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Obviamente no sabía nada importante. No sabía nada de ella.

– No fui a conseguir un título -comenzó, colocando el cuenco de ensalada sobre el plato y apartando ambos a un lado. No había comido apenas stroganoff pues, con Joe sentado frente a ella, se había quedado sin apetito-. Fui para aprender las cosas que me interesaban. Cuando lo hice, seguí mi camino y busqué nuevos horizontes. -Apoyó el brazo en la mesa y descansó la mejilla en la mano-. Cualquiera puede obtener un título. Vaya cosa. Un trozo de papel de una universidad no define a una persona. No dice quién eres.

Él tomó la servilleta de lino del regazo y la colocó al lado del vaso.

– Entonces ¿por qué no me cuentas quién eres realmente? Dime algo que no sepa.

Supuso que quería que le revelara algo incriminador, pero no había nada que revelar. Nada en absoluto, así que le dijo algo que estaba segura que nunca adivinaría sobre ella.

– Bueno, he estado leyendo lo que Freud opinaba sobre compulsiones y fetiches. Según él, tengo fijación oral.

Él bajó la mirada a su boca mientras una media sonrisa le curvaba los labios.

– ¿En serio?

– No te excites demasiado -se rió-. Freud era esa mente brillante que disertaba sobre la envidia que sentimos nosotras, las mujeres, por el pene del hombre, lo cual me parece absurdo. Sólo un hombre inventaría algo tan estúpido. Nunca me he encontrado con una mujer que quisiera tener pene.

Cuando él clavó los ojos en ella por encima de la mesa, sonreía ampliamente.

– Conozco a unas cuantas a las que les encantaría tener el mío.

A pesar de sus liberales puntos de vista sobre sexo, Gabrielle notó que le ardían las mejillas.

– No quise decir eso.

Joe se rió, e inclinó la silla hacia atrás sobre dos patas.

– ¿Por qué no me cuentas cómo te asociaste con Kevin?

Gabrielle creía que Kevin ya se lo había contado y se preguntó si lo único que quería Joe era pillarla en una mentira. De todas maneras ella no tenía por qué mentir sobre eso.

– Como ya sabes, nos conocimos en una subasta unos años antes de que abriésemos Anomaly. Kevin acababa de mudarse desde Portland y trabajaba para un anticuario del centro. Yo también trabajaba para un anticuario con tiendas en Pocatello, Twin Falls y Boise. Después de esa primera vez, me lo encontré varias veces. -Hizo una pausa y sacudió una miga de pan de la mesa-. Tiempo después me despidieron del trabajo y me llamó para preguntarme si quería abrir un negocio a medias con él.

– ¿Así como así?

– Oyó que me habían despedido por algo relacionado con la compra de pinturas funerarias, de las que se hacen con pelo. El dueño de la tienda no tenía una actitud muy abierta con respecto a ese tema. Me despidió, aunque después hizo negocio gracias a mí.

– Así que Kevin te llamó y decidisteis abrir un negocio juntos. -Cruzó los brazos sobre el pecho y balanceó un poco la silla-. ¿Así sin más?

– No. Él quería vender sólo antigüedades, pero yo ya estaba un poco quemada de todo aquello. Al final hicimos un pacto y abrimos una tienda de curiosidades. Aporté el sesenta por ciento de los costes iníciales.

– ¿Cómo?

Gabrielle odiaba hablar de dinero.

– Estoy segura de que sabes que tengo un modesto fondo fiduciario. -Había invertido más de la mitad en Anomaly. Normalmente, cuando la gente conocía su apellido asumían que tenía una cuenta corriente sin fondo, pero no era verdad. Si por cualquier motivo tuviera que cerrar la tienda, se quedaría casi en la ruina. Pero pensar en perder la inversión financiera no la molestaba tanto como pensar que había perdido tiempo, ilusiones y energía en sacar adelante un negocio para nada. La mayoría de la gente medía el éxito por el dinero. Gabrielle no. Claro que quería pagar las facturas como todo el mundo, pero para ella el éxito se medía por el grado de satisfacción con uno mismo. En ese aspecto se consideraba una triunfadora.

– ¿Y Kevin?

