– ¿Cómo lo sabe?
– Sólo sé que es así. Sé que nunca se involucraría en algo ilegal.
– ¿En serio? -La expresión de los ojos de Shanahan le decía que estaba tan exasperado como sonaba-. ¿Puede decirme por qué?
Gabrielle lo recorrió brevemente con la mirada. Varios rizos oscuros se le habían soltado del pañuelo y le caían sobre la frente. Él alcanzó el bloc de notas y comenzó a garabatear con una pluma. La energía negativa le rodeaba como una nube negra y atravesaba el espacio entre ellos. Obviamente le costaba controlar la cólera.
– Pues bien -comenzó, y paseó la mirada de un hombre a otro-. En primer lugar, lo conozco desde hace varios años. Ciertamente me enteraría si vendiese antigüedades robadas. Trabajamos juntos casi todos los días. Si él estuviera ocultando un secreto de ese calibre, lo sabría.
– ¿Cómo? -preguntó el capitán Luchetti.
No parecía el tipo de hombre que creyera en auras, así que se abstuvo de mencionarle que no había percibido ningún aura negra rodeando a Kevin últimamente.
– Sólo lo sabría.
– ¿Alguna otra razón? -preguntó Shanahan.
– Sí, es Acuario.
La pluma del detective salió disparada por el aire, dio varias vueltas y aterrizó en alguna parte detrás de él.
– Cielo santo -gimió él como si le hubieran dado un puñetazo.
Gabrielle lo miró con chispas en los ojos.
– Pues bien, es una buena razón. Los Acuario odian mentir y hacer trampa. Odian la hipocresía y la duplicidad. Abraham Lincoln era Acuario, ¿lo sabía?
– No. No lo sabía -contestó el capitán Luchetti y cogió el bloc de notas. Se lo puso delante y tomó una pluma de plata del bolsillo de su camisa-. En realidad creo que no se da cuenta de la gravedad del asunto. El cargo de asalto con agravante a un oficial de policía conlleva una pena de un máximo de quince años.
– ¡Quince años! En primer lugar, nunca le habría asaltado si él no me hubiera estado siguiendo. Y de todas maneras no fue un asalto de verdad. Soy pacifista.
– Los pacifistas no llevan armas -le recordó Shanahan.
Gabrielle ignoró adrede al hosco detective.
– Señorita Breedlove -continuó el capitán-, además del cargo de asalto, hay que añadir el de robo a gran escala. Puede llegar a pasarse quince años en la cárcel. Ese sí es un problema bastante grave, señorita Breedlove.
– ¿Robo a gran escala? ¿¡YO!? -Se llevó una mano al corazón-. ¿Por qué?
– El Monet de Hillard.
– ¿Creen que yo tuve algo que ver con el robo de la pintura robada al señor Hillard?
– Está implicada.
– Esperen un momento -replicó plantando las manos sobre la mesa-. ¿Creen que robé el Monet del señor Hillard? -Se habría reído de la situación si no fuera tan poco divertida-. Nunca jamás he robado nada en mi vida -Su conciencia cósmica escogió aquel momento para disentir con ella-. Bueno, a menos que cuente lo de la barrita de caramelo Chiko Stix cuando tenía siete años, pero me sentí tan mal después que realmente no la disfruté mucho.
– Señorita Breedlove -interrumpió Shanahan-, me importa un carajo la maldita barrita de caramelo que robó cuando tenía siete años.
La mirada de Gabrielle se movió entre los dos hombres. El capitán Luchetti parecía confuso mientras profundas arrugas surcaban la frente de Shanahan y las comisuras de su boca.
Cualquier atisbo de paz y serenidad la había abandonado hacía mucho rato y tenía los nervios a flor de piel. No pudo contener las lágrimas que anegaron sus ojos y apoyando los codos sobre la mesa se cubrió la cara con las manos. Tal vez no debería haber renunciado al derecho de tener abogado, pero hasta ahora no había creído que necesitara uno. En el pequeño pueblo donde había nacido y crecido, conocía a todo el mundo, incluyendo a los oficiales de policía. Siempre traían a casa a su tía Yolanda después de que se hubiera adueñado sin querer de la propiedad de otra persona.
