– ¿De qué estás hablando? -grita-. Cuando vi que mi jefe caía abatido, corrí a llamar a la policía. A los de la Antiterrorista les conté cuanto sabía con pelos y señales. Fui yo quien reconoció la moto en la comisaría de Jaidari. Luego apareces tú, y vuelta a contar la historia. ¿Cómo es posible que ahora me acuses de robo?
– Hay quien llega a matar por cuatro chavos -tercia Vlasópulos-. ¿Pretendes convencernos de que tú no te habrías quedado los quince kilos que te sirvieron en bandeja?
– Supongamos que en efecto me los llevé. ¿Dónde iba a esconder tanto dinero?
– Debajo de ese abrigo de almirante que luces cada noche.
Vuelve a levantarse de un salto y la camiseta se suelta de debajo del cinturón. El extraterrestre se encoge para mostrar un ombligo peludo. Mandás se sienta de nuevo y enciende otro pitillo, apretándolo entre los dedos para evitar que le tiemblen las manos.
– Escuchad -dice, tratando de no alterarse-. Kustas no tenía dinero ni nada en las manos. No sé si había alguna cantidad en el coche, tal vez sí. En tal caso, se la llevaron vuestros colegas de la Antiterrorista.
– ¿Qué estás diciendo, hijo de puta? -grita Vlasópulos fuera de sí-. ¿Que los chicos se llevaron la pasta y nosotros te acusamos a ti para borrar las pruebas?
– Tranquilo, Sotiris. -Sujeto a Vlasópulos por el brazo y lo obligo a sentarse-. No lo presiones. El chico nos lo contará todo.
El viejo truco del poli bueno y el poli malo. Además, no comparto la indignación de Vlasópulos. Nosotros también somos humanos. Cualquiera que encuentre quince millones puede ceder a la tentación de quedárselos. La cuestión es que sé que se los llevó Mandás, no es preciso buscar en otra parte.
– Escucha, Lambros -prosigo-. Confiesa que te apropiaste del dinero y terminemos con esto. Negarlo sólo te traerá complicaciones.
– No habrá ninguna complicación, porque no tengo el dinero y puedo demostrarlo -insiste, aunque ya no parece tan seguro de sí mismo.
– Mira, voy a explicártelo. Kustas llevaba el dinero encima para pagar a alguien que lo chantajeaba, de eso no nos cabe la menor duda. Sin embargo, el chantajista y el asesino no eran la misma persona. ¿Por qué iba a matarlo si estaba dispuesto a pagar? Por lo tanto, el dinero iba dirigido a otra persona, concretamente a ti. Kustas salió del club sin guardaespaldas para entregarte los quince millones. Y una de dos: o bien te los dio antes de que lo mataran, o bien te los llevaste antes de avisar a la policía.
– Todo eso no es más que una hipótesis, teniente. Sólo intentas confirmar una teoría.
En vez de responder, me levanto y me acerco a la puerta. Me detengo con la mano en el picaporte.
– Enciérralo -ordeno a Vlasópulos-. Ya hemos intentado ayudarlo, pero se las da de duro. Pide una orden de registro de su casa y de sus cuentas bancarias. Cuando encontremos lo que queda del dinero, lo acusaremos de robo y de asesinato. Así dejaremos el asunto zanjado.
– Oye, oye -grita Mandás, levantándose como accionado por un resorte-. No podéis hacerme esto. A fin de cuentas, fui colega vuestro.
– ¡Qué colega ni qué hostias! -grita Vlasópulos, agarrándolo por la cazadora-. ¿A quién pretendes engañar? Te expulsaron del cuerpo por vender protección a los clubes nocturnos, así te enteraste de los trapos sucios de Kustas. Te hiciste con la pasta y encargaste a tus amigos que lo mataran, porque sabías que de lo contrario te mataría él a ti. No nos vengas ahora con tu falso compañerismo. ¡Yo me cago en los colegas como tú!
