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– Pero ¿por qué?

– La culpa es de ese cretino de mi novio. -Se echa a llorar de nuevo.

Lo primero que se me ocurre es que Guikas ha pedido su traslado porque no le interesa una secretaria que termina su jornada laboral a las cuatro de la tarde, pero prefiero comprobar mi hipótesis.

– No, no es eso -masculla entre hipidos-. Estaba construyendo una casa en Diónisos y la policía local ordenó que pararan las obras porque el permiso no estaba en regla.

– ¿Edificaba sin permiso?

Asiente en silencio.

– Y al muy estúpido no se le ocurre otra cosa que irle al oficial con el cuento de que su novia es la secretaria particular del director general de Seguridad. El oficial llamó a Guikas y él se enfureció.

– No te lo tomes así, Kula -intento consolarla-. Encontraremos una solución.

– Ya está solucionado. Ha firmado una orden de traslado.

Retoma su postura inicial, con los codos apoyados en la mesa y sujetándose la cabeza con las manos. No sé qué más decirle y me dirijo al despacho del jefe. Guikas será un tipo complicado, pero también es honesto. Si se entera de que alguien se aprovecha de su posición para hacer favores o cometer estafas, ya puede ir despidiéndose. Lo encuentro de pie delante de la ventana, de espaldas a la puerta, señal de que está cabreado, porque sólo en estas ocasiones se levanta de la poltrona.

– ¿A qué debo el honor de tu visita? -pregunta con ironía-. Últimamente eres caro de ver.

– Hay novedades -respondo, y le hablo del dinero que llevaba Kustas la noche de su asesinato y del papel desempeñado por Mandás.

– Por fin vamos a cerrar algunas bocas -asiente satisfecho y vuelve a sentarse tras el escritorio, pues ya ha desaparecido el motivo para estar de pie-. Prepárame un resumen.

Tendrá que ser de un folio como máximo, así podrá memorizarlo para repetirlo ante los medios de comunicación. Si redactara dos folios, se vería obligado a consultar el texto.

– ¿Pongo que Kustas iba a entregar el dinero a su asesino?

Me observa pensativo.

– Eso lo dice Mandás para exculparse. Personalmente, tu teoría me parece más convincente. El chantajista es Mandás y el dinero iba destinado a él, pero no quiere confesarlo para que no lo acusemos de extorsión.

Qué bien: la treta que me inventé para presionar a Mandás se está transformando en teoría. Prosigo con mi informe y le hablo de la empresa patrocinadora del equipo de Kustas.

– No veo qué importancia tiene eso -comenta malhumorado-. Todos los equipos buscan patrocinadores. Kustas recurrió a la empresa donde trabaja su hija.

– ¿Doscientos cuarenta millones al año? Es mucho dinero para un equipo de tercera. ¿No le parece extraño?

– El inspector de Hacienda ya te explicó la causa: evitarse impuestos.

Como siempre opta por la explicación más sencilla, que a mí no me convence en absoluto. No pienso desistir tan fácilmente, aunque esto me lo callo. Si hablo demasiado sólo conseguiré que me prohiba investigar y me quedaré con el as guardadito en la manga.

Ya he terminado con mi informe oral y emprendo el camino hacia la puerta, aunque me detengo antes de salir.

– Rula lleva tres años trabajando para usted y conoce bien sus costumbres. La echará de menos -comento.

Me fulmina con una mirada que, en realidad, va dirigida a Rula.

– ¿Sabes qué me ha hecho?

– Ella no, ha sido su novio. Rula asegura que no tenía ni idea.

¿A qué viene tanta compasión repentina? ¿A mí qué me importa si Rula acaba tramitando multas en cualquier comisaría de barrio? Lo cierto es que no sabría contestar a estas preguntas. Quizá se deba a la relación que ha iniciado mi hija con Uzunidis. Si pillaran al doctor aceptando sobres, yo tendría que correr en ayuda de mi hija para demostrar que estaba al margen del asunto. Esto me convierte en un insólito abogado de presos y malhechores. Vas por mal camino, teniente Jaritos, pienso. Si Sotirópulos llegara a enterarse, diría que la enfermedad te ha afectado.

