lo tenía tan cerca que le habría gustado poder apoyarse en él y tocarlo, exactamente igual que le había pasado mientras le daba el masaje hacía un rato.
Al instante, sintió que un potente calor se apoderaba de ella al recordar cómo había reaccionado Justice cuando sus manos le habían recorrido la pierna. Maggie se había dado cuenta de la erección y había tenido que hacer un gran esfuerzo para ignorarla porque lo cierto era que deseaba a aquel bobalicón.
– Mira, estoy dispuesto a pasar lo de la terapia -comentó Justice rompiendo el encantamiento. -No me gusta, pero necesito andar. Si me puedes ayudar, genial, pero para ello vas a tener que olvidarte de esas tonterías de que soy el padre de tu hijo. No quiero volver a oír nada al respecto.
– Así que quieres que mienta.
– Quiero que dejes de mentir.
– Muy bien. Nada de mentiras entonces. Jonas es hijo tuyo.
Justice apretó los dientes.
– ¡Maldita sea, Maggie! -murmuró.
– No digas esas cosas delante de mi hijo -lo reprendió Maggie mirando al niño.
A pesar de que sólo tenía seis meses, era evidente que estaba confundido e incómodo con lo que estaba pasando. Tenía los ojos vidriosos y le temblaba el labio inferior como si estuviera a punto deponerse a llorar.
– ¿Crees que me ha entendido? -se rió Justice.
Maggie miró al niño y le pasó la yema del dedo índice por la barbilla para tranquilizarlo.
– No entiende las palabras, pero sí el tono de voz -le explicó a Justice. -No quiero que hables en ese tono cuando estés delante de él.
Justice tomó aire y lo soltó furioso.
– Está bien -accedió intentando calmarse. -Yo no me enfado delante del niño y tú te dejas de jueguecitos.
– Yo no estoy jugando a ningún jueguecito.
– Maggie, no sé qué te traes entre manos, pero es obvio que hay algo. Sea lo que sea, te digo desde ya que no te va a funcionar.
Maggie se quedó mirándolo y negó con la cabeza.