– ¿Está dispuesta a someterse al detector de mentiras, señorita Breedlove?-preguntó Luchetti interrumpiendo su silenciosa reflexión sobre hombres y labios.
Gabrielle arrugó la nariz con desagrado.
– ¿Habla en serio? -La idea de realizar una prueba para demostrar que no mentía era aborrecible. ¿Por qué debería tener que probar que decía la verdad? Nunca mentía. Bueno, no a propósito. Algunas veces había evadido la verdad, pero eso no tenía nada que ver. Mentir creaba mal karma y creía en el karma. Había crecido creyendo en él.
– Si nos dice la verdad, no tiene por qué tener miedo de hacer la prueba. Mírelo como una manera de probar su inocencia. ¿No quiere probar que es inocente?
La puerta se abrió antes de que pudiera responder y un hombre que Gabrielle no había visto antes entró en la habitación. Era alto y delgado, y su escaso cabello blanco apenas le cubría la rosada y brillante cabeza. Llevaba una carpeta debajo del brazo.
– Hola, señorita Breedlove -dijo mientras le estrechaba la mano-. Soy Jerome Walker, jefe de policía. Acabo de hablar con el fiscal Blackburn y está dispuesto a olvidarse de todo.
– ¿Olvidarse de qué?
– De los cargos de tenencia ilícita de armas y asalto con agravante a un oficial de policía.
El oficial en cuestión era el verdadero culpable de que la acusaran de aquellos cargos. Obviamente no creían que estuviera justificado que llevara la Derringer, no importaba lo que ella dijera. Quince años era la máxima pena. Se preguntó cuánto sería lo mínimo, pero quizás era mejor no saberlo.
Tenía dos opciones. Podía contratar a un abogado, acudir a los tribunales y rechazar los cargos, o podía cooperar con la policía. Ninguna de las dos cosas la convencía demasiado, pero de todas maneras podía escuchar la oferta.
– ¿Qué tendría que hacer?
– Firmaría un acuerdo confidencial de colaboración, además de permitirnos colocar a un detective de incógnito en la tienda.
– ¿Como cliente?
– No, pensamos que podría hacerse pasar por un familiar que necesita trabajo.
– Kevin no dejará que ninguno de mis parientes vuelva a trabajar en la tienda. -No desde que habían tenido que despedir a su primo tercero, Babe Fairchild, por espantar a los clientes con sus historias de levitación y telepatía-. Además, creo que no seré de mucha ayuda. No estaré en la tienda ni el viernes ni el sábado, voy al Coeur Festival de Julia Davis Park.
El jefe Walker sacó una silla de debajo de la mesa y se sentó. Colocó la carpeta en la mesa frente a él.
– ¿El Festival Coors?
– Coeur. Corazón. Tengo un puesto para vender aceites esenciales y aromaterapias.
– ¿Y Carter estará en la tienda mientras usted está en ese festival del corazón?
– Sí.
– Bueno. ¿Y qué pasaría si contratara a un manitas?
– No lo sé.
En realidad, Kevin y ella habían discutido sobre contratar a alguien para montar unas estanterías en la pared más larga y más estantes para almacenaje en la trastienda. También necesitaba una encimera nueva para la pequeña cocina que había en la trastienda, pero el negocio no había funcionado tan bien las últimas semanas como habían esperado y Kevin había rechazado la idea como un gasto innecesario.
– Kevin es poco generoso con el dinero en estos momentos -les dijo.
El jefe Walker sacó dos papeles de la carpeta.
– ¿Y si se ofrece a pagarlo usted misma? El departamento asumiría los gastos, por supuesto.
Quizás estaba enfocando todo ese asunto del informante desde un punto de vista equivocado. Kevin no tenía la culpa, pero puede que si aceptaba ayudar a la policía también lo estuviera ayudando a él. Estaba segura de que la policía no encontraría nada incriminatorio en la tienda; entonces ¿por qué no colaborar con ellos?
Si aceptaba, el gobierno pagaría las renovaciones que quería hacer.
– A Kevin no le gusta contratar a la gente de los anuncios. Tendría que fingir que conozco a ese hombre.
