Era mi segunda visita y Étienne y yo hablábamos desde la mañana. Al llegar la hora de comer, telefoneó a su mujer para proponerle que se reuniera con nosotros en el restaurante italiano al que ya me había llevado la primera vez. Yo sólo me había cruzado con Nathalie en el entierro de Juliette y me preguntaba con un poco de inquietud qué pensaría de la extraña empresa en la que su marido y yo nos habíamos embarcado, pero en cuanto estuvo sentada al lado de él en el banco, rubia, decidida, risueña, mi inquietud se disipó. La situación parecía divertirle, si Étienne confiaba en mí ella también, y me contaron a dos voces, con un placer manifiesto, lo que en su mitología personal llamaban el cuarto de hora americano: una expresión que yo no conocía y que designa el momento en que, en una fiesta, las chicas toman la iniciativa del ligue.
Estamos en el otoño de 1994. Étienne concluye su psicoanálisis. Aunque objetivamente nada ha cambiado, considera que en él se ha abierto algo, que la pelota está ahora en el campo de la vida. Su analista lo aprueba y se encaminan juntos hacia una sesión que deciden ambos que será la última. Es un momento muy perturbador: dos veces por semana durante nueve años, le has dicho a alguien todo lo que no se cuenta a nadie, has mantenido una relación que no se parece a ninguna otra, y he aquí que de común acuerdo se pone fin a este vínculo juzgando que es su culminación: sí, la verdad, es perturbador. Terminada esta última sesión, Étienne vuelve a tomar en la estación del Norte el tren a Lille, donde a última hora de la tarde da su primera lección a un grupo de abogados muy jóvenes. Nathalie forma parte de este grupo, que se reúne después en el café para hablar. Algunos han adorado a Étienne, otros lo han aborrecido. Ella le ha adorado. Le ha parecido brillante, original, iconoclasta. La dulzura de su voz la ha emocionado, ella adivina detrás de su humor una riqueza de experiencia, un misterio que la fascinan. Investiga, averigua que él vive solo, se pasea solo, va solo a comprar libros en la Fnac. Étienne le gusta cada vez más. En las clases siguientes, le parece que él se interesa por una chica de su promoción, pero apenas le preocupa, primero porque la chica ya está comprometida con otro, y segundo porque aunque él no lo sepa todavía, ella sabe que es el hombre de su vida. Le invita a una velada y Étienne no se presenta. Termina el curso, era un ciclo breve, sólo algunas sesiones. Entonces ella va a verle al tribunal y le explica que los estudiantes, insatisfechos, quisieran como mínimo una más. No es cierto, pero Nathalie reúne a una docena de amigos para que hagan de comparsas en esta sesión adicional, muy informal, que se celebra en casa de Étienne. Al final, los estudiantes se marchan. Nathalie se demora y le propone ir al cine. La película que ven, Rojo, de Kieslowski, cuenta la historia de un juez cojo y misántropo, interpretado por Jean-Louis Trintignant, pero no prestan la menor atención a esta coincidencia porque al cabo de diez minutos ella le besa. Acaban la tarde en casa de él, y ella se queda a dormir. Étienne comprende que está sucediendo algo enorme y se asusta. Estaba previsto que él se iría al día siguiente a pasar una semana de vacaciones en Lyon, en casa de una amiga y, con intención de calmarse, cobrar distancia, parte. Se queda una noche en casa de su amiga, y esa noche comprende que no sólo se ha enamorado, sino que se trata de un amor confiado, compartido, cierto, que va a constituir el fundamento de toda su vida. Por la mañana telefonea a Nathalie: vuelvo, ¿quieres que nos veamos en mi casa? ¿Quieres vivir conmigo? Ella se presenta con sus pertenencias, ya no se separarán. Pero Étienne tiene otra cosa menos alegre que decirle: aunque no se ha hecho pruebas desde hace varios años, para no desanimarse aún más, está más o menos seguro de que la quimioterapia le ha vuelto estéril. Nathalie no niega que es un problema porque quiere tener hijos, pero en lugar