Выбрать главу

Subo las escaleras y llamo al timbre. Al parecer me esperaban con impaciencia, porque la puerta se abre enseguida. La mujer que aparece en el umbral debe de rondar los cincuenta años, aunque aparenta diez más. Los rizos de cabello, teñido de un rojo encendido, rodean su rostro abotargado. Seguramente en sus tiempos fue hermosa, pero ahora las carnes cuelgan fláccidas como un viejo corsé demasiado usado.

– ¿El teniente Jaritos? Pase -dice al recibir mi respuesta afirmativa-. Soy Lukía Karamitri.

Abre una puerta a la izquierda y entramos en la sala de estar, donde predomina la misma sensación de belleza ajada. Sillas con la tapicería desteñida, sofás y sillones cubiertos de una tela verde brillante, una especie de maquillaje que pretende ocultar su deterioro, como el cabello rojo de Karamitri. Un hombre ocupa uno de los sillones. Me resulta imposible determinar su edad, ya que su rostro queda oculto tras una espesa barba negra, mechones de cabello negro y gafas negras. Me recuerda esos teólogos islámicos de Egipto o Palestina que a veces he visto en televisión.

– Le presento a Kosmás Karamitris, mi esposo -dice la mujer-. Le he pedido que se quede porque nuestra conversación le concierne también a él.

Karamitris me mira ceñudo, sin hacer el menor ademán de saludo. Ahora recuerdo que había sido cantante de música popular. Si el hijo de la señora Karamitri es un vaquero de los clubes nocturnos, su marido es el ayatolá de los tugurios.

– Tome asiento -me invita, señalándome el sillón tapizado de verde.

Voy directo al grano.

– Quisiera que me hablara de la empresa que usted representa, Greekinvest.

– ¿Qué puedo decirle? No sé nada -se limita a contestar. Advierte mi recelo y se apresura a añadir-: Ya sé que parece increíble, pero cuando le cuente la historia lo entenderá.

– Muy bien, adelante, la escucho. -¿Será una historia o un cuento? No lo sé, pero prefiero ponerme al corriente antes de pasar al ataque.

– Ya debe de saber que estuve casada con Dinos Kustas.

– Así es.

– Entonces sabrá también que lo abandoné.

– Sí.

Guarda silencio un momento, probablemente para ordenar sus pensamientos.

– La vida con Dinos Kustas no fue fácil, teniente. Era un hombre brusco, autoritario, que siempre quería salirse con la suya. Yo todavía era joven, buscaba sus caricias como una garita, pero él me trataba a patadas. Yo quería disfrutar de la vida, y él me dio dos hijos y me encerró en casa.

Mira de soslayo a su marido actual. Quizás espera que él intervenga para confirmar sus palabras, pero él permanece impasible, como un mendigo ciego que hubiera perdido su acordeón. La mujer comprende que no puede esperar ninguna ayuda de su parte y que tendrá que componérselas sola.

– Aquella situación asfixiante se prolongó durante catorce años. Mi única distracción era Los Baglamás. Dinos acababa de inaugurar el club, que yo visitaba algunas noches. Allí conocí a Kosmás. Él empezó a llamarme a casa, supongo que yo buscaba una oportunidad para librarme de Dinos, y tuvimos una aventura. Viví un año de terror; si Dinos nos hubiese descubierto, nos habría destruido. Kosmás comprendió que aquella situación no podía eternizarse y entonces me propuso que abandonara a mi marido para que viviéramos juntos. Una noche que Dinos estaba en Los Baglamás, metí algunas prendas en una maleta, renuncié al resto de mis cosas y me fui. Con el dinero que había ganado como cantante, Kosmás abrió una pequeña empresa discográfica, Fonogram. Al principio nos alojábamos en hoteles, después alquilamos esta casa. En aquella época nadie más vivía por aquí, pero a nosotros nos convenía porque queríamos estar lo más lejos posible de Dinos.

