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Razón no le falta, por eso ya me he preparado una respuesta.

– Existe una solución más discreta: llamar a un amigo de Hacienda. Es un tipo listo y de confianza.

– Perfecto -asiente, de nuevo con claro alivio-. Veamos primero qué dicen los libros y después ya decidiremos el siguiente paso. No pierdas de vista al marido de Karamitri, podría ser la clave del problema.

– No pienso perderlo de vista.

Encima de mi escritorio está la lista de propietarios de los equipos de tercera división. Empiezo por el Jasón. Propietario: Kosmás Karamitris. Más adelante figura el Proteo. La sorpresa es el nombre del propietario: Renos Jortiatis. Mira por dónde, el administrador de Los Baglamás es dueño de un equipo de Livadiá, financiado por Greekinvest a través de un restaurante chino. Aunque, pensándolo bien, no debería sorprenderme. Kustas pasó su segundo equipo a un hombre que tenía bien agarrado por donde más duele, Karamitris, y su tercer equipo a su hombre de confianza, Jortiatis. De repente recuerdo que en mi última visita a Los Baglamás, cuando Makis gritó a Jortiatis que lo despediría, éste último se partió de risa. Ahora ya sé por qué: se reía porque se sentía seguro. Aunque Makis lo despidiera, con Kustas muerto, él cobraría el patrocinio del Muralla China y saldría ganando.

Descuelgo el teléfono y llamo a casa de Kelesidis.

– ¿Cuánto tiempo necesitas para repasar los libros de una empresa?

– Depende de los libros.

– Hay varios, los de una empresa de inversiones, de una compañía de sondeos, de una tienda de artículos deportivos, de dos clubes nocturnos, de dos restaurantes y de dos equipos de fútbol.

– ¿Tiene que ver con aquel equipo de tercera, el Tritón?

– Sí.

Kelesidis se echa a reír.

– Sin hacer horas extras, me llevaría un mes.

Imposible, no me hallo en disposición de prolongar las investigaciones durante tanto tiempo.

– Se me ocurre una solución. Empecemos por la empresa de inversiones, a ver adónde nos conduce.

Se produce un silencio.

– No puedo inspeccionar libros de empresas que pertenecen a otras delegaciones, teniente -dice Kelesidis al cabo de un momento con cierta vacilación-. Lo hice una vez, extraoficialmente, para ayudarlo, pero lo que me pide constituye una infracción.

– ¿Y si recibieras la orden del Ministerio de Economía?

– Eso cambiaría las cosas.

– Bien, lo arreglaré. Procura estar en mi despacho mañana, a las nueve. Y no comentes este asunto con nadie.

Manos Kartalis, mi primo segundo, se echa a reír cuando le digo que vuelvo a necesitar a Kelesidis.

– Al final lo sacarás de Hacienda para incluirlo en tu equipo -dice-. De acuerdo, le cubriré.

Cuando consulto mi reloj, descubro que ya son las siete. Prefiero interrogar a Jortiatis hoy mismo, así termino con los encuentros futbolísticos y averiguo el tanteo final. No tiene sentido volver a casa, es mejor ir pronto a Los Baglamás, antes de que empiece la juerga, y hablar tranquilamente con Jortiatis.

Llamo a Adrianí para que no me espere para cenar.

– ¿Vas a trasnochar otra vez? -pregunta en tono de reproche.

– No voy a trasnochar, llegaré a las doce como muy tarde. Uzunidis me dijo que llevara vida normal.

– Y tú has decidido cambiar de trabajo y convertirte en guardia nocturno -responde con sarcasmo antes de colgarme el teléfono.

Capítulo 39

Después de tres días de rayos y truenos, cae una llovizna que no merece ni el desgaste de los limpiaparabrisas. Son las nueve de la noche y voy circulando lentamente desde las luces de la avenida Panepistimíu a las tinieblas de la plaza Omonia. Coches y motos giran despacio alrededor de las obras del metro, como los bueyes de una noria. Hay pocos peatones y los expositores de los quioscos, dispuestos para recibir la primera edición de los diarios, están vacíos.

