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Me acerco al archivador y cojo las otras dos carpetas. Una de ellas tiene una etiqueta con un nombre: ATLÉTICO. No tardo demasiado en comprender que se trata de una tienda de artículos deportivos, en unas galerías comerciales de Marusi. Hasta yo, que detesto los deportes y las compras, sé que se trata de un establecimiento que no gana ni para el alquiler. Empiezo a hojear la carpeta y me topo con un fax idéntico al que recibió R.I. Helias para el patrocinio del Tritón. En este caso, la tienda llamada Atlético recibía orden de Petrulias de patrocinar al Jasón, el equipo que Kustas «cargó» a Karamitris.

La tercera carpeta lleva la etiqueta MURALLA CHINA y hace referencia a un restaurante chino en Livadiá. ¿A qué loco se le habrá ocurrido abrir un restaurante chino en la cuna de la carne asada? En Livadiá comen carne incluso en cuaresma, ¿a quién le iba a apetecer la dieta china? Sospecho que me toparé con otro patrocinio futbolístico, y no me equivoco. En esta ocasión se trata del Proteo, un equipo local. Aunque ignoro quién es el propietario, sabiendo el nombre del equipo no me resultará difícil averiguarlo. La orden es idéntica a las del Tritón y el Jasón, y el dinero salía de Greekinvest. Proteo, Jasón, Tritón y falsas cariátides en el jardín. Kustas debía de ser un amante de la Grecia antigua.

Dejo las carpetas a un lado y vuelvo a mis deducciones lógicas. ¿Con qué datos cuento? En primer lugar, Kustas controlaba Greekinvest desde la sombra, usando a Petrulias y a Karamitri como títeres. En segundo lugar, Greekinvest controlaba abiertamente R.I. Helias, la tienda de artículos deportivos Atlético y el restaurante Muralla China. En tercer lugar, las tres empresas eran patrocinadoras de equipos controlados, directa o indirectamente, por Kustas. Me siento pillado en un círculo vicioso. Partiendo de Kustas, he pasado por Greekinvest y la tercera división de fútbol para encontrarme de nuevo en el punto inicial. La cosa se está complicando mucho, y no creo que la evasión de impuestos fuera la única razón de todo este embrollo.

– Recoge todo eso, que nos vamos -digo a Vlasópulos.

Sólo los libros de contabilidad me ayudarán a descubrir lo que se esconde detrás de todo esto. Necesito la colaboración de un experto, pero antes que nada he de conseguir la aprobación de Guikas. Me temo que pronto volveré a caer en manos de Uzunidis.

Capítulo 38

Entro en el ascensor con Vlasópulos, aunque en la tercera planta nos separamos. Él sale para ir a su despacho y yo sigo hasta la quinta planta.

– ¿Qué hago con esto? -pregunta refiriéndose a los libros y carpetas que lleva en los brazos.

– Guárdalos en tu escritorio, ya te avisaré.

Primero he de hablar con Guikas y aclarar hasta dónde tengo permiso para hurgar en los negocios de Kustas. Hasta el momento, mi jefe ha encontrado diversas excusas para frenar la investigación; no obstante, ahora ya dispongo de datos y no le será fácil pasarlos por alto sin exponerse. No acababa de comprender por qué me ponía tantas trabas, pero los sondeos de opinión que he encontrado sugieren una explicación. Aún no sé cuál es la finalidad de esos estudios, aunque no me cabe duda de que son la causa del «estreñimiento» de Guikas y de que no le gustará en absoluto el «laxante» que pienso proponerle.

En la antesala me topo con Kula, que me saluda con una amplia y alegre sonrisa.

– ¿Todavía estás aquí? -exclamo, incapaz de ocultar mi sorpresa. Soy consciente de que parece una grosería, como si tuviera prisa por deshacerme de ella, pero aún tengo viva su imagen compungida.

– Al final no me voy -responde-. Es otro el que se larga. -A modo de explicación me muestra ambas manos para que vea que ya no lleva anillo.

– ¿Habéis roto?

