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»Con los años me he dado cuenta de que hay ocasiones en que los animales también dicen mentiras para salvarse del peligro, o para vanagloriarse y causar buena impresión, o para engañar a sus presas, o para dar miedo, y algunas veces sólo para fascinar y cortejar. Como todos nosotros.

»Las criaturas poseen incluso palabras especiales que expresan alegría, entusiasmo, asombro y placer. Incluso las criaturas que consideramos mudas, como por ejemplo las mariposas, las luciérnagas, los peces o los caracoles, tienen determinadas palabras que no se expresan mediante sonidos sino por medio de pequeñas vibraciones que llegan al otro a través de la piel, del pelo o de la capa que recubre las plumas, y no a través del oído: esas vibraciones son parecidas a las suaves ondas que produce una hoja al caer sobre un lago cuyas aguas están tranquilas y en absoluta calma.

»Algunas criaturas tienen incluso palabras que son casi como una oración: disponen de palabras especiales de agradecimiento por la luz del sol, y otras diferentes por los vientos que soplan, y por la lluvia, la tierra, la vegetación, la luz, el calor, la comida, los olores y el agua. Y también tienen palabras de nostalgia. Pero en la lengua de las criaturas no hay ninguna palabra cuyo objetivo sea humillar o burlarse. Eso no.

»Maya, Mati, si queréis -dijo el hombre mientras posaba delicadamente sus pesadas y cansadas manos en el lomo de una pequeña cabra que se había acurrucado en el seno de la piel marrón del oso Shigi-, si queréis, podemos intentar enseñaros también a vosotros poco a poco. Igual qUe enseñamos a Nimi, que encontró el camino hasta aquí y vino antes que vosotros: sí, Nimi el potro, Nimi el mocoso, ese de quien allí abajo todos decís que tiene relinchitis. Pero, Maya, Mati, en el fondo de vuestros corazones sabéis desde hace tiempo que no existe ninguna enfermedad así: la relinchitis solo la inventaron para que nadie se atreviera a acercarse. La inventaron para aislar. Y de hecho, vosotros dos seréis desde ahora nuestros invitados, míos y de todas las criaturas que viven conmigo aquí, en el jardín y en nuestra casa de la montaña.

»Porque vosotros os quedaréis aquí, con nosotros.

El hombre se calló un instante, luego cambió de tono y dijo en voz baja, con una determinación que no admitía negativa ni discusión:

– Ahora, venid conmigo.

Y sin esperar a ver si le seguían o no, se dio la vuelta y comenzó a andar tranquilamente hacia la casa, sin mirar atrás, al tiempo que retomaba la historia en el punto en que la había dejado y les contaba que hacía muchos años había estado enamorado de una chica de su clase, Emmanuela, pero nunca le había dicho que la quería y, por tanto, había sido un amor sin esperanzas. Y tampoco le reveló el secreto de aquel amor a ninguna otra persona, porque temía que todos, y en especial la propia Emmanuela, multiplicaran el aluvión de ofensas, el desprecio y las burlas si se enteraban de su amor secreto.

Cuando Mati y Maya entraron en la casa detrás del hombre, junto con Shigi y la pequeña cabra Sisa, se dieron cuenta de que no era un palacio en absoluto, sino una habitación grande y amplia de techos altos, una habitación cálida construida de arriba abajo con vigas de madera sin pulir y amueblada tan sólo con unos pocos muebles sencillos e imprescindibles, unos muebles hechos con troncos y ramas gruesas que aún estaban cubiertos con la áspera corteza.

Y así, una tarde de invierno, después de pedir a Maya y a Mati que se sentasen a los dos extremos de una mesa hecha con tablones, una mesa sólida y algo tosca, y después de que el oso y la cabra se acurrucasen el uno en el regazo del otro y se durmiesen debajo de la mesa, el hombre les contó cómo una noche de lluvia y niebla huyó de su casa y también del pueblo. Al principio se ocultó en los bosques, pero luego encontró refugio aquí, en las montañas, entre los animales, donde todos le querían, le ayudaban y le cuidaban, pues también a muchos de ellos los molestaban allí abajo. A veces incluso los maltrataban.