La puerta se abrió y entró el detective Shanahan. Se había cambiado los pantalones cortos y quitado el pañuelo de la cabeza. Tenía el cabello mojado y peinado hacia atrás exceptuando un mechón suelto que se rizaba cayéndole sobre la frente.
Llevaba camisa blanca -con una pistolera- ceñida sobre su ancho pecho y estrecha cintura, donde desaparecía bajo la cinturilla de unos pantalones caquis. Tenía las mangas enrolladas hasta los codos y llevaba un reloj plateado en la muñeca. En el bolsillo de la pechera, al lado de la corbata azul y beis, llevaba prendida la identificación. Tenía la mirada clavada en ella mientras le daba al jefe Walker una tercera hoja de papel.
El capitán echó un vistazo a la hoja, después la deslizó a través de la mesa y le ofreció un bolígrafo de la marca Bic.
– ¿Qué es esto? -Centró la atención en el documento y trató de ignorar al detective Shanahan.
– El acuerdo de colaboración-contestó Walker-. ¿Tiene novio?
– No. -Negó con la cabeza y miró el documento que tenía delante. Llevaba algún tiempo sin tener una relación seria. Encontrar un hombre interesante y atractivo resultaba extremadamente difícil. Cuando espíritu y mente decían sí, su cuerpo se las arreglaba para decir no. Y viceversa. Se pasó los dedos por el pelo mientras estudiaba los papeles-. No tengo.
– Ahora ya lo tiene. Salude a su nuevo novio.
Un horrible presentimiento se apoderó de ella y Gabrielle clavó la mirada en la almidonada camisa blanca de Joe Shanahan. Luego subió la vista desde la estrecha corbata hasta la garganta bronceada, desde la barbilla a la línea firme de su boca. Curvó los labios hacia arriba en una sonrisa lenta y sensual.
– Hola, ricura.
Gabrielle se incorporó y dejó el boli a un lado.
– Quiero un abogado.
Capítulo 3
Gabrielle llamó por teléfono a su asesor fiscal, quien, a su vez, le dio el nombre de un abogado defensor. Se lo imaginó como a Jerry Spence, el telepredicador, con un abrigo largo de piel de ante dispuesto a patear traseros en su nombre. En su lugar tenía a Ronald Lowman, un joven engreído con el pelo al uno y un traje Brooks Brothers. Se reunió con ella en la celda durante diez minutos, luego la dejó sola otra vez. Cuando regresó, ya no estaba tan seguro de sí mismo.
– Acabo de hablar con el fiscal -comenzó-. Van a seguir adelante con el proceso que han iniciado contra usted. Creen que sabe algo acerca del Monet robado al señor Hillard y no van a dejar que salga de aquí.
– No sé nada sobre esa estúpida pintura. Soy inocente -dijo mirando ceñuda al hombre que había contratado para proteger sus intereses.
– Escuche, señorita Breedlove, creo que es inocente. El caso es que el fiscal, el jefe de policía Walker, el capitán Luchetti y al menos un detective no lo creen. -Dejó escapar una bocanada de aire y cruzando los brazos sobre el pecho, continuó-: No van a tratarla con amabilidad. Y menos ahora que sabe que usted y su socio son sospechosos. Si nos negamos a ayudarlos en esta investigación, seguirán adelante con el cargo de asalto con agravante. Pero realmente no quieren hacerlo. Quieren al señor Carter, sus libros privados y la lista de sus contactos. Quieren, si es posible, recuperar la obra de arte del señor Hillard. Quieren que colabore con ellos.
Ella ya sabía lo que querían y no necesitaba que un abogado recién salido de la facultad de Derecho se lo dijera. Si quería librarse de todo aquello, tenía que participar en una investigación secreta de la poli. Tenía que convencer a Kevin de que había contratado a su «novio» para que se encargara de todos los arreglos pendientes de la tienda. Tenía que cerrar la boca y cruzarse de brazos mientras el detective Siniestro reunía pruebas de la participación de su buen amigo y socio en un robo a gran escala.