– Lo he despachado, para ser más precisos. No iba a casarme con un estafador que utiliza mi nombre para cubrir sus desmanes. El señor Guikas tenía razón.

– ¿El director te sugirió que dejaras a tu novio? -No doy crédito a mis oídos. ¿Desde cuándo se ocupa Guikas de los asuntos personales de los empleados? A mí no vino a verme al hospital y, sin embargo, de repente se preocupa por el futuro de Kula.

– No me sugirió que lo dejara -precisa ella-. Sólo me dijo que, si deseo ascender en el cuerpo, no basta con que yo sea honrada, también han de serlo mis allegados. Lo medité y decidí que me convenía separarme de Sakis para no acabar sirviendo los cafés en una comisaría de barrio.

– ¿Cuántos años llevabais juntos?

– Cinco.

– ¿Y no te dolió cortar con él? ¿No estabas enamorada?

– Estoy más enamorada de mi trabajo -replica con voz mimosa-. ¿Dónde encontraría otro puesto como éste? Es más fácil sustituir a un hombre. Además…, siempre están los monasterios. -Se echa el cabello hacia atrás en un gesto de coquetería, como si pretendiera sugerir que los monjes harían cola para que les pasara revista.

Me admira la habilidad de Guikas en utilizar mi consejo según su conveniencia. Le advertí que echaría de menos a Kula, y él no sólo consiguió separarla de su novio, sino que garantizó su presencia en el despacho hasta las nueve de la noche. Amores, compromisos, peladillas, todo queda en agua de borrajas, sin una triste instantánea de recuerdo. Sólo un arcón cicládico en miniatura. Las peladillas no cuentan, porque se echan a perder. La cajita siempre puede servir para guardar los granos de pimienta en la cocina.

Entro en el despacho de Guikas e interrumpo así una de las dos actividades que suelen amenizar sus jornadas: estar sentado en su sillón o hablar por teléfono. Ahora se dedica a la segunda labor y espero a que termine. Sé que no tardará mucho, no porque su amabilidad le impida hacer esperar a sus subordinados, sino porque tiene el sentido de la conspiración muy desarrollado y prefiere mantener en secreto sus conversaciones telefónicas. Efectivamente, cuelga a los quince segundos.

– ¿Qué hay de nuevo? -pregunta.

Empiezo a informarle acerca de lo que hemos averiguado de Karamitri y su marido, del registro de las oficinas de Greekinvest, de las empresas que ésta controlaba y del dinero que Kustas procuraba a sus equipos de fútbol. Por último, le hablo de los sondeos que Kustas encargaba a R.I. Helias. Guikas no es un hombre muy alto y a medida que avanza mi informe, él va encogiéndose cada vez más. Cuando llego a los sondeos, sólo se le ve la cabeza. Su desaparición detrás del escritorio basta para confirmarme que recibe presiones de los estamentos políticos.

– No pienso investigar a los diputados -concluyo y advierto que se incorpora en el sillón-. A fin de cuentas, R.I. Helias se dedica a realizar sondeos y es normal que recibiera encargos en este sentido.

– Desde luego. -Sus palabras rezuman alivio-. Pero no me gusta este lío con las empresas de Kustas. Por lo general, cuando uno no quiere figurar como propietario de todas sus pertenencias, recurre a su mujer o a sus hijos. En cambio Kustas recurrió a un árbitro, a su ex mujer y al marido de ésta, con quienes se llevaba a matar.

He de apretar los puños para no frotarme las manos de satisfacción, porque ya lo tengo donde lo quería.

– A lo mejor pretendía evadir impuestos -sugiero para no inquietarle demasiado-. Sus libros tal vez lo confirmarían, aunque para ello necesito la colaboración de un experto.

– ¿Qué experto?

– Alguien del Cuerpo de Contables Jurados.

Guikas suspira.

– Si nos liamos con los contables jurados, mañana todo el mundo estará al corriente y sus herederos montarán un escándalo en televisión. Sin ser un gran empresario, Kustas tenía ocho o nueve empresas. En estos tiempos, no es preciso ser Onassis para salir en la tele. Todo el mundo es capaz de realizar declaraciones trascendentales.