Todavía debo informar a Guikas; decido dejarlo para más adelante. Primero terminamos con el registro de Greekinvest y después le expongo toda la historia con pelos y señales. Hasta ahora he cometido el error de tener prisa, tal vez porque no me encargué de los casos desde el principio. El asesinato de Petrulias se descubrió con meses de retraso y el cadáver apareció en un lugar distinto al de la muerte. Por otra parte, el caso de Kustas sólo llegó a mis manos cuando los de la Antiterrorista decidieron que no les concernía. Además, contaba con muy pocos datos y daba palos de ciego tratando de sacar algo en limpio. Si bien el error de la prisa es justificable, no me perdono el del método: debí investigar enseguida los demás equipos que podían ser propiedad de Kustas. Cuantos más equipos, más estrecho su vínculo con Petrulias y, con ello, los dos asesinatos. Menos mal que se me ocurrió interrogar a Niki y a su hermano acerca de su madre y me enteré de lo de Élena Kusta. Tal vez Makis se lo haya inventado, pero, de ser cierto, he cometido un tercer error: dejar que mi simpatía por Élena Kusta se interponga en mi trabajo.
Ahora que los males ya son tres, decido avanzar con la máxima cautela. Aunque los dos casos se van resolviendo, por otro lado también se complican cada vez más. No cabe duda de que Kustas y Petrulias eran uña y carne. Y aquí tenemos la complicación. ¿Para qué necesitaba Kustas a Petrulias? ¿Para amañar los partidos del Tritón? Para ello le bastaba con sobornarlo antes de cada encuentro. ¿Por qué nombrarlo administrador de Greekinvest y depender de su firma para los patrocinios? Además, ambos negocios eran de Kustas. ¿Por qué iba a sacar dinero de un bolsillo para metérselo en otro? Es como si se hubiera inspirado en el modelo oficial, según el cual el Estado se paga impuestos y contribuciones a sí mismo. La única explicación es la que dio Kelesidis: evasión de impuestos. Aun así, ¿por qué involucrar a su ex mujer y al marido de ésta? ¿Para vengarse de ellos? Resultaría verosímil si no hubiera esperado a recurrir a Karamitri hasta después de la muerte de Petrulias. La mantuvo en reserva durante años para recurrir a ella en caso de necesidad. En realidad, no lo movía la venganza. El Kustas que he ido conociendo a través de las descripciones de su hijo, su hija y sus dos esposas era un hombre frío, desapasionado. Hay algún otro factor en juego, pero no sé cuál. Espero que el registro de las oficinas de Greekinvest me proporcione respuestas, por eso prefiero demorar mi informe.
Vlasópulos asoma la cabeza por la puerta.
– Ya podemos irnos.
– ¿El cerrajero?
– Nos esperará en la entrada.
No nos llevamos el Mirafiori, sino un coche patrulla. Conduce Vlasópulos, que sigue el trayecto por las calles Dinokratus, Suecia, Maraslí y de ahí a la avenida Reina Sofía. Viajamos en silencio. No sé qué estará pensando él aunque a lo mejor sólo pretende no interrumpir mis reflexiones. No consigo olvidar la extraña relación que existe entre Petrulias, Kustas, su ex mujer y el segundo marido de ésta. Si el asesinato de Kustas no fue obra de profesionales, los únicos interesados en que desapareciera del mapa eran Luida Karamitri y su marido. No pongo en duda la veracidad de su historia, porque saben que me resultaría fácil cruzar datos y comprobar si mintieron. Ellos no mataron a Petrulias porque no lo conocían. Por su parte, tampoco Petrulias conocía a Karamitri, ya que Kustas los mantenía a distancia y los utilizaba según le convenía. No obstante, es posible que el matrimonio averiguara el papel de Petrulias después de la muerte de éste y decidiera aprovechar la oportunidad que se les presentaba. Liquidan a Kustas. Greekinvest, R.I. Helias y todas las propiedades de éste pasan a manos de Karamitri, mientras que su actual marido se convierte en dueño del Jasón. Aunque aparecieran los pagarés, pueden negociar con ventaja con el portador.
– ¿Qué estamos buscando? -pregunta Vlasópulos cuando enfilamos la calle Mitropóleos.