– Kula es buena chica y cumple con su trabajo -insisto al salir.

La buena chica, que estaba llenando una bolsa de plástico con sus efectos personales, se acerca a mí corriendo.

– Quisiera despedirme, quizá no nos volvamos a ver -murmura.

– Vamos, tampoco te trasladarán a la frontera. Cuando sepas tu nuevo puesto, ven a decírmelo.

De pronto me abraza estrechamente.

– Usted siempre ha sido amable conmigo, señor Jaritos -comenta al borde de las lágrimas, y me da un beso en la mejilla.

Por lo general, huyo de las escenas emotivas, que sólo sirven para complicar las cosas, pero Kula está tan abatida que me siento impulsado a consolarla.

– Venga, no te desanimes. Todos hemos pasado por situaciones como ésta, forma parte del juego. -Le acaricio el cabello y me suelto de su abrazo. Ella me dedica una sonrisa amarga y vuelve a sus quehaceres.

Antes de entrar en mi despacho llamo a Vlasópulos. Mientras él se acomoda en una de las sillas, tomo un sorbo de mi café griego ma non troppo, que ya se ha enfriado.

– ¿Qué hay de Mandás? -pregunto.

– Está detenido y van a presentar cargos.

Se me ocurre que los herederos de Kustas deberían estarme agradecidos, pues acabo de procurarles diez millones más. Sobre todo Makis, que así podrá financiar sus dosis del próximo trimestre.

– ¿Descarta la posibilidad de que Mandás sea el asesino de Kustas? -pregunta Vlasópulos.

Eso sería más cómodo para todos, sobre todo para Guikas, pero no es así.

– ¿Por qué iba a matarlo? ¿Qué razones tenía?

– Descubrió que Kustas llevaba mucho dinero encima, cayó en la tentación y lo mató para robárselo.

– ¿No oíste lo que dijo Mandás? El asesino se dirigió a Kustas y éste se volvió para entregarle las bolsas con los quince millones.

– Es lo que dice Mandás. ¿Por qué no se llevó la pasta el asesino?

– Lo ignoro. Sólo sé que era dinero negro. Sospecho que Kustas pretendía librarse así de represalias, aunque en realidad los capos no querían el dinero, sólo pretendían cargárselo para demostrar su poder. Los asesinos de Kustas eran profesionales, Sotiris.

Como recelo de las explicaciones fáciles y soy tan cretino que disfruto complicándome la vida, he tardado casi un mes en llegar a las mismas conclusiones que la Brigada Antiterrorista dedujo en dos días. Vlasópulos se va sin presentar nuevas objeciones, aunque por su mirada infiero que no está muy convencido.

Tomo un folio para redactar el resumen que me ha pedido Guikas. A través del balcón abierto veo al melenudo del piso de enfrente abrazando y besando a una chica joven. Al principio pienso que, a diferencia de Panos, éste ha recuperado a su novia, pero cuando se separan descubro que no es la misma. Ésta es alta y lleva el pelo largo. Me acuerdo de las palabras de Katerina: «Las mujeres sienten debilidad por los cachas». No sólo por los cachas, al parecer también por los melenudos. Aunque tal vez no se trate de esto; ni los cachas ni los melenudos, sino los tíos que saben llorar. Menos mal que ya he dejado atrás la juventud; con estos haremos, jamás conseguiría casarme.

Capítulo 32

Aunque la recepcionista de R.I. Helias se deshace en sonrisas, no me permite ver a Niki Kusta de inmediato, sino que me deja esperando mientras consulta con ella. Por suerte, enseguida se emite un pase y vuelvo a atravesar el pasillo que separa las dos filas de cubículos. La puerta del despacho de Kusta está abierta, como en mi visita anterior. Ella va vestida con sencillez y no lleva maquillaje. Su único adorno es su cabello, negro y brillante, recogido en la nuca.

– Últimamente nos vemos casi a diario -comenta-. ¿Alguna novedad?

– No, sólo una duda que quisiera aclarar.