Capítulo 24
Mi primera reacción es ir a interrogar al tal Obicue, pero después de meditar el asunto cambio de opinión. Es el primer día que conduzco y no me atrevo a ir solo hasta Taburia y luego volver a Atenas, de manera que regreso directamente a la oficina.
En la calle Pireo hay poco tráfico, como suele ocurrir los lunes y los miércoles por la tarde, cuando los comercios están cerrados. Dejo que el Mirafiori circule a su aire mientras me devano los sesos intentando recordar si he leído en alguna parte que Kustas era propietario del Tritón. Por lo general, cuando leo un informe se me queda grabado en la memoria. Sin embargo, debido a mi reciente enfermedad es posible que se me hayan escapado detalles, no estoy seguro. En fin, tampoco reviste mayor importancia. Me preocupa más otra cuestión: si es posible que los asesinatos de un árbitro y del propietario de un equipo de tercera división estén relacionados, o si todo se debe a una mera coincidencia. Kustas tal vez pagó a Petrulias dos millones y medio de dracmas para que pitara el penalti, evitando así el ascenso del Tritón a la segunda división. Lo que ya no parece tan probable es que Petrulias pitara el penalti por iniciativa propia. Si Kaloyiru no se atrevía a meterse con Kustas, menos lo haría un árbitro. Tal vez una tercera persona, cuyos intereses extradeportivos se vieran afectados, ordenó la muerte de ambos. En tal caso, tendré que investigar todos los equipos de tercera y necesitaré un experto en fútbol que la Organización Nacional de Fútbol no me proporcionará, supongo.
Vlasópulos me aborda en cuanto me ve entrar en mi despacho.
– Su mujer ha llamado dos veces -me informa.
– Si vuelve a llamar, dile que aún no he regresado. -No tengo ganas de aguantar sus sermones-. Y tráeme el expediente de Kustas.
Me mira sorprendido.
– ¿Reabrimos el caso?
– Aún no lo sé. -Le cuento mi conversación con Kaloyiru.
– ¿Cree que los asesinatos guardan alguna relación?
– Te he dicho que no lo sé. Primero veamos el expediente de Kustas.
Al cabo de menos de un minuto los documentos están sobre mi mesa mientras Vlasópulos me observa con atención. Hojeo los informes y los leo un par de veces, pero no encuentro mención alguna del Tritón.
– Nada -comento a Vlasópulos.
Marco el número de la Brigada Antiterrorista y pregunto por el teniente Stellas. El subteniente que atiende mi llamada me informa de que ya se ha marchado.
– ¿Quién más está al corriente del caso Kustas, el tipo que mataron delante de Los Baglamás, en la avenida Atenas?
– Yo mismo. Estuve allí.
– Dígame, subteniente, ¿recuerda haber oído que Kustas fuera propietario de un equipo de fútbol de tercera división, el Tritón?
– No. Lo cierto es que no nos ocupamos demasiado de ese caso, teniente. En cuanto comprobamos que no se trataba de un atentado terrorista, se lo dejamos a ustedes.
Ellos chupan el tuétano y nosotros roemos el hueso.
– Puedes irte -digo a Vlasópulos, que sigue observándome sin perder detalle-. Hoy ya no haremos nada más.
El giro de los acontecimientos me obliga a reabrir el caso Kustas y no sé cómo reaccionará Guikas, que duerme tranquilo pensando que está archivado. Podría hacerme el loco y seguir a lo mío. Si no consigo nada, vuelvo a cerrar el caso y todos contentos. Si por el contrario descubro algo importante, Guikas tendrá que enfrentarse a los hechos consumados. Lo malo es si alguien le va con el cuento entretanto. Entonces me vería metido en un buen lío por no haberlo informado. Creo que lo mejor será aclarar las cosas desde el principio.
Marco su número de teléfono y, para mi gran sorpresa, contesta él mismo.
– Tengo que verle, hay novedades -digo.
– Sube.