– ¿Qué se busca en un registro, Vlasópulos? -respondo irritado, porque ha interrumpido un proceso lógico que empezaba a satisfacerme mucho.
– Me refiero a si buscamos algo en concreto.
– No. Nos llevamos todo lo que hay, como el primer día de rebajas.
Las oficinas de Greekinvest se encuentran en el número 18 de la calle Fokíonos. El cerrajero ya está esperándonos allí. La puerta de la calle está abierta; entramos y empezamos a leer los nombres de los timbres, aunque por suerte no tenemos que buscar mucho. En el timbre correspondiente a la puerta de la izquierda, planta baja, se lee GREEKINVEST. El cerrajero examina la cerradura y tarda menos de un minuto en abrirla. Entramos en un piso sumido en una completa oscuridad, ya que las persianas están bajadas. Vlasópulos sube una de ellas y la luz grisácea del día ilumina las dos pequeñas habitaciones a las que se accede directamente desde el rellano, ya que no hay recibidor. A un lado de la primera estancia está la cocina, al fondo, la segunda habitación y, frente a la entrada, un pequeño cuarto de baño. En la primera habitación hay un escritorio, una silla y un archivador contra la pared: un escueto espacio de trabajo. Encima del escritorio, una máquina de escribir eléctrica y un teléfono con fax. La otra habitación está vacía y huele a humedad. En la cocina no hay tazas, ni vasos, ni un fogón para hacer café. Lo mismo en el cuarto de baño: un único rollo de papel higiénico, ni toalla ni jabón.
– No tardaremos ni un cuarto de hora -dice Vlasópulos, lo cual me llena de desesperación.
Salta a la vista que, como todas las empresas fantasma, Greekinvest no tenía empleados. Alguien pasaba aquí el tiempo justo para redactar una carta o enviar un fax. Los cajones del escritorio no están cerrados con llave. ¿Por qué iban a estarlo, si en ellos no hay nada que esconder? En el primero hay folios con el membrete de Greekinvest, en el segundo encuentro bolígrafos y un rollo de cinta para la máquina de escribir, el tercero está vacío.
El cerrajero se dirige al archivador, que está cerrado con llave, y se dispone a abrirlo mientras Vlasópulos se limita a observarnos desde el centro de la habitación. En el primero de los tres cajones del archivador encontramos tres carpetas. Me llevo la de arriba, con la etiqueta de R.I. Helias, me siento al escritorio y la abro. Vlasópulos, aburrido, se acerca al archivador y empieza a registrar los otros dos cajones.
El primer documento que encuentro es una carta fechada el 26 de agosto de 1995, firmada por Karamitri, que prorroga el patrocinio del Tritón por un año más. Más abajo aparece una copia del fax recibido por Arvanitaki y firmado por Petrulias. Sigo buscando en la carpeta y encuentro una serie de cartas que me llaman la atención: son una serie de encargos de sondeos de opinión para ciertos diputados. El nombre del ex ministro que es tres veces más popular que el jefe de su partido aparece en tres ocasiones. Observo que el último encargo, también firmado por Karamitri, es del pasado mes de agosto. Seguramente se trata del sondeo en el que trabajaba Niki Kustas la primera vez que fui a verla a su despacho. Más adelante leo los nombres de otros dos diputados, ambos muy conocidos y muy activos políticamente, en otras palabras, asiduos a los programas de entrevistas de televisión. Los demás encargos están todos firmados por Petrulias.
– Teniente. -Me vuelvo y veo que Vlasópulos sujeta un montón de libros de contabilidad-. Los libros de la empresa -anuncia.
Aunque los lea, tampoco me enteraré de nada.
– Nos los llevamos -respondo y vuelvo a centrarme en la carpeta de R.I. Helias.
¿Por qué Kustas encargaba a R.I. Helias sondeos de opinión sobre personajes políticos? Ya sé que ésta es la función de la empresa, pero las compañías de sondeos suelen recibir sus encargos de los periódicos, los partidos políticos o la televisión. ¿Qué interés tenía Kustas en estos diputados en concreto? Arvanitaki no comentó que hubiese recibido encargos de Petrulias ni de Karamitri. Otro misterio que, de momento, no puedo resolver. Dejo la carpeta.