– Así, esa misma noche de lluvia y niebla, subimos todos en una larga caravana a los bosques de la montaña -dijo el hombre-, porque los animales decidieron venir a vivir aquí conmigo. Venid, asomaos a la ventana y conoceréis el lugar donde os vais a quedar a partir de ahora: aquí crecen todo tipo de frutas deliciosas, y en ese arroyo corre agua del deshielo cristalina como los sonidos del caramillo. Y allí hay un pequeño estanque donde dentro de un momento podréis lavaros. No os avergoncéis el uno del otro. Aquí no nos da vergüenza estar desnudos: siempre estamos completamente desnudos debajo de nuestras ropas, lo que pasa es que nos han acostumbrado desde pequeños a avergonzarnos de lo que es verdadero y a enorgullecernos de lo que es falso. Y nos han acostumbrado a no alegrarnos de lo que tenemos, sino a alegrarnos única y exclusivamente de lo que poseemos nosotros y no tienen los demás. Y aún peor, nos han acostumbrado desde pequeños a mantener todo tipo de ideas venenosas que empiezan siempre por las palabras «todo el mundo…».

El hombre sonrió con tristeza y reflexionó un instante sobre eso:

– Pero aquí la única vergüenza es burlarse -y de repente siguió diciendo en otro tono, un tono más oscuro y opaco-: Y a pesar de todo a veces ocurre, me ocurre casi todas las noches, que me despierto y bajo para vengarme un poco de ellos en la oscuridad. Para matarles de miedo a todos. Para brillar de pronto como un esqueleto en los cristales de sus ventanas cuando han apagado las luces. O para hacer que crujan los suelos y tiemblen las vigas de los tejados y que tengan pesadillas. O para despertarles, empapados en sudor frío, y que piensen que también se han contagiado de relinchitis. Y cada varios años arrastro hasta aquí a algunos niños. Como Nimi el potro. O como vosotros.

25

Maya dudó un poco antes de plantear con cuidado sus preguntas:

– Pero, en realidad, ¿por qué decidiste huir? ¿Por qué no intentaste encontrar al menos un amigo o dos? ¿O una amiga? ¿Cómo no pensaste que merecía la pena al menos intentar cambiar algo? ¿O cambiar tú? ¿Es que nunca tuviste curiosidad por saber qué era exactamente lo que te convertía en el centro de sus burlas? ¿Por qué precisamente tú? ¿Son demasiadas preguntas, no? Mi madre siempre se enfada conmigo, «¿qué haces todo el rato preguntando y preguntando?, déjalo de una vez, cada pregunta tuya añade una grieta más a las paredes de la cabaña».

El hombre no miraba a Maya ni a Mati, y tampoco respondió enseguida, sino que clavó una mirada amarga en las yemas de sus dedos, en sus grandes y oscuras uñas. A todas las preguntas de Maya, contestó con tres palabras:

– Me resultaba difícil.

Al cabo de un rato añadió:

– Yo, al igual que tú, también preguntaba sin parar. Pero todas esas preguntas sólo hacían que la gente se burlase aún más de mí. Hasta que de tantas grietas ya no me quedó cabaña.

– Maya, ya basta -dijo Mati.

– ¿Cómo que ya basta? ¿Por qué ya basta, Mati? -le contestó Maya enfadada-. Él se compadece tanto de sí mismo que olvida por completo que es la desgracia de todo nuestro pueblo. Incluso ahora, después de tantos años, cuando se le pregunta por qué huyó, evita dar una respuesta.

– Pero también Nimi huyó -dijo Mati-. Y los propios animales huyeron. Tú sabes cómo empiezan las mofas. Y las burlas. A veces también yo pienso en huir de ellos, de todos ellos, de la casa, de los padres, de los niños, de los adultos, de mis hermanas, de todos. Que piensen que tengo relinchitis. Huir y vivir solo en una cueva en el bosque y que nadie me diga todo el día «esto se hace», «esto no se hace», y «¿cómo no te da vergüenza?».