Joe retrocedió y se pasó los dedos por el pelo. Soltó una bocanada de aire y dejó caer las manos. Parecía perplejo, como si algo le hubiera golpeado en la cabeza.
– Tal vez no deberías llevar puestas cosas como ésa al trabajo.
Con el deseo aún rugiendo por sus venas, Gabrielle se balanceó sobre los talones y bajó la mirada desconcertada al vestido. El dobladillo la cubría hasta los tobillos y el corpiño suelto apenas revelaba nada.
– ¿Esto? ¿Qué le pasa?
Él cambió el peso de pie y cruzó los brazos sobre el pecho.
– Es demasiado sexy.
El asombro la dejó sin habla durante un momento, pero cuando lo miró a los ojos y se percató de que estaba hablando en serio no pudo evitarlo, estalló en carcajadas.
– ¿Qué es tan gracioso?
– Ni echándole toda la imaginación del mundo se puede considerar sexy este vestido.
Él sacudió la cabeza.
– Quizá sea ese sujetador negro que llevas puesto.
– Si no te hubieses quedado mirando lo que llevo debajo del vestido, no sabrías cómo es mi sujetador.
– Y si no me lo hubieses mostrado, yo no habría mirado.
– ¿Mostrado? -La indignación enfrió cualquier resto de deseo y la situación ya no le pareció tan graciosa-. ¿Quieres decir que cuando ves un sujetador negro pierdes el control?
– Normalmente no. -La miró de arriba abajo-. ¿Qué era eso que quemabas antes?
– Aceites de naranja y pétalos de rosas.
– ¿Nada más?
– No. ¿Por qué?
– ¿No había nada raro en alguno de esos frasquitos tan extraños que llevas contigo? ¿Hechizos o vudú o algo por el estilo?
– ¿Crees que me besaste por culpa de aceite de vudú?
– Podría ser.
Era de lo más ridículo. Ella se inclinó hacia delante y le hincó el dedo índice en el pecho.
– ¿Te dejaron caer de cabeza cuando eras pequeño? -le hincó el dedo de nuevo-. ¿Es ése tu problema?
Él descruzó los brazos y le atrapó la mano entre sus cálidas palmas.
– Creía que eras pacifista.
– Lo soy, acabas de provocarme. -Gabrielle hizo una pausa y escuchó las voces que provenían de la tienda. Se estaban acercando a la trastienda y no necesitaba mirar para saber quién había llegado.
– Gabe está ahí dentro con su novio -dijo Kevin.
– ¿Novio? Gabrielle no mencionó que tuviera novio cuando hablé con ella anoche.
Gabrielle arrancó su mano de la de Joe, dio un paso atrás estudiándolo rápidamente de pies a cabeza. Él era tal como su madre había descrito. Terco, decidido y sensual. Los pantalones vaqueros y el cinturón de herramientas eran como un anuncio de neón andante.
– Rápido -susurró-, dame el cinturón de herramientas.
– ¿Qué?
– Sólo hazlo. -Sin el cinturón de herramientas tal vez su madre no confundiría a Joe con el hombre de su visión-. Date prisa.
Joe bajó las manos a los vaqueros y se desabrochó el ancho cinturón de cuero. Lentamente se lo entregó y preguntó:
– ¿Algo más?
Gabrielle se lo arrebató y lo lanzó detrás de una de las cajas golpeando la pared. Se volvió a tiempo de ver a su madre, a su tía Yolanda y a Kevin entrar en la trastienda. Salió del pequeño almacén y compuso una sonrisa.
– Hola -dijo, como si no pasara nada fuera de lo común. Como si no hubiera estado besuqueándose con un amante moreno y apasionado.
Joe observó los hombros rectos de Gabrielle mientras salía del almacén. Rápidamente le dio la espalda a la puerta y se tomó un momento para recomponerse. No importaba lo que Gabrielle hubiera dicho, en esas cosas que ella quemaba continuamente debía de haber algún tipo de afrodisíaco que afectaba a la mente. Era la única explicación de por qué él había perdido completamente el juicio.
Cuando salió del almacén, no reconoció a las mujeres que estaban con Kevin, pero la más alta de las dos denotaba un notable parecido con Gabrielle. Llevaba su abundante pelo cobrizo con raya al medio y sujeto a los lados con cintas de abalorios.