De nuevo guarda silencio. Mientras me contaba lo sucedido, yo pensaba en Élena Kusta que según Makis desaparece de casa todos los martes por la tarde. Lo mismo debió de hacer Karamitri.

– ¿Puedo ofrecerle algo? ¿Un café? -Intenta ganar tiempo, sea porque no soporta relatarlo todo de un tirón o porque ahora empiezan las mentiras y necesita tiempo para pensar.

– No, muchas gracias.

Vuelve a sentarse y respira hondo.

– Supuse que Dinos vendría tras de mí, que me perseguiría, pero su única reacción fue sabotear el trabajo de Kosmás. De pronto dejó de tener ofertas. Cada vez que estaba a punto de firmar un contrato, el negocio se iba misteriosamente al traste. Al final Kosmás se quedó sin dinero y tuvo que recurrir a los prestamistas.

Calla y mira a su marido. Le suplica con la mirada que continúe, pero él permanece inexpresivo.

– Una noche, a eso de las nueve, sonó el timbre. Me asomé y vi una furgoneta aparcada delante de la verja y toda la ropa que había dejado atrás al huir desparramada por el jardín. Dinos estaba allí de pie, riéndose. «Te he traído tus cosas», dijo. En los casi quince años que viví con él, sólo lo había visto sonreír en Navidad y Semana Santa. En cambio, en ese momento se estaba tronchando de risa. La verdad es que me asusté. Cuando tienes que vértelas con un hombre tan seco que de golpe se ríe a mandíbula batiente, la impresión que te produce no es de alivio, sino más bien de pavor. «Ven, quiero hablar contigo», me dijo y entró en casa. «¿Cómo va eso, Kosmás?», preguntó a mi marido en un tono desenfadado, como si hablase con un viejo amigo. «Me he enterado de que tienes algún problema en los negocios. Bueno, tengo algo para ti.» Abrió la cartera y sacó un papel.

– Era un pagaré de quince millones que yo había dado a un prestamista como garantía. -Karamitris irrumpe en la conversación de improviso, como si fuera un actor que estuviera esperando su turno-. La verdad es que sigo sin explicarme cómo logró localizarlo y comprarlo, es un misterio. Para divertirse un poco me preguntó si disponía del dinero para pagarle, aunque sabía muy bien que no teníamos ni para comer, que no podía pagar ni los intereses. Entonces soltó su proposición.

– ¿Qué proposición?

– Dijo que no intentaría cobrar el cheque y que además añadiría los intereses debidos a la cantidad prestada, siempre que aceptáramos dos condiciones.

– ¿De qué se trataba?

– En primer lugar, que nunca más viera a mis hijos -dice Karamitri, que retoma el hilo de la narración-. Lo cierto es que no entendí por qué ponía esta condición, ya que nunca había intentado ver a Niki ni a Makis.

Yo sí lo entiendo. Makis estaba pasando muy mala época, sufría por la pérdida de su madre, y Kustas quería asegurarse de que Luida no cedería si el chico recurría a ella, como en efecto sucedió.

– ¿Y la segunda condición?

– Que aceptara el cargo de administradora de una de sus empresas, obedeciendo siempre sus órdenes. «Mientras cumplas tu promesa, no tendréis nada que temer. Nunca exigiré cobrar el pagaré», dijo.

– ¿Y usted aceptó?

– ¿Acaso tenía otra salida? Estábamos con el agua al cuello.

– ¿Por qué no vendiste tu empresa? -pregunto a Karamitris.

– Supongo que lo dirá en broma. Una empresa endeudada no vale ni un millón. Además… -No termina la frase.

– Además ¿qué?

– Kustas se ofreció a invertir dinero en Fonogram. Puso veinte millones más, firmé otro pagaré y la empresa salió adelante. Desde entonces hemos ido tirando, aunque los beneficios de Fonogram nunca nos alcanzaron para saldar la deuda con Kustas. Nos tenía pillados.