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— Esto es una pesadilla — susurró Maliánov, impotente. Quiso llorar.

Una leve brisa cruzó la habitación, movió la cortina, y el estridente sol del mediodía se precipitó en el cuarto y dio de lleno en el rostro de Zíkov. Algo le sucedió. Parpadeó con rapidez, el rubor le acudió a las mejillas y le tembló la barbilla.

— Perdóneme — dijo con voz totalmente humana—. Perdóneme, Dmitri. Tal vez usted pueda… hace mucho… aquí.

Se interrumpió porque algo cayó en el cuarto de Bóbchik y se quebró con un ruido resonante.

—¿Qué fue eso? — preguntó Zíkov, tenso. Ya no había en su voz ni rastros de calidad humana.

— Hay alguien ahí —contestó Maliánov, todavía sin entender qué había sucedido con Zíkov. Se le ocurrió un nuevo pensamiento—. ¡Escuche! — gritó, levantándose de un salto—. ¡Venga conmigo! ¡La amiga de mi esposa está allí! Ella puede jurar que yo dormí toda la noche, y que no fui a ninguna parte.

Chocando hombro con hombro, se abrieron paso hacia el vestíbulo.

— Interesante, muy interesante — decía Zíkov—. La amiga de su esposa. Ya veremos.

— Ella me respaldará. Ya verá. Es una testigo.

Se precipitaron en la habitación de Bóbchik sin golpear, y se detuvieron. La habitación estaba limpia y desocupada. No había allí ninguna Lídochka, ni sábanas en la cama, ni maletas. Y en el suelo, al lado de los trozos del cántaro de barro (Jorezm, siglo XI) se encontraba sentado Kaliam, con expresión increíblemente inocente.

—¿Este? — preguntó Zíkov, señalando a Kaliam.

— No — respondió Maliánov estúpidamente—. Este es nuestro gato, hace mucho que lo tenemos. Pero espere, ¿dónde está Lídochka? — Miró en el armario. Su chaqueta blanca ya no estaba—. ¿Se habrá ido?

Zíkov se encogió de hombros.

— Es probable. Ahora no está aquí.

Con pasos pesados, Maliánov fue hacia el cántaro roto.

—¡C-canalla! — dijo, y dio un papirotazo a Kaliam en la oreja.

Kaliam se batió en rápida retirada. Maliánov se agachó. Destrozado. Qué hermoso cántaro había sido.

—¿Durmió ella aquí? —preguntó Zíkov.

— Sí.

—¿Cuándo la vio por última vez? ¿Hoy?

Maliánov negó con la cabeza.

— Ayer. Bueno, en rigor, hoy. Por la noche. Le di sábanas y una manta. — Miró en el baúl de la ropa blanca de Bóbchik—. Ahí tiene. Está todo ahí.

—¿Hacía mucho que vivía aquí?

— Llegó ayer.

—¿Sus cosas están aquí?

— No veo ninguna. Y su chaqueta ha desaparecido.

— Extraño, ¿verdad? — dijo Zíkov.

Maliánov agitó la mano en silencio.

— Al demonio con ella. Las mujeres sólo traen problemas. Bebamos otro trago.

De pronto la puerta del departamento se abrió, y entro…

EXTRACTO 6…puerta del ascensor, y el motor zumbó. Maliánov quedó solo.

Se encontraba en la puerta del cuarto de Bóbchik, apoyado en el marco y pensando en nada. Kaliam apareció salido de cualquier parte, pasó a su lado, moviendo la cola, y salió al rellano, donde se dedicó a lamer el suelo de cemento.

— Bueno, muy bien — dijo por último Maliánov; se apartó del marco y entró en su cuarto. Estaba lleno de humo, y había tres copas de vidrio azul abandonadas en la mesa… dos llenas y una llena a medias. El sol llegaba hasta los anaqueles.

—¡Se llevó el coñac consigo! ¡Eso era lo único que faltaba!

Se sentó en la butaca durante un rato, terminó su copa. Por la ventana entraban ruidos de la calle, y la puerta abierta dejó pasar voces de chicos y los gruñidos del ascensor en el pozo de la escalera. Se levantó, se arrastró a través del vestíbulo, golpeándose contra el marco de una puerta, salió al descansillo y se detuvo delante de la puerta del departamento de Snegovoi. En la cerradura había un gran sello de lacre. Lo tocó con cautela, con la yema de un dedo, y apartó la mano. Era todo cierto. Todo lo sucedido había sucedido de verdad. El ciudadano de la Unión Soviética Arnóld Snegovoi, coronel y hombre de misterio, ya no existía.