Muy bien, Vlasópulos, pienso. Si presentamos estos cargos al fiscal, Mandás pasará el resto de sus días en la cárcel, nosotros estaremos orgullosos de haber resuelto el caso y el asesino de Kustas se frotará las manos. Por lo visto Mandás comparte esta opinión, porque grita:
– Yo no lo maté, teniente, te lo juro. De acuerdo, vi los billetes esparcidos por el suelo y caí en la tentación, pero no chantajeaba a Kustas ni lo maté. Fue por pura casualidad, te lo juro.
– ¿Dónde estaba el dinero? ¿Dentro del coche o lo tenía Kustas en las manos?
– Lo encontré en dos grandes bolsas de plástico. Al principio ni siquiera me percaté de que era dinero, supuse que eran drogas y me entró el pánico. Cuando el asesino le habló a Kustas, él se volvió para entregarle las bolsas, pero el otro disparó cuatro veces y salió corriendo. Ni siquiera miró las bolsas. Kustas cayó al suelo y los billetes se desparramaron. Corrí a su lado y vi que estaba muerto. Agarré las bolsas, las escondí bajo el abrigo, como has dicho, entré en el club y llamé a la policía. Luego escondí las bolsas tras el telón de la orquesta y las recogí antes de irme.
– ¿Qué has hecho con el dinero?
Agacha la cabeza.
– Compré un Mazda 323 -farfulla-. Hacía tiempo que quería uno. También me gasté un kilo, más o menos, en varias cosillas: un televisor, un equipo de música, un aparato de aire acondicionado para mi casa… Guardo los diez restantes debajo del colchón.
A punto estoy de sugerirle que desinstale el aire acondicionado de su casa y se lo lleve a la cárcel para no pasar calor en la celda, sería una lástima desaprovechar el dinero. No obstante, el tipo se me atraviesa y no quiero bromas con él. Arriesgó el pellejo por un coche, un televisor y un equipo estereofónico. Si el ladrón hubiese sido albanés, la inversión habría sido más úticlass="underline" habría montado una empresa en su país.
– ¿Qué hacemos con él? -pregunta Vlasópulos.
– Él no mató a Kustas, no es asunto nuestro. Entrégalo al Departamento de Robos.
Algunas de las palabras de Mandás siguen rondándome por la cabeza. El asesino habló y Kustas se volvió para entregarle las bolsas. Los quince kilos eran para el asesino, pero en lugar de llevárselos, el tipo lo mató. ¿Por qué? No lo sé, aunque una cosa es segura: no era el asesino quien chantajeaba a Kustas. El dinero provenía de negocios sucios, y la muerte de Kustas fue una ejecución a sangre fría. Seguramente se pasó de listo y los capos lo mataron para castigarlo.
Capítulo 31
Recobro el aliento en la quinta planta. Después de tantos días improductivos, el descubrimiento de que Kustas llevaba encima quince millones cuando lo mataron constituye un pequeño éxito, y tengo prisa por comunicárselo a Guikas, aderezado con la detención del ladrón. Hace días que me presiona por teléfono pidiendo alguna pista, cualquier tipo de información que pueda dar a los medios de comunicación. Las últimas novedades son más que suficientes para convocar a los periodistas y se convertirán en el plato fuerte de los próximos informativos. El único que sale perjudicado es el propio Mandás, que como ya le vaticiné en su día, tendrá que contárselo todo sin cobrar un duro. Evidentemente, la detención de Mandás no nos ha acercado a la solución de las dos muertes, más bien al contrario, ya que invalida mi teoría de la culpabilidad de Makis. No obstante, me reservo el hallazgo del inesperado patrocinador del equipo de Kustas. Con un poco de habilidad, podrá ser el tema del próximo comunicado a la prensa.
Entro impetuosamente en la antesala de Guikas y me quedo atónito. El escritorio de Kula parece un tenderete de saldos: papeles dispersos, carpetas clasificadoras, papel carbón, perforadoras, corrector, tijeritas para las uñas, frascos de esmalte para las uñas; todo está amontonado de cualquier manera y los cajones aparecen abiertos y vacíos. Kula, que está sentada con los codos apoyados en el escritorio y la cabeza apoyada en las manos, me oye y levanta la cabeza. Tiene los ojos hinchados y enrojecidos del llanto.
– ¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido? -pregunto mientras me acerco a ella.
– Ya no me quiere. -Pienso que se refiere a su prometido, pero me doy cuenta de mi error cuando añade-: He sido trasladada. -Es evidente que habla de Guikas.
– Pero ¿por qué?
– La culpa es de ese cretino de mi novio. -Se echa a llorar de nuevo.
Lo primero que se me ocurre es que Guikas ha pedido su traslado porque no le interesa una secretaria que termina su jornada laboral a las cuatro de la tarde, pero prefiero comprobar mi hipótesis.
– No, no es eso -masculla entre hipidos-. Estaba construyendo una casa en Diónisos y la policía local ordenó que pararan las obras porque el permiso no estaba en regla.
– ¿Edificaba sin permiso?
Asiente en silencio.
– Y al muy estúpido no se le ocurre otra cosa que irle al oficial con el cuento de que su novia es la secretaria particular del director general de Seguridad. El oficial llamó a Guikas y él se enfureció.
– No te lo tomes así, Kula -intento consolarla-. Encontraremos una solución.
– Ya está solucionado. Ha firmado una orden de traslado.
Retoma su postura inicial, con los codos apoyados en la mesa y sujetándose la cabeza con las manos. No sé qué más decirle y me dirijo al despacho del jefe. Guikas será un tipo complicado, pero también es honesto. Si se entera de que alguien se aprovecha de su posición para hacer favores o cometer estafas, ya puede ir despidiéndose. Lo encuentro de pie delante de la ventana, de espaldas a la puerta, señal de que está cabreado, porque sólo en estas ocasiones se levanta de la poltrona.
– ¿A qué debo el honor de tu visita? -pregunta con ironía-. Últimamente eres caro de ver.
– Hay novedades -respondo, y le hablo del dinero que llevaba Kustas la noche de su asesinato y del papel desempeñado por Mandás.
– Por fin vamos a cerrar algunas bocas -asiente satisfecho y vuelve a sentarse tras el escritorio, pues ya ha desaparecido el motivo para estar de pie-. Prepárame un resumen.
Tendrá que ser de un folio como máximo, así podrá memorizarlo para repetirlo ante los medios de comunicación. Si redactara dos folios, se vería obligado a consultar el texto.
– ¿Pongo que Kustas iba a entregar el dinero a su asesino?
Me observa pensativo.
– Eso lo dice Mandás para exculparse. Personalmente, tu teoría me parece más convincente. El chantajista es Mandás y el dinero iba destinado a él, pero no quiere confesarlo para que no lo acusemos de extorsión.
Qué bien: la treta que me inventé para presionar a Mandás se está transformando en teoría. Prosigo con mi informe y le hablo de la empresa patrocinadora del equipo de Kustas.
– No veo qué importancia tiene eso -comenta malhumorado-. Todos los equipos buscan patrocinadores. Kustas recurrió a la empresa donde trabaja su hija.
– ¿Doscientos cuarenta millones al año? Es mucho dinero para un equipo de tercera. ¿No le parece extraño?
– El inspector de Hacienda ya te explicó la causa: evitarse impuestos.
Como siempre opta por la explicación más sencilla, que a mí no me convence en absoluto. No pienso desistir tan fácilmente, aunque esto me lo callo. Si hablo demasiado sólo conseguiré que me prohiba investigar y me quedaré con el as guardadito en la manga.
Ya he terminado con mi informe oral y emprendo el camino hacia la puerta, aunque me detengo antes de salir.
– Rula lleva tres años trabajando para usted y conoce bien sus costumbres. La echará de menos -comento.
Me fulmina con una mirada que, en realidad, va dirigida a Rula.
– ¿Sabes qué me ha hecho?