El escritorio de Kula está vacío y sus papeles ordenados. La puerta del despacho de Guikas aparece abierta, de forma que entro sin más. He venido para hablarle de mis hallazgos, pero él es mi superior, con lo cual su necesidad de desahogarse tiene preferencia.
– Desde que tiene novio -dice señalando con el dedo el escritorio de Kula, al otro lado de la pared-, su jornada termina a las cuatro. Hoy se ha largado porque ha quedado con el mozo; mañana desaparecerá para ocuparse de los preparativos de la boda; pasado, porque estará de baja por maternidad. Esto me pasa por contratar mujeres.
Mal empezamos, pienso. Está enfadado con Kula, pero el pato lo pagaré yo, porque lo que he de decirle no le gustará en absoluto.
Le cuento brevemente mi conversación con Kaloyiru.
– He seguido sus indicaciones al pie de la letra -concluyo. Nunca está de más hacerle un poco la pelota-. He partido de la base de que Petrulias murió por aceptar sobornos, pero me he topado otra vez con Kustas.
– ¿Crees que los asesinatos están relacionados?
– No sé qué decirle.
– En todo caso, las circunstancias han sido muy distintas.
– Puede existir una relación sin que se parezcan.
– Ya lo sé, no me des lecciones -replica con cierta brusquedad. De momento no le queda más remedio que morderse la lengua, pero si se tercia acabará mordiéndome a mí.
– No podemos permitirnos archivar otro caso por culpa de Kustas.
Pongo el dedo en la llaga y él opta por cerrar la boca. Fija la mirada en la superficie de su escritorio y permanece pensativo. Buena señal. Me había prohibido «palpar la masa», como solíamos decir hace tiempo, pero ahora se da cuenta de que es inevitable. Sólo está buscando la manera menos comprometida de retractarse. Levanta la cabeza lentamente.
– Escúchame bien -dice-. De forma oficial, el caso Kustas sigue cerrado, aunque las investigaciones sobre el asesinato de Petrulias podrían conducirnos hacia él. ¿Entendido?
– Sí, señor.
– Si esto ocurriera, y sinceramente espero que no, ten bien presente que no se trata de investigar su asesinato, sino el personaje en sí, siempre que sus actividades guarden relación con Petrulias.
– Sí, señor.
– Por lo tanto, Kustas sigue archivado con los casos sin resolver. No quiero que des ni un paso sin informarme. ¿Entendido?
– Sí, señor.
Me alecciona como si se tratara de un abogado con su testigo o una mamá con su hijito cuando quiere hacerlo cómplice de las mentiras que ha de contar a papá.
– La recomendación de abandonar el caso Kustas vino de muy arriba -prosigue Guikas, ya más calmado.
– ¿Tan arriba?
– No preguntes. No es preciso que lo sepas todo. Te lo digo para que no te embales, como siempre, y te metas en problemas.
Abre un cajón del escritorio y saca un folio para indicar que la entrevista ha terminado. Lo de Kustas lo he entendido a la perfección, lo que nunca he conseguido comprender es qué son esos documentos que se pasa el día leyendo. Sospecho que son copias mecanografiadas de novelas rosas, como esas que tanto le gustan a Adrianí, para que nadie se percate de sus debilidades. Antes de marcharme a casa, realizo una última llamada a la residencia de Kustas en Glifada.
– ¿Diga? -responde una voz sofocada.
– ¿Podría hablar con la señora Kusta, por favor?
– Ya no vive aquí.
El «diga» inicial me ha despistado y he creído que se trataba del guardia de seguridad. De pronto comprendo que al otro lado de la línea está Makis.
– ¿Eres tú, Makis? -pregunto jovialmente-. Soy el teniente Jaritos.
– Ah, el poli. Ya me he deshecho de mi madrastra. Se ha mudado.
Será porque no aguantaba verte colocado de la mañana a la noche, pienso.
– ¿Dónde vive ahora?
– En Kifisiá.
– ¿Tienes su dirección? ¿Su teléfono?
– A ver… Dejó su número en alguna parte, con la esperanza de que la llame para preguntarle cómo le va. Ya puede esperar sentada.