CAPÍTULO 4

EXTRACTO 7…lavó las copas y las guardó, limpió los restos en la habitación de Bóbchik y le dio a Kaliam un poco de pescado. Luego tomó el vaso de leche de Bóbchik, echó tres huevos crudos en él, añadió trozos, de pan, agregó mucha sal y pimienta a la mezcla, y la revolvió. No tenía hambre; funcionaba en piloto automático. Y comió la bazofia, de pie ante la ventana del balcón, mirando el patio desierto, inundado por el sol. ¿No podían plantar árboles? ¿Ni siquiera uno?

Sus pensamientos avanzaban en un hilo débil; y en verdad no eran pensamientos, apenas trozos y retazos. Quizás éstos sean los nuevos métodos de investigación, pensó. La revolución científica y tecnológica, y todo eso. Una conducta libre y fácil, y ataque psicológico. Pero el coñac, eso no estaba claro para nada. Igor Petróvich Zíkov. ¿O era Zíkin? Bien, de cualquier modo ese dijo que era su nombre, ¿pero qué decía en sus documentos? ¡Esos tramposos! pensó de pronto. ¿Habían planeado toda la travesura nada más que por una piojosa media botella de coñac?

No, Snegovoi estaba muerto. Eso resultaba claro. Nunca más volveré a ver a Snegovoi. Era un buen hombre, pero desorganizado. Siempre parecía enfermo, en especial el día anterior. Y sin embargo llamaba a alguien; quería decir algo, explicar, prevenir acerca de algo. Maliánov se estremeció. Dejó el vaso sucio en el fregadero. El embrión de la futura pila de platos sucios. Lídochka había hecho un buen trabajo en la cocina, todo brillaba. Me previno sobre Lídochka. De veras, todo lo de Lídochka era muy extraño.

Maliánov se precipitó al vestíbulo y buscó la nota de Irina. No, era sólo su imaginación. Todo estaba en orden. No cabía duda de que se trataba de la letra de Irina, y de su estilo… y de cualquier modo, ¿por qué una asesina habría de quedarse a lavar los platos?

EXTRACTO 8…El teléfono de Val daba ocupado. Maliánov cortó y se tendió en la otomana, con la nariz pegada a la manta, que picaba. Algo también andaba mal en la casa de Val. Algo así como histeria. Ya sucedió otras veces. Una pendencia con Svetlana, o con su suegra. ¿Qué me preguntó, algo raro? ¡Ah, Val, que yo tenga tus problemas! No, que venga él. Está histérico; yo estoy histérico… tal vez entre los dos encontremos una solución. Maliánov volvió a discar, y seguía ocupado. ¡Maldición, qué pérdida de tiempo! Debería estar trabajando, pero todo este embrollo…

De pronto oyó que alguien tosía detrás de él, en el vestíbulo.

Maliánov salió volando de la otomana. Por nada, es claro. No había nadie en el vestíbulo. Ni en el baño. Revisó la cerradura y volvió a la otomana, y descubrió que le temblaban las rodillas. Cuernos, tengo los nervios a la miseria. Y el infeliz me decía a cada rato que era como el hombre invisible. ¡Te pareces a una lombriz con anteojos, infeliz, no al hombre invisible! Canalla. Disco otra vez el número de Val, colgó y comenzó a ponerse los calcetines con decisión. Llamaré desde la casa de Viecherovski. Yo tengo la culpa de estar perdiendo tiempo. Se puso una camisa limpia, confirmó que tenía las llaves en el bolsillo y corrió escaleras arriba.

En el sexto piso una pareja se dedicaba a sus cosas junto a la boca del incinerador. El tipo usaba gafas para el sol, pero Maliánov conocía al mocoso… Era un aspirante a haragán del Departamento 17. Estaba en su segundo año de desempleo, y se dedicaba firmemente a no buscar trabajo. No se tropezó con nadie, camino del octavo piso. Pero a cada instante tenía la sensación de que toparía con alguien. Lo tomarían del brazo y le dirían con suavidad:

— Un segundo, ciudadano.