Uf. En una película, una música intensamente dramática debería acompañar el momento en que la heroína descubre estas líneas. Se le vería mover los labios a medida que avanza en la lectura, y su cara expresaría primero estupor, luego incredulidad y por último alborozo. Alzaría los ojos hacia el héroe balbuceando algo como: pero, entonces…, esto quiere decir…
Aquí un contraplano de Étienne, tranquilo, intenso: has leído bien.
Yo me burlo un poco, y es cierto que hay algo cómico en el contraste entre esta prosa indigesta y el arrebato que causó, pero podemos burlarnos del mismo modo de casi todas las empresas humanas en las que no estamos involucrados, de todos los compromisos y todos los entusiasmos. Étienne y Juliette libraban una lucha cuyo desenlace tenía incidencia sobre la vida de decenas de miles de personas. Llevaban meses sufriendo una derrota tras otra, y de repente Étienne encontraba la estocada secreta que iba a cambiar el curso de la batalla. Es siempre un placer, cuando un jefe- cilio te maltrata diciendo: es así, como yo digo, no tengo que dar cuentas a nadie, descubrir que por encima de él hay un gran jefe y que además éste te da la razón. No sólo el TJCE dice lo contrario del tribunal de casación, sino que prevalece sobre él, porque el derecho comunitario tiene un valor superior al derecho nacional. Étienne no sabía nada de derecho comunitario, pero ya le parecía formidable. Empezaba a desarrollar la teoría que nos expuso, me acuerdo, la mañana de la muerte de Juliette: cuanto más alta es la norma jurídica, tanto más generosa es y más cercana está de los grandes principios que inspiran el Derecho con mayúscula. Los gobiernos se sirven de decretos para cometer vilezas, mientras que la Constitución o la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano las proscriben y se mueven en el espacio etéreo de la virtud. Por suerte, la Constitución y la Declaración priman sobre los decretos, y sería muy idiota no sacar este as de la manga para desbaratar las maniobras de una sota o hasta un rey. Hacer que un deudor te pague es un derecho, desde luego, pero también lo es vivir una vida decente, y cuando hay que arbitrar entre los dos, cabe sostener que el segundo constituye una norma jurídica superior, y por tanto prevalece. Es similar en el caso, por un lado, del derecho que tiene el propietario a cobrar los alquileres, y por otro, del que tiene el inquilino a dormir bajo un techo, y gracias a estos combates librados desde hace una decena de años por jueces como Étienne y Juliette el segundo de estos derechos se está volviendo oponible, es decir, superior en la práctica al primero.
En suma, Étienne se excita, le brillan los ojos, Juliette se lo ha dicho: le gusta que le brillen los ojos. Le gusta su emoción y la comparte, pero en el tándem que forman le corresponde más bien a ella tener los pies en el suelo, recordar en cada ocasión el principio de realidad. Dice: hay que reflexionar. Siempre se puede decir que no cuesta nada apelar al derecho europeo para derrotar a la jurisprudencia nacional, pero no es cierto, puede costar muy caro. Impugnan esta jurisprudencia asociaciones de consumidores con las que Florès está en contacto y que libran contra ella una guerra de trincheras. La Blitzkrieg que están imaginando los dos por su cuenta amenaza, si fracasa, con minar esta labor de tanto tiempo y esfuerzo. Si el TJCE les dice que no, las entidades de crédito explotarán durante mucho tiempo el fallo.
Siguen unos días febriles, de llamadas por teléfono y de e-mails a Florès, pero también a una profesora de derecho comunitario, Bernadette Le Baut Ferrarese, que, consultada, se apasiona por la cuestión. La respuesta del TJCE, según ella, no es segura, pero vale la pena intentarlo, a sabiendas de que es como el indulto presidencial en el caso de una pena de muerte: te lo juegas a una carta, es la última que te queda. Por último, deciden probar. ¿Quién asume el mando? ¿Quién va a redactar la sentencia provocadora? Podría ser cualquiera de los tres jueces, pero la cuestión, al parecer, no se plantea: es a Étienne al que más le gusta estar en primera línea.