– Joe -dijo Gabrielle, mirándolo por encima del hombro-. Esta es mi madre, Claire, y mi tía, Yolanda.
Joe tendió la mano a la madre de Gabrielle, que se la apretó con fuerza.
– Me alegro de conocerla -dijo él mientras miraba unos ojos azules que lo observaban como si pudieran leerle la mente.
– Ya te conozco -lo informó.
De eso nada. Joe habría recordado a esa mujer. Había en ella una fuerza extraña que no era posible olvidar.
– Creo que me está confundiendo con alguien. No nos hemos visto antes.
– Ah, es que tú no me conoces -añadió ella como si eso aclarara el misterio.
– Mamá, por favor.
Claire levantó la mano de Joe y clavó los ojos en la palma.
– Tal como sospechaba. Mira esta línea, Yolanda.
La tía de Gabrielle se acercó e inclinó su cabeza rubia sobre la mano de Joe.
– Testarudo hasta la médula. -Levantó sus ojos castaños hacia él, luego miró con pesar a Gabrielle y meneó la cabeza-. ¿Estás segura sobre este hombre, cariño?
Gabrielle gimió y Joe trató de retirar su mano del agarre de Claire. Tuvo que tirar dos veces con fuerza antes de que finalmente lo soltase.
– ¿Cuándo naciste, Joe? -preguntó Claire.
No quería contestar. No creía en toda esa mierda del zodíaco, pero cuando ella clavó los ojos en él con esa mirada espeluznante se le erizaron los pelos del cogote y, sin querer, abrió la boca para decirlo:
– El uno de mayo.
Ahora fue el turno de Claire de mirar a su hija y negar con la cabeza.
– Un Tauro de pies a cabeza. -Luego fijó la atención en Yolanda-. Son muy carnales. Aman la buena mesa y los buenos amores. Los Tauro son los más sensuales del zodíaco.
– Unos verdaderos hedonistas. Muy resistentes e implacables cuando se concentran en un objetivo o tarea -añadió Yolanda-. Muy posesivos con su pareja y protectores de sus hijos.
Kevin se rió y Gabrielle frunció los labios. Si las dos mujeres no hubieran estado discutiendo como si él fuera un semental en potencia, Joe podría haberse reído también. Gabrielle, obviamente, no le veía la gracia a la situación, pero ella no podía revelar a su madre y a su tía que él no era su novio. No con Kevin allí. Joe no podía hacer nada para ayudarla, pero habría intentado cambiar de tema si ella no hubiera abierto la bocaza en ese momento para insultarlo.
– Joe no es el amante moreno y apasionado que tú piensas que es -dijo ella-. Créeme.
Joe estaba bastante seguro de que era un tío apasionado y también de que era un buen amante. Nunca había tenido quejas de ninguna mujer. Ella no podía coger y acusarlo de ser un amante pésimo. Deslizó un brazo alrededor de su cintura y le besó la sien.
– Ten cuidado o harás que te lo demuestre -dijo, luego se rió entre dientes como si la idea de que pudiera hacerlo mal fuera ridícula-. Gabrielle está un poco enfadada conmigo por sugerir que limpiar y cocinar son cosas de mujeres.
– ¿Y aún respiras? -preguntó Kevin-. Un día le sugerí que se encargara de limpiar el cuarto de baño de la tienda porque son cosas de mujeres y pensé que iba a desollarme.
– Qué va, si ella es pacifista -aseguró Joe a Kevin-. ¿No es verdad, ricura?
La mirada que ella le devolvió a cambio era cualquier cosa menos pacífica.
– Estoy deseando hacer una excepción contigo.
Él la estrechó contra sí y le dijo:
– Eso es lo que a un hombre le gusta oír de una mujer.
Luego, antes de que ella volviera a acusarlo otra vez de ser un demonio del infierno, posó su boca sobre la de ella ahogando su cólera con un beso. Gabrielle abrió los ojos aún más, luego los entrecerró y levantó las manos a sus hombros. Antes de que pudiera apartarlo de un empujón Joe la soltó y pareció que, más que apartarlo, intentaba retenerlo. Él sonrió y durante unos segundos Gabrielle pensó que el resentimiento podría vencer todas sus creencias en la no violencia. Pero era la pacifista que decía ser, así que inspiró profundamente y exhaló con calma. Fijó la atención en su madre y su tía, y lo ignoró por completo.