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– Pero, Mati -le contestó Maya-, cuando tú sueñas con huir, no sueñas también con llevarte contigo todo aquello que crece. O el agua. O la luz. Y tampoco sueñas con volver por las noches para vengarte de todos.

Entonces se hizo el silencio. Hasta que Nehi les dijo:

– En realidad, vosotros dos también habéis huido. Y ahora todo el pueblo está preocupado por vuestra culpa, y vuestros padres están desesperados y completamente destrozados.

26

Así permanecieron sentados durante toda la tarde en casa de Nehi, el rey de los bosques. Y la tarde continuaba y continuaba como si la hubiesen embrujado, y muchas horas después aún los acariciaba la suave luz de la tarde, y después de la luz de la tarde llegó la luz del atardecer, y al cabo de un tiempo indeterminado comenzó el ocaso, y ese ocaso continuó largamente encendiendo y pintando todo el cielo con un arco de suaves tonalidades, como si ahí arriba el tiempo se hubiese suprimido. Se hubiese borrado de una vez por todas. Como ya se ha dicho, desde dentro se descubría que no se trataba en absoluto de una fortaleza, sino tan sólo de un edificio bajo y ancho construido con gruesos maderos, y rodeado por un jardín. Mati y Maya pasearon por el jardín, regresaron a la casa, comieron, bebieron, hablaron y volvieron a salir a pasar un rato con los mamíferos, las aves y los reptiles que había en el jardín Y es que, justo después de haberles asustado, Nehi se echó a reír y, con una sonrisa, les ofreció las frutas más jugosas que jamás habían probado. Poco a poco empezaba a haber menos luz, pero la oscuridad se retrasaba. La propia tarde daba vueltas y soplaba despacio de arriate en arriate entre los caminos del jardín, era una tarde tan indecisa que no quería quedarse y no quería acabar.

No era de día ni de noche.

«Y no recuerdo, pero tampoco he olvidado por completo», pensó Mati, «que una vez estuve en un tiempo algo parecido a éste, en un tiempo que no era día ni noche, ni luz ni oscuridad, y de hecho no era un tiempo en absoluto sino todo lo contrario, era una especie de envoltura piadosa que me rodeaba y me cubría por completo. ¿En sueños? ¿Estando enfermo? ¿En el desconcierto de la fiebre alta? ¿Cuando era pequeño? ¿Cuando aún era un niño de pecho? ¿O anteriormente, antes de nacer?».

Nehi, cuando aún era el pequeño Naamán, con apenas cuatro o cinco años, se compadecía de todos los animales y se preocupaba de darles de comer, se preocupaba incluso de las moscas, de las hormigas y de los peces del río.

– Y también por eso se metían contigo en el pueblo -dijo Maya.

Maya no lo dijo en tono de pregunta, sino como si lo supiese.

– Hasta ahora no lo han olvidado -dijo Mati-, pero tampoco lo recuerdan. A lo mejor debería existir otra palabra, una palabra especial que incluyera tanto recordar como olvidar: a veces, alguno de nuestros padres imita de repente para sus hijos los sonidos de los animales. Pero al cabo de un rato se arrepiente, se corrige y se apresura a explicar que los animales no son más que leyendas. Y enseguida se queja de que nuestra maestra Emmanuela nos confunde completamente con todos los pájaros que la pobre tiene en la cabeza.

Cuando Mati dijo que hacía falta una palabra que incluyese tanto recordar como olvidar, Maya pensó en su madre, en Lilia, que esparcía al final del día migas para unos pájaros inexistentes y arrojaba trozos de pan al río para unos peces que desaparecieron tiempo atrás. «Ahora está llegando el final del día. Y justo ahora mi madre estará sola en la ribera del río y pronto empezarán a preocuparse de verdad por nosotros. O puede que entre tanto allá abajo hayan pasado ya varios días y varias noches, varios amaneceres y varios atardeceres, y todos hayan perdido ya la esperanza de encontrarnos, y que sólo aquí el tiempo se haya detenido. Pero el río», pensó Maya, «ese río jamás se detiene, fluye día y noche, serpentea entre los patios del pueblo y corre obstinadamente hacia el valle, burbujeando por la ladera y dejando espuma blanca en las orillas, como si estuviera huyendo de nosotros hacia abajo, hacia unos valles tranquilos, y sólo se detuviera un momento en nuestro pueblo para insultarlo».

