Gabrielle levantó la mano para acariciar la superficie del agua y luego se pasó los dedos mojados por el abdomen. Varias gotitas se deslizaron sobre el estómago y costados. Una de ellas capturó un rayo de sol mientras se deslizaba lentamente por su vientre antes de desaparecer en el ombligo. A Joe le ardieron las entrañas y el deseo pujó en su ingle. Permaneció de pie en el césped, cada vez, más duro y grueso, sin poder controlar los inoportunos pensamientos que lo asaltaban. Quería meterse en esa piscina, poner los brazos alrededor de su cintura y succionar la gotita de agua del ombligo. Quería sumergir la lengua dentro y lamer su cálida piel. Trató de recordarse que ella estaba como una cabra, pero después de nueve horas, todavía sentía la suave textura de sus labios contra los suyos.
Ese beso había sido cosa de trabajo, algo necesario para taparle la boca antes de que soltase todo el plan. Su cuerpo había respondido, por supuesto, y no se había sorprendido por su reacción ante el sabor de su cálida boca y el contacto de sus senos, pero había cometido un grave error. Le había metido la lengua en la boca y había descubierto que ella sabía a una mezcla de menta y pasión. Ahora sabía cómo se sentían sus dedos entre aquellos rizos suaves y que olía a flores exóticas. Gabrielle no lo había apartado ni se había resistido y su respuesta lo había hecho reaccionar, cogiéndolo por sorpresa. Se había puesto duro en menos que canta un gallo. Se había controlado por los pelos y había tenido que hacer un gran esfuerzo para mantener las manos quietas, para no llenarlas con sus pechos. Era poli, pero también un hombre.
Mientras permanecía en el patio trasero de la casa de Gabrielle deslizando la mirada por el pequeño triángulo plateado que cubría su entrepierna, sus pensamientos no tenían nada de policía y todo de hombre. Su mirada se movió a la pequeña marca de nacimiento en el interior del muslo derecho, recorrió las largas piernas hasta las uñas de los pies pintadas de color púrpura, después la volvió a pasear por el aro del ombligo hasta la parte superior del biquini plateado. La costura de la tela cruzaba por sus pezones y ceñía los dos perfectos montículos bronceados de sus pechos. La tierra se movió bajo los pies de Joe, tembló y se abrió bajo él con intención de engullirle. Ella era su confidente. Era una chiflada. Pero también era atractiva y no deseaba otra cosa que arrancarle el biquini como si fuera el papel de estaño de un bocadillo para poder enterrar la cara entre sus pechos.
Movió la mirada al hueco de su garganta, pasando de la barbilla a la boca voluptuosa. Observó el movimiento de sus labios y, por primera vez desde que había puesto los pies en el patio trasero, se dio cuenta de que sonaba una suave voz de hombre diciendo algo sobre una caverna.
– Ésta es tu cueva -canturreaba el hombre como si estuviera forrado de Seconal-. Este es tu lugar. Un lugar donde podrás encontrarte a ti mismo, donde encontrarás tu equilibrio interior. Inspira profundamente… expandiendo el pecho y el abdomen…Espira muy lentamente y repite después de mí… Estoy en paz, Ohm Na-Ma-See-Va-Yaa… Humm…
La tierra regresó bajo sus pies, sólida otra vez. De nuevo, todo estaba bien en el mundo de Joe Shanahan. En perfecto equilibrio. Ella aún estaba loca y nada había cambiado. Sintió un abrumador deseo de reírse, como si se hubiera burlado de la muerte.
– Debería haber imaginado que te gusta Yanni -dijo lo suficientemente alto para que le oyera sobre la cinta.
Gabrielle abrió los ojos de golpe y se incorporó bruscamente. La piscina se movió y Joe observó cómo brazos y piernas se hundían en el agua. Cuando logró sentarse en el fondo de la piscina, tenía pétalos rosados y rojos pegados al pelo. Las rodajas de limón habían caído al agua y las flores silvestres se movían a su alrededor.
