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– Qué bien que hayáis venido -y añadió-: Hay zumo de granada y agua del deshielo. Bebed.

Mati murmuró:

– Cuidado, Maya. No te acerques a ese cuenco de madera. Nunca se sabe. A lo mejor es peligroso beber eso.

Pero Maya mezcló zumo de granada con agua del deshielo en una taza de madera hueca, bebió, se rió, se secó la boca con la mano y le dijo al hombre:

– Soy Maya. Y éste es Mati. Mati tiene miedo de que usted sea un brujo. ¿Es usted un brujo? -y después dijo-: Mati, bebe tú también. Pruébalo. Está frío y muy bueno. Por eso no vas a contraer la relinchitis, no temas: mira cómo ninguna de las criaturas que está aquí tiene miedo de este hombre.

Mati no dijo nada. Únicamente agarró el brazo de Maya e intentó llevarla hacia atrás. Pero Maya no tenía ninguna intención de retroceder y, con un movimiento fuerte y rápido, liberó su brazo de la mano de Mati. Y tampoco ella dijo una palabra.

De pronto, de la garganta del desconocido salieron unos sonidos graves, distorsionados, unos sonidos que no se parecían a las palabras, y al oír esos sonidos, todo un enjambre de abejas excitadas, silbantes, de color dorado y verde turquesa y con manchas celestes, fue a posarse en los hombros y la cabeza del hombre, y también en los hombros y las cabezas de Mati y de Maya.

Cuando las abejas cubrieron al hombre y a sus invitados, el desconocido siguió contándoles cómo hacía muchos años, cuando aún era pequeño, los niños de su edad se apartaban siempre de él.

– En cada clase o en cada grupo -dijo el hombre-, siempre hay uno así, no querido, alguien fuera de lo corriente que siempre se empeña en ir detrás de los demás niños, y siempre arrastra los pies varios pasos por detrás de los otros, confuso y avergonzado, pero sin hacer caso de las ofensas y las burlas, anhelando desesperadamente ser aceptado, formar parte, y para ello está dispuesto a hacer cualquier cosa, ser su criado, su escudero, está dispuesto incluso a comportarse como un loco para hacer reír, está dispuesto a prestarse voluntario para ser su bufón, y que se burlen de él todo lo que quieran, que le maltraten un poco, no le importa, él les ofrece gratuitamente todo su corazón rechazado.

»Pero el grupo sencillamente no está interesado en él. Y sin ninguna razón especiaclass="underline" no quieren y punto. Se acabó. Y que desaparezca de una vez de nuestra vista, lo más rápido posible. Porque él no es como nosotros y no encaja con nosotros. Que se vaya de una vez y ya está, porque nadie, absolutamente nadie le necesita aquí.

– También nosotros tenemos a uno así: Nimi. Nimi el potro -dijo Maya.

– No. Nimi es otra cosa -dijo Mati-. Nimi simplemente tiene relinchitis. Todos se apartan de él porque de verdad es peligroso acercarse a quien ha contraído la relinchitis -y se inclinó hacia Maya y le susurró-: Pronto oscurecerá, Maya, debemos intentar escapar de aquí enseguida.

– ¿Escapar? -dijo Maya-. Mira, la puerta está abierta y nadie nos retiene. Si por casualidad tienes prisa, puedes irte. Yo me quedo. Aún hay montones de cosas que ver aquí.

– Sentaos aquí, en esta piedra -dijo el hombre-. Bebed un poco más de jugo de granada, o de agua del deshielo con higos. Y no tengas miedo de la oscuridad que se acerca, Mati: la oscuridad se retrasará un poco esta noche para que nosotros podamos seguir charlando. No os asustéis de él, se ofende un poco cuando se asustan de su aspecto: este topo es muy anciano y está casi sordo, en vuestro honor se ha tomado la molestia de subir de su guarida sólo para olfatearos. Sentaos un momento en silencio y, por favor, dejad que os huela. Mirad qué asombrosamente delicadas son sus orejas y sus patas, y cómo su nariz rosada se agita en vuestro honor como los rápidos latidos de un corazón emocionado. Parece que vuestro olor le trae recuerdos de antes aún de que sus padres nacieran.