– Deberíamos volver pronto -dijo Maya-. Estarán preocupados por nosotros. Pensarán que ha ocurrido una desgracia.

– Sólo un poco más -dijo Mati-. Sólo hasta que termine de contar su historia.

– Le pediremos a la oscuridad que se retrase un poco más -propuso el hombre-. Hace tiempo que acordamos con esta tarde que fuese una tarde lenta.

27

– Pero tú nos hiciste algo terrible al quitarnos todos los animales -dijo Maya-. Te llevaste también los animales a los que nadie había hecho daño nunca. Te llevaste incluso los queridos animales domésticos a los que les gustaba ser uno más de la familia, como, por ejemplo, el perro de Almón y la gata de Emmanuela con sus tres crías. El rapto de los animales fue en mi opinión algo más cruel que las burlas que tú tenías que soportar. Y tú, al decidir vengarte, ¿no te has parado a pensar ni por un momento de quién te estás vengando realmente? ¿De los que se burlan? ¿De los que maltratan a los animales? ¿O precisamente de Almón, de Solina, de mi madre y de Emmanuela, de quien encima nos dices que estabas enamorado?

Naamán alzó los hombros como intentando meter entre ellos el cuello y la cabeza. Como si quisiese afearse de pronto ante los ojos de los niños. Y sus manos comenzaron a rebuscar algo, como si suplicaran que les permitiesen dejar de ser manos, que las escondiesen, que las dejasen escapar de su dueño y no volver nunca más a él. Y cuando Maya mencionó el nombre de Emmanuela, apareció de pronto en la comisura de los labios de Nehi una especie de sonrisa que parecía desgraciada al tiempo que sumisa, una mueca que reflejaba maldad y a pesar de todo imploraba un poco de afecto.

– ¿Es que no estáis bien aquí? -dijo el hombre de repente en tono ofendido-. ¿No queréis quedaros? ¿Sólo un poco más? Bueno. Marchaos. No me importa. Marchaos. No estoy solo aquí. Marchaos. Retendré la oscuridad para que no caiga sobre vosotros antes de que lleguéis a casa. Marchaos. Da igual. Marchaos. Si de verdad quisiera vengarme, podría reteneros aquí para siempre. O al menos habría podido replicar a vuestras preguntas con otras bastante difíciles. Por ejemplo, ¿por qué todos vosotros permitís que vuestros padres os hagan callar cada vez que intentáis saber lo que de verdad ocurrió antes de que nacieseis? ¿Por qué siempre les dejáis que cambien de tema y hablen de otras cosas? ¿Tal vez porque no queréis saberlo realmente? ¿Tal vez porque también a vosotros os da miedo saberlo? ¿Porque es más fácil dejarse engañar para que no recaigan sobre vuestros jóvenes hombros todos los secretos de los padres? No sólo vosotros dos sino todos los niños del pueblo. Os resulta muy cómodo que la vergüenza y la culpa de los padres permanezca en ellos y no os ensucie también a vosotros, ¿no? ¿O tal vez habéis adivinado la verdad y eso os preocupa? Porque si fuera cierto lo que habéis adivinado, de pronto, de hoy en adelante, nadie podría hostigar ni burlarse nunca más. ¿Y cómo viviríamos y cómo nos divertiríamos sin humillar de vez en cuando a alguien? ¿Sin hacer un poco de daño, sin despreciar, sin pisotear alguna vez a los demás?

– Mira, Nehi -dijo Maya-, ahora eres tú el que se está burlando. Y hasta disfrutas haciéndolo, ¿verdad?

28

La soledad hizo que Naamán aprendiese a hablar con los animales en su idioma. Al cabo de unos años, cuando todo el pueblo empezó a decir que tenía relinchitis, a alejarse de él y a arrojarle de lejos trozos de tejas y piedras, se buscó una cueva en las montañas donde vivía solo y se alimentaba de hongos y bayas. Sólo a veces, por las noches, esperaba a que todo el pueblo se encerrase en sus casas y entonces bajaba y deambulaba como una sombra por las callejuelas del pueblo oscuro.

Aún sigue bajando algunas veces. En la oscuridad. Baja sólo cuando todos están encerrados tras las contraventanas y los cerrojos de hierro. Baja y deambula por el pueblo porque aquí, a pesar del amor de las criaturas y de todas las maravillas de la montaña, está un poco triste.