En la avenida San Konstantino han desaparecido los montones de basura que la cubrían la primera vez que fui a Los Baglamás. En la esquina con Menandru, delante de la iglesia de San Konstantino, dos tipos muy juntitos se dedican al negocio del hachís. Los del coche patrulla que me precede no los ven -o deciden no prestarles atención- porque ningún policía se detiene a arrestar a un camello de poca monta a menos que desde las alturas le hayan ordenado que inicien una operación, por otro lado condenada al fracaso. «La Acrópolis y Plaka, las estatuas y los parques…», decía una vieja canción, la más popular en la academia de policía después del himno nacional. La ponían por los altavoces al menos dos veces al día, ya fuera para vendernos una Atenas inexistente o porque estaban convencidos de que el gobierno de la Junta recuperaría una ciudad «rosa y vaporosa». El plan fracasó estrepitosamente. La Acrópolis no se distingue ni desde el mismísimo barrio de Plaka que la rodea, mientras en los parques, bajo las estatuas, duermen inmigrantes ilegales, yonquis, o ambas cosas a la vez; dos en uno, como los champús.

En la avenida Atenas hay más tráfico que la otra vez, aunque mejor repartido. Los camiones circulan en dirección a Skaramangás, los autobuses de línea en dirección a Atenas. La llovizna se ha convertido en lluvia y el tráfico avanza a paso de tortuga. Tardo media hora en llegar a Los Baglamás. Dejo el coche en la plaza de aparcamiento de Kustas, que está libre.

En el puesto de Mandás, en la entrada, hay ahora un tipo alto y macilento.

– ¿Está aquí el señor Jortiatis? -pregunto.

– ¿Qué quiere?

– Eso no es asunto tuyo. Yo hago las preguntas y tú me das respuestas. -La última frase es la clave para que entienda que soy un poli.

– Pase -dice, abriéndome la puerta.

La sala no ha cambiado desde mi última visita; la misma tapicería color hígado con los rombitos brillantes, la misma disposición de mesas y sillas. Sólo falta la cantante que lamía el micrófono como si fuera un helado. La chica del bar se dedica a su quehacer habituaclass="underline" secar las copas.

– ¿Dónde puedo encontrar al señor Jortiatis? -pregunto.

– En su despacho -responde ella mientras se contempla en el cristal de una copa, que brilla como un espejo.

– ¿Dónde está su despacho?

– Tercera puerta a la izquierda. -Señala el pasillo que ya conozco de mi anterior visita.

Echo un vistazo en el camerino de Kaliopi, alias Kalia, pero está vacío. Llamo a la puerta que me han indicado y entro sin esperar respuesta. Renos Jortiatis se levanta de un salto y me tiende la mano en un gesto mecánico. En cuanto ve a alguien, extiende el brazo, como si hubiese pasado años trabajando en los peajes de la autopista.

– ¡Teniente! ¿Qué lo trae por aquí?

– Necesito cierta información acerca de las actividades empresariales de Dinos Kustas.

– Tome asiento, por favor.

Nos sentamos y dejo que me observe un minuto largo.

– ¿Eres el propietario de un equipo futbolístico, el Proteo?

Aunque le pillo desprevenido, no tarda en recuperar la sonrisa.

– ¿Es aficionado al fútbol, teniente?

– No lo era, pero tu ex jefe me está convirtiendo a marchas forzadas en un auténtico forofo. Bueno, ¿eres el propietario del Proteo o no?

– Sí.

– ¿Y el Proteo es un equipo de Livadiá?

– Sí.

– ¿Tú eres de Livadiá?

– Nací en Salónica pero me crié en Livadiá. Me trasladé a Atenas después de cumplir el servicio militar.

– ¿Por eso has organizado un equipo en Livadiá? ¿Porque viviste allí?

– Yo no lo organicé; el club ya existía, aunque ocupaba los últimos lugares de la clasificación. Se me ocurrió tomar las riendas del cuadro y ayudarlo a subir, para que Livadiá tuviera un buen equipo de fútbol, aunque fuese de tercera.