– Ella no, ha sido su novio. Rula asegura que no tenía ni idea.
¿A qué viene tanta compasión repentina? ¿A mí qué me importa si Rula acaba tramitando multas en cualquier comisaría de barrio? Lo cierto es que no sabría contestar a estas preguntas. Quizá se deba a la relación que ha iniciado mi hija con Uzunidis. Si pillaran al doctor aceptando sobres, yo tendría que correr en ayuda de mi hija para demostrar que estaba al margen del asunto. Esto me convierte en un insólito abogado de presos y malhechores. Vas por mal camino, teniente Jaritos, pienso. Si Sotirópulos llegara a enterarse, diría que la enfermedad te ha afectado.
– Kula es buena chica y cumple con su trabajo -insisto al salir.
La buena chica, que estaba llenando una bolsa de plástico con sus efectos personales, se acerca a mí corriendo.
– Quisiera despedirme, quizá no nos volvamos a ver -murmura.
– Vamos, tampoco te trasladarán a la frontera. Cuando sepas tu nuevo puesto, ven a decírmelo.
De pronto me abraza estrechamente.
– Usted siempre ha sido amable conmigo, señor Jaritos -comenta al borde de las lágrimas, y me da un beso en la mejilla.
Por lo general, huyo de las escenas emotivas, que sólo sirven para complicar las cosas, pero Kula está tan abatida que me siento impulsado a consolarla.
– Venga, no te desanimes. Todos hemos pasado por situaciones como ésta, forma parte del juego. -Le acaricio el cabello y me suelto de su abrazo. Ella me dedica una sonrisa amarga y vuelve a sus quehaceres.
Antes de entrar en mi despacho llamo a Vlasópulos. Mientras él se acomoda en una de las sillas, tomo un sorbo de mi café griego ma non troppo, que ya se ha enfriado.
– ¿Qué hay de Mandás? -pregunto.
– Está detenido y van a presentar cargos.
Se me ocurre que los herederos de Kustas deberían estarme agradecidos, pues acabo de procurarles diez millones más. Sobre todo Makis, que así podrá financiar sus dosis del próximo trimestre.
– ¿Descarta la posibilidad de que Mandás sea el asesino de Kustas? -pregunta Vlasópulos.
Eso sería más cómodo para todos, sobre todo para Guikas, pero no es así.
– ¿Por qué iba a matarlo? ¿Qué razones tenía?
– Descubrió que Kustas llevaba mucho dinero encima, cayó en la tentación y lo mató para robárselo.
– ¿No oíste lo que dijo Mandás? El asesino se dirigió a Kustas y éste se volvió para entregarle las bolsas con los quince millones.
– Es lo que dice Mandás. ¿Por qué no se llevó la pasta el asesino?
– Lo ignoro. Sólo sé que era dinero negro. Sospecho que Kustas pretendía librarse así de represalias, aunque en realidad los capos no querían el dinero, sólo pretendían cargárselo para demostrar su poder. Los asesinos de Kustas eran profesionales, Sotiris.
Como recelo de las explicaciones fáciles y soy tan cretino que disfruto complicándome la vida, he tardado casi un mes en llegar a las mismas conclusiones que la Brigada Antiterrorista dedujo en dos días. Vlasópulos se va sin presentar nuevas objeciones, aunque por su mirada infiero que no está muy convencido.
Tomo un folio para redactar el resumen que me ha pedido Guikas. A través del balcón abierto veo al melenudo del piso de enfrente abrazando y besando a una chica joven. Al principio pienso que, a diferencia de Panos, éste ha recuperado a su novia, pero cuando se separan descubro que no es la misma. Ésta es alta y lleva el pelo largo. Me acuerdo de las palabras de Katerina: «Las mujeres sienten debilidad por los cachas». No sólo por los cachas, al parecer también por los melenudos. Aunque tal vez no se trate de esto; ni los cachas ni los melenudos, sino los tíos que saben llorar. Menos mal que ya he dejado atrás la juventud; con estos haremos, jamás conseguiría casarme.