Hace varios meses que se amontonan en su despacho expedientes relativos a un contrato ofrecido por nuestra vieja conocida, la sociedad Cofidis, y que luce el bonito nombre de Asugusto. El contrato Asugusto podría estudiarse en la escuela como ejemplo de coquetería a fondo con la estafa. Se presenta como una «petición gratuita de reserva de dinero», en la que «gratuita» aparece en negrita y el tipo de interés, en cambio, figura en letra muy pequeña en el reverso y es del 17,92%, lo que sumado a las penalizaciones supera la tasa de usura. Étienne escoge al azar del montón el expediente en que insertar su pequeña bomba: Cofidis SA contra Jean-Louis Fredout. No es un gran caso: Cofidis reclama 16.310 francos, de los que 11.398 son capital y el resto intereses y penalizaciones. En la audiencia no comparece Fredout, que no tiene abogado. El de Cofidis, por el contrario, es un cascarrabias del colegio de abogados de Vienne, un viejo asiduo de la casa que no se alarma cuando Étienne señala que «las cláusulas financieras no son legibles», que «esta falta de legibilidad debe compararse con la mención de la gratuidad, presentada de forma especialmente visible» y que por este motivo «las cláusulas financieras pueden considerarse abusivas». No se alarma, se sabe de memoria las sutilezas de Étienne, al que, por otra parte, aprecia, y con un tono guasón pero nada agresivo, como quien canta su parte en un dueto muy ensayado, responde que da igual si las cláusulas son abusivas, puesto que el contrato data de enero de 1998, la citación de agosto de 2000 y el plazo de prescripción ha vencido hace mucho, así que lo siento, señor presidente, era una maniobra simpática para salvar el honor, pero la ley es la ley y a ella nos atenemos.
Bien, dice Étienne, nos atenemos a ella. Sentencia dentro de dos meses. Cuanto más parece rebajarse, más goza por dentro. Si sólo dependiera de él, dictaría sentencia la semana siguiente, pero hay que fingir que no pasa nada, observar el plazo habitual. La audiencia finaliza el viernes a las seis de la tarde y el sábado por la mañana está delante del ordenador, en su casa. Redacta febrilmente y jubiloso, se ríe solo. Al cabo de dos horas ha terminado, la sentencia tiene catorce páginas, que es una extensión infrecuente. Llama a Juliette para leérsela en voz alta y ella también se ríe. Después le toca el turno a Florès y a Bernadette, totalmente inmersa en la conspiración. Se deja reposar el texto, se comprueba todo, se pesa una y otra vez cada palabra. Es sumamente técnico, por supuesto, pero la idea se resume simplemente. La sentencia consiste en decir: no puedo emitir un fallo porque la ley no está clara, y para aclararla debo formular una pregunta al TJCE. Esta pregunta, que se llama cuestión prejudicial, es la siguiente: ¿se ajusta a la Directiva europea que el juez nacional, al expirar el plazo de prescripción, no pueda señalar de oficio una cláusula abusiva en un contrato? Respóndanme sí o no, yo juzgaré en consecuencia.
Después se muerden las uñas durante los dos meses reglamentarios, al cabo de los cuales envían a las partes, y sobre todo al TJCE, esta sentencia que no lo es realmente, puesto que aguarda la respuesta que recibirá la cuestión prejudicial. Algún tiempo después, Étienne se cruza en un pasillo con el abogado de la empresa Cofidis, un poco desconcertado por este objeto jurídico no identificado. Pero bueno, si eso le divierte…, bromea. Nosotros vamos a recurrir, el tribunal de casación fallará, es lo suyo, y al emitir sentencia anulará la cuestión. Sólo habremos perdido un año, a mí me da lo mismo, a usted también, lo único es que el pobre hombre va a hacerse ilusiones y al final pagará el pato entero. Étienne, que ha previsto esta respuesta, sonríe. No creo, dice, que la cosa sea así: el propio tribunal de casación dice que el recurso sólo es posible contra las sentencias sustanciales, no contra las sentencias preliminares, que es la que usted ha recibido. El otro arquea las cejas. ¿Está seguro? Seguro, responde Étienne.