– ¿Qué haces aquí? -farfulló.
– Tenemos que hablar -respondió él con una sonrisa que intentó contener, pero que no logró reprimir.
– No tengo nada que decirte.
– Entonces puedes escuchar. -Se dirigió hacia el cassette-. Pero antes tenemos que deshacernos de Yanni.
– No escucho a Yanni. Eso es meditación yoga.
– Vale. -Pulsó el botón de stop y se volvió para enfrentarse a ella.
El agua se deslizó por el cuerpo de Gabrielle mientras se levantaba y él no pudo evitar notar que una ramita de flores púrpura se había pegado a la parte superior del biquini.
– Era de esperar. -Se echó el pelo sobre un hombro y lo exprimió-. Justo cuando encuentro mi equilibrio interior entras en el patio y lo arruinas todo.
Joe no creía que ella conociera nada que pudiera denominarse equilibrio. Cogió una toalla blanca del respaldo de una silla de mimbre y se dirigió hacia la piscina. Fuera o no una desequilibrada tenían que fingir que eran novios, sin embargo, durante los últimos dos días ella se había comportado como si él fuera el azote de la peste. Kevin seguía sin sospechar nada, pero Joe no podía seguir justificando ese comportamiento hostil con celos y calambres menstruales.
– Tal vez podemos dedicarnos a eso -le dijo y le dio la toalla.
Sus manos se quedaron inmóviles y lo miró fijamente; achicó los ojos verdes con desconfianza.
– ¿Dedicarnos a qué? -Tomó la toalla y salió de la piscina.
– A cómo comportarnos el uno con el otro. Sé que piensas que soy tu enemigo, pero no lo soy. -Aunque no confiara en ella, necesitaba que ella confiara en él. Era responsable de su seguridad y protegerla físicamente era parte de su trabajo.
Y no podía protegerla si seguía de parte de Kevin cuando las cosas se pusieran feas. En realidad no creía que Kevin lastimara a Gabrielle, pero si había algo que podía esperar era precisamente lo inesperado. Era la única manera de que nunca lo sorprendieran con los pantalones bajados.
– Tienes que dejarme hacer mi trabajo. Cuanto antes consiga lo que necesito, antes estaré fuera de tu vida. Tenemos que llegar a algún tipo de acuerdo.
Ella se palmeó la cara y el cuello con la toalla y arrancó las flores púrpura del biquini.
– ¿Quieres decir un compromiso?
Algo así. Quería que dejara de actuar como una neurótica y empezara a comportarse como si estuviera loca por él. Y que no lo llamara demonio del infierno.
– Exacto.
Ella lo estudió y lanzó la ramita de flores de vuelta a la piscina.
– ¿Cómo?
– Primero tienes que calmarte y dejar de actuar como si Los hombres de Harrelson estuvieran a punto de entrar por el escaparate de la tienda.
– ¿Y segundo?
– Puede que no nos guste a ninguno de los dos, pero se supone que eres mi novia. Deja de actuar como si fuera un asesino en serie.
Cuando ella se palmeó la parte superior de los senos con la toalla, él no apartó los ojos de su cara. De ninguna manera pensaba bajar la mirada y ser engullido otra vez por la tierra.
– ¿Y si lo hago? -preguntó-. ¿Qué harás por mí?
– Probar que realmente no estás implicada.
– Ajá. -Ella sacudió la cabeza y se envolvió la toalla alrededor de la cintura-. Esa amenaza ya no me asusta, detective, porque no creo que Kevin sea culpable.
Joe cambió el peso de pie y cruzó los brazos sobre el pecho. Conocía la situación. Ahora era cuando los colaboradores lo extorsionaban para conseguir dinero o querían que todas sus multas de tráfico impagadas desaparecieran más rápido que una bolsa de marihuana en un centro de rehabilitación; o tal vez quisiera algo distinto y personal.
– ¿Qué quieres?