Gabrielle sabía que la manera de ver el éxito no era igual en el caso de Kevin. Para él el éxito era algo tangible. Algo que se podía tocar, conducir o llevar puesto. Lo que no lo hacía muy brillante, pero eso no lo convertía en un criminal sino más bien en todo lo contrario, un buen socio.

– Pidió un crédito bancario por el otro cuarenta por ciento.

– ¿Te molestaste en investigar antes de iniciar el negocio?

– Por supuesto. No soy tonta. La localización es el factor más importante en el éxito de un negocio pequeño. Hyde Park tiene una clientela estable…

– Espera. -Él levantó una mano, interrumpiéndola-. No me refería a eso. Preguntaba si alguna vez se te había ocurrido investigar a fondo a Kevin antes de invertir tanto dinero.

– No hice una investigación criminal ni nada por el estilo, pero hablé con sus jefes. Todos me hablaron muy bien de él -Sabía que lo que iba a decir a continuación no lo entendería nunca, pero se lo dijo de todas formas-. Medité sobre ello durante un tiempo antes de darle mi respuesta.

Joe dejó caer las manos y frunció el ceño.

– ¿Meditaste? ¿No pensaste que abrir un negocio con un hombre al que apenas conocías requería algo más que meditación?

– No.

– ¿Por qué diablos no?

– Por el karma.

Con un golpe sordo, las patas de la silla volvieron al suelo.

– ¿Cómo?

– La recompensa del karma. Me sentía infeliz y acababan de despedirme, entonces apareció Kevin ofreciéndome la oportunidad de ser mi propio jefe.

Él no habló durante un largo momento.

– ¿Estás diciéndome -comenzó de nuevo- que la oferta de Kevin de montar un negocio fue una recompensa por algo bueno que hiciste en una vida anterior?

– No, no creo en la reencarnación. -Sabía que creer en karmas confundía a algunas personas y no esperaba ni por asomo que el detective Shanahan lo entendiera-. Abrir un negocio con Kevin fue mi recompensa por algo que hice en esta vida. Creo que el bien y el mal que uno hace afecta a lo que le pasa ahora, no después de morir. Cuando te mueres, vas a un plano cósmico diferente. La iluminación o el conocimiento que adquieres en esta vida determinan a qué plano ascenderá tu alma.

– ¿Estás hablando de algo tipo Heaven and Hell Bop que piensan que el cielo está en algún lugar de la tierra?

Había esperado una pregunta peyorativa de él y se sorprendió.

– Estoy segura de que tú lo llamas «el cielo».

– ¿Y no es así como lo llamas tú?

– Normalmente no lo llamo de ninguna manera. Podría ser el cielo. El infierno. El nirvana. Cualquier cosa. Sólo sé que es el lugar donde irá mi alma cuando muera.

– ¿Crees en Dios?

Estaba acostumbrada a esa pregunta.

– Sí, pero probablemente no de la misma manera que tú. Creo que Dios existe cuando, por ejemplo, me siento en un campo de margaritas y mis sentidos se llenan con la belleza impresionante que me rodea y que Él ha creado. Entonces me siento en paz. Para mí es más importante que acatar los Diez Mandamientos o sentarme en una iglesia mal ventilada y escuchar a algún tío explicándome cómo he de vivir la vida. Creo que hay una gran diferencia entre ser religioso y ser espiritual. Quizá se pueda ser ambas cosas, no lo sé. Sólo sé que mucha gente usa la religión como una etiqueta y la reduce a eso, a simples pegatinas de quita y pon. Pero la espiritualidad es diferente. Proviene del corazón y del alma. -Esperaba que él se riera o la mirara como si le hubieran salido pezuñas y cuernos. Sin embargo, la sorprendió.

– Es posible que tengas razón -dijo poniéndose de pie. Colocó el cuenco de la ensalada sobre el plato, recogió sus cubiertos y los llevó a la cocina.

Gabrielle lo siguió y lo observó lavar el plato en el fregadero. Nunca hubiera pensado que era la clase de tío que lavaba sus cubiertos. Puede que fuera porque parecía muy machista, uno de esos tipos que se aplastan latas de cerveza en la frente.