Por supuesto, había sólo tres oficiales de policía en su ciudad natal, pero eran algo más que sólo tres hombres que patrullaban las calles. Eran personas estupendas que ayudaban a la gente.
Bajó las manos a su regazo y volvió a mirarlos a través de las lágrimas. El capitán Luchetti seguía observándola, parecía tan cansado como ella. Shanahan había desaparecido. Probablemente había ido a buscar unas empulgueras.
Gabrielle nunca se había sentido tan asustada en su vida, incluso sentía temblores por todo el cuerpo.
Suspiró y se limpió las lágrimas con las manos. Estaba metida en un gran lío. Una hora antes había creído que la dejarían marchar en cuanto se percataran de que no había hecho nada malo. Bueno, nada realmente malo. Nunca habría llevado la Derringer si no se hubiera sentido amenazada por el detective Shanahan. Y además, en Idaho, no se consideraba un delito tan grave llevar un arma. Sin embargo, ellos pensaban que estaba involucrada de alguna manera en algo muy gordo; no sólo ella, también Kevin. Pero conocía a su socio demasiado bien para creer algo así. Sí, Kevin tenía algún negocio más aparte de Anomaly; era un empresario de éxito. Ganaba mucho dinero, y sí, quizá fuera un poco avaricioso e introvertido y mucho más pendiente del dinero que de su alma, pero eso no era, ciertamente, un crimen.
– ¿Por qué no le echa un vistazo a esto? -sugirió el capitán Luchetti, deslizando dos folios y un montón de polaroids hacia ella.
Las antigüedades de las fotos eran en su mayor parte de origen oriental; unas cuantas eran Staffordshire. Además, si eran verdaderas antigüedades y no reproducciones, debían de ser muy caras. Se fijó en las tasaciones de los seguros. No eran reproducciones.
– ¿Qué me puede decir sobre éstas?
– Diría que este plato de la dinastía Ming está más cerca de los siete mil que de los ocho mil, pero la tasación es razonable.
– ¿Vende este tipo de cosas en la tienda?
– Podría, pero no lo hago -respondió mientras leía las descripciones de varios artículos más-. Estas cosas generalmente se venden mejor en subastas o en tiendas que se dedican estrictamente a las antigüedades. La gente no viene a Anomaly buscando un Staffordshire. Si uno de mis clientes recogiese esta pequeña lechera y mirase la etiqueta, la pondría de nuevo en el estante donde probablemente permanecería varios años.
– ¿Había visto estos artículos anteriormente?
Ella dejó los papeles a un lado y miró al capitán al otro lado de la mesa.
– ¿Me acusa de robarlos?
– Sabemos que fueron robados en una casa de Warm Springs Avenue hace tres meses.
– ¡Yo no lo hice!
– Lo sé. -Luchetti sonrió, luego se inclinó sobre la mesa para palmearle la mano-. Sal Katzinger ya confesó. Escuche, si no está involucrada en ninguna actividad ilegal, entonces no hay de qué preocuparse. Pero sabemos que su novio está hasta las pelot…, er esto…, las cejas en la venta de artículos robados.
Gabrielle frunció el ceño.
– ¿Novio? Kevin no es mi novio. No me parece buena idea salir con compañeros de trabajo.
El capitán ladeó la cabeza y la miró como si estuviera tratando de ordenar las piezas de un rompecabezas incompleto.
– Entonces, ¿no sale con él?
– Bueno, salimos varias veces -continuó Gabrielle con un gesto desdeñoso de la mano-, por eso sé que no es una buena idea, pero fue hace años. Realmente no éramos compatibles. Es republicano. Yo demócrata. -Era la verdad, pero no la verdadera razón. La verdadera razón era demasiado personal para explicársela al hombre del otro lado de la mesa. ¿Cómo podía contarle al capitán Luchetti que Kevin tenía los labios muy delgados y que por lo tanto no la atraía demasiado? La primera vez que Kevin la besó mató cualquier atracción física que pudiera haber sentido hacia él. Pero solamente porque Kevin no tuviera unos labios decentes no quería decir que fuera culpable de algún crimen o que fuera mala persona. Shanahan tenía unos labios maravillosos y sin embargo era un auténtico imbécil, lo que probaba que las apariencias sí engañaban.