Mati miró alternativamente al viejo topo y al hombre, y de nuevo se vio asaltado por un vago recuerdo: «¿No he estado ya aquí?, ¿todo esto no me ha pasado ya antes?, ¿estuve aquí y lo he olvidado todo?, ¿y tampoco ahora recuerdo lo que ocurrió? Pero por supuesto recuerdo que he olvidado. Me parece que ese hombre de hecho está un poco solo. Tal vez tan sólo me lo parezca. A lo mejor nos está tendiendo una trampa». Pues de cerca, a Mati le pareció distinguir por un instante en la cara arrugada de ese hombre una chispa pasajera de picardía, de intriga latente, precisamente en el momento en que se rió y dijo:

– La oscuridad se retrasará un poco esta noche para que nosotros podamos seguir charlando.

¿Y qué pasará si tiene la intención de encerrarnos aquí para siempre?

Los dedos nervudos de ese hombre le parecieron de pronto a Mati obstinadas raíces que se retorcían, se hincaban y no aflojaban.

¿Y si ese brujo está tramando apresarnos para vengarse de nuestros padres y de todo el pueblo? ¿O no sólo apresarnos, sino embrujarnos y convertirnos también en animales?

– Pronto será de noche -dijo Mati-. Quiero irme a casa ahora mismo.

– Pues yo no -dijo Maya-. Quiero oír más. Y también quiero ver más.

24

Y luego, el hombre siguió contándoles cómo, a los diez años y medio más o menos, renunció a la compañía de los niños de su edad y también de los adultos y empezó a relacionarse todo el día con gatos y perros, hasta que aprendió a entender e incluso a hablar perrés y también gatí y caballol.

Al cabo de dos o tres semanas, todo el pueblo decidió que el pobre niño había contraído la relinchitis, y todos tenían mucho cuidado de no acercarse a él. Al final, incluso sus padres se apartaron de él por lo desagradable que les resultaba: el pueblo entero los avergonzaba y ellos mismos se avergonzaban de él; y aparte de la vergüenza, sus padres también estaban muy preocupados por si sus hermanos pequeños se contagiaban.

Y así, al final, sus padres y todos los adultos le dejaron vagar solo por el bosque, libre como el viento, por el día y también por la noche.

– Iorrrrrrriarrr -dijo de pronto el hombre con otra voz, y al cabo de un rato, un oso marrón, peludo y grueso salió de entre los arbustos, restregó su pesada cabeza en la palma de la mano del hombre y miró a Mati y a Maya con unos húmedos ojos osunos llenos de curiosidad, amor, afabilidad, tímida modestia y cierto asombro, como si esos ojos quisieran disculparse y decir: «Perdón, no os enfadéis, simplemente no entiendo qué es todo esto, lo lamento mucho, pero no entiendo nada, perdonadme, no esperéis nada de mí, tan sólo soy un oso».

Y mientras tanto, el oso se dio la vuelta con un movimiento torpe, se tumbó sobre su ancha espalda, con las patas hacia arriba, y empezó a frotarse el pelo contra la hierba y a mascullar con una voz de bajo marrón oscuro, una voz invernal y profunda, aunque cálida. Mati se apresuró a retroceder tres o cuatro pasos e intentó tirar del brazo de Maya, pero ella se liberó también esta vez de la mano de Mati y le reprendió:

– Ya está bien, Mati, déjame, sal corriendo hacia casa si eso es lo que quieres, nadie te retiene aquí a la fuerza. Yo tengo mucho interés en continuar haciendo amigos.

Y el hombre dijo:

– Tú eres Maya. Y tú Mati. También yo me presentaré: yo soy Nehi. Soy el diablo de las montañas. El brujo. Y éste es Shigi. No hay nada que temer de Shigi. Shigi es un oso un poco infantil, un oso que de repente empieza a bailar bajo la lluvia, o que intenta espantar a las moscas con su rabo demasiado corto, o que se esconde durante horas en la maleza del río y empieza a salpicar con una pata a todas las criaturas que pasan por allí. Shigi, deja de molestar. Estoy contando una historia.

»Con el tiempo -continuó relatando el hombre-, aprendí también palomán, grillol, ranés, cabrés, pecí y abejino. Y al cabo de unos meses, cuando desaparecí y me fui a vivir solo una vida de niño de las montañas en el bosque, me esforcé en aprender más y más idiomas de animales. No me resultó difícil, porque en las lenguas de los animales hay muchas menos palabras que en las lenguas de las personas, y sólo tienen tiempo presente, no existe pasado ni futuro, y sólo tienen verbos, sustantivos e interjecciones, nada más.