de pararse a examinarlo se afana de inmediato en buscarle una solución. Compra un libro del biólogo Jacques Testart sobre las diversas técnicas de procreación asistida: si ninguna funciona, concluye, optarán por la adopción. De todos modos, antes hay que hacer de nuevo el test. Ella decide, organiza; él la sigue, maravillado. Todo lo que constituye un peso tan grande en su vida, la pierna que le falta, sus temores, su probable esterilidad, ella lo asume y se apaña: forma parte del conjunto, y el conjunto le conviene. Le acompaña a masturbarse para el banco de esperma y la semana siguiente van a recoger los resultados. La secretaria le dice a Étienne que la doctora quiere verles personalmente, cosa que les inquieta más bien, pero cuando la doctora abre la puerta de la sala de espera sonríe al verles apretujados el uno contra el otro y cogidos de la mano en el banco de escay negro, y yo también sonrío al mirarles, once años más tarde, en el banco del restaurante. Estos días he dado muchas malas noticias, dice la doctora, así que tengo ganas de darles una buena: pueden tener un hijo. Al salir, dicen: bueno, ¿nos ponemos? El mes siguiente Nathalie está embarazada.
Ella es del norte y está harta del norte, y él también. Además hace poco que uno de sus colegas penalistas, con la expresión sagaz del que ve sobre ti más lejos que tú, le repite a Étienne que está hecho para el tribunal de instancia. El colega es mucho mayor, de derechas, católico, un auténtico magistrado a la vieja usanza, hay muchas cosas en las que disienten, pero se aprecian, y Étienne no aborrece la idea de recurrir a la opinión de otra persona, al igual que, sin tener él mismo una inclinación clara, se entregaría al azar o, como en un caso parecido, yo mismo me someto a los consejos sibilinos del I King. Étienne considera que está bien decidir, pero puedes decidir que decidan otros, aceptar por las buenas un consejo o una propuesta, no coagular el curso de la vida obcecándose con algo tan contingente como la voluntad propia. A priori yo no me veía realmente como juez de primera instancia, pero si Bussières me ve tan bien en esa función, ¿por qué no? ¿Por qué no presentar mi candidatura a esa vacante en el tribunal de primera instancia de Vienne? Vienne está muy cerca de Lyon, Nathalie puede inscribirse en el colegio de abogados de Lyon, y además hará más calor que en Béthune.
Vienne, subprefectura del Isère, es una ciudad de 30.000 habitantes que tiene vestigios galo-romanos, un barrio antiguo, un paseo bordeado de cafés, un festival de jazz en julio. Es, por lo demás, una ciudad tan burguesa como desheredada es Béthune. Círculo de notables, dinastías de comerciantes o de togados, fachadas severas tras las cuales se dirimen a puerta cerrada las querellas por herencias: a Étienne más bien le divertía verse catapultado a esta provincia de las películas de Chabrol, sobre todo porque no se trataba de vivir en Vienne, sino sólo de ir tres veces por semana, media hora de coche desde el barrio de Perrache, donde acababan de encontrar el apartamento en que residen hoy. Le divertía, sí, sus relatos hacían reír a Nathalie, el centro de gravedad de su vida estaba en otra parte, en el hermoso apartamento que se complacían en decorar y donde acababa de nacer su segundo hijo. No obstante, cuando el abogado llegó con media hora de retraso, sin disculparse, a la primera audiencia que Étienne presidía, comprendió que se libraba una prueba de fuerza a la que no le convenía doblegarse. Los abogados del colegio de Vienne llevan allí veinte años, sus padres les han precedido, sus hijos les sucederán, y cuando ven aparecer a un juez nuevo, lo primero que hacen es darle a entender que son los propietarios de la casa y él un simple inquilino del que se espera que acate las normas. Étienne convocó al abogado y le dijo, amablemente: es la primera vez, no lo he registrado como un incidente de audiencia, pero, por favor, no vuelva a hacerlo o las cosas irán mal.