Se abre la puerta y entra Sotirópulos, que a estas alturas ni se molesta en llamar y entra como Pedro por su casa. A ver si me acuerdo de darle una llave para que abra cuando yo no esté.
– ¿Qué quieres? -pregunto hoscamente para bajarle los humos, a la vez que me apresuro a cubrir mi esquema con un folio en blanco.
– Conocer las novedades. Desde el día en que nos entregaste al portero del club, aquí nadie ha dicho esta boca es mía.
– No hay novedades. En cuanto las haya, os lo comunicaremos.
Me mira con una gran dosis de recelo.
– Me estás tomando el pelo -dice-. Seguro que te traes algo entre manos y no quieres contármelo. Me obligarás a denunciar en el informativo que la policía oculta información a la opinión pública.
– Comunícales que nos hemos topado con una muralla china que se resiste tenazmente.
Esboza una amplia sonrisa de satisfacción y se olvida de su recelo.
– Ya te dije que Kustas era un hueso duro de roer. Todo el mundo sabía que andaba metido en algún asunto sucio, pese a que nadie podía demostrarlo. ¿Y qué hay de Petrulias? ¿Cómo no habéis averiguado nada acerca de él? -Resurge el recelo-: Oye, ¿no será que existe una relación entre ambos casos? Quizá tuvieras razón tú y no Nasiulis.
Me pone en un aprieto porque no me hallo en disposición de revelar este dato. Por suerte, en este momento suena el teléfono. Descuelgo el auricular y oigo la voz de Kelesidis.
– Teniente, ¿podría venir un momento? Creo que he encontrado algo.
– Guikas quiere hablar conmigo -miento a Sotirópulos y me levanto apresurado.
– No me has contestado. ¿Existe alguna relación entre los dos casos?
– Ya te he dicho que no sabemos nada.
Que ponga mala cara; me importa un comino. El ascensor vuelve a hacer de las suyas: llega al cuarto piso, cambia de opinión y sigue subiendo. No me encuentro en el estado de ánimo más adecuado para pasar un test de paciencia, de forma que bajo por las escaleras. Me pregunto qué ha podido encontrar Kelesidis que se me haya escapado a mí, aunque por supuesto él es de Hacienda, es normal que vea con ojos distintos las empresas y su capital.
Entro en la sala de interrogatorios y veo los libros desparramados por la mesa, como platos después de un banquete navideño.
– ¿Qué has encontrado? -pregunto.
Está tan inmerso en el papeleo que se sobresalta. Al verme, se echa a reír.
– Un cacao -responde-. A simple vista, Kustas debía de blanquear al menos un billón al año, aunque para confirmarlo debería revisar los libros de los clubes nocturnos y compararlos con su movimiento de cuentas. Aun así, no creo equivocarme mucho.
– ¿Qué esperas encontrar?
– Empecemos por el principio: el capital invertido en patrocinios.
– Esto ya lo he visto -lo interrumpo-. Blanqueaba unos quinientos millones al año. ¿Qué hacía con el resto?
– Los quinientos millones correspondían a la mitad de los beneficios de las empresas filiales de Greekinvest. La otra mitad quedaba en su haber, aunque Greekinvest jamás declaraba beneficios.
– ¿Cómo es posible?
– Cada año Greekinvest recibía de cierta cuenta del Banco Jónico un préstamo que oscilaba entre quinientos y setecientos cincuenta millones. Estoy convencido de que el capital prestado provenía de un fondo de dinero negro, con el que la empresa financiaba sus clubes de fútbol. Al final de cada ejercicio, los beneficios legítimos de las filiales de Greekinvest servían para cancelar el préstamo, que se renovaba a principios del año siguiente. Le concedían préstamos de dinero negro que la empresa devolvía con dinero legal, aparte de los patrocinios que cobraba, también legítimamente, a través de los equipos. No sé a nombre de quién está la cuenta del Banco Jónico, pero sospecho que si lo comprueba hallará el nombre de Kustas. Añada a esto unos ciento cincuenta millones más que blanqueaba con la ayuda del Estado.
Lo miro estupefacto.
– ¿Qué me estás diciendo? ¿Que el Estado blanqueaba los capitales de Kustas?
– Todos los equipos de tercera división reciben unos cincuenta millones al año en concepto de ayuda pública, de forma oficial y con el sello correspondiente. Multiplicados por tres, son ciento cincuenta millones.
– ¿Y el resto?
Kelesidis sonríe con expresión de maestro que ilumina a un alumno.
– Por eso necesito los libros de los clubes y sus cuentas bancadas. Le diré qué espero encontrar allí: los equipos siempre han de tener unos beneficios legales. En algunas ocasiones, sin embargo, figurarán unos ingresos en caja tres o cuatro veces superiores a lo habitual, que corresponderán a los días en que Kustas emitía recibos falsos, hinchando artificialmente unas ganancias que en realidad correspondían a la entrada de dinero negro. Así blanqueaba el resto.
– Pero tenía que pagar impuestos por él.
– Nadie ha dicho que el blanqueo de dinero tenga que salir gratis -dice Kelesidis riéndose-. Los titulares del dinero negro blanqueado por Kustas pagaban los impuestos correspondientes más un porcentaje por sus servicios. Si cobraba el veinticinco por ciento, que es lo habitual, sacaba setecientos cincuenta millones libres de impuestos al año, más los beneficios de sus clubes.
Me cabreo conmigo mismo. Si no me hubiese conformado con un repaso rápido de la contabilidad de Kustas, habría descubierto todo esto mucho antes. El recuerdo de las cuentas bancadas de Kustas me lleva a pensar en un detalle de la declaración de la renta de Petrulias.
– ¿Cómo es posible que Petrulias no declarara ni un céntimo de beneficios de Greekinvest? -pregunto a Kelesidis.
– Porque como administrador de la empresa no cobraba ni un céntimo. ¿Quién iba a sospechar de la declaración de un administrador cuya empresa no declara beneficios? La contribución de Petrulias se basaba en los dos pisos y el coche de lujo de su propiedad. Hacienda no tenía por qué sospechar de él, y todos estaban contentos. Kustas pagaba a Petrulias con dinero negro, teniente. Se ve claramente en su cuenta bancaria.
¿Cómo iba a imaginármelo yo, orgulloso propietario de un mísero Mirafiori?
– Sin embargo, hay algo que no entiendo… -Kelesidis empieza a hojear el movimiento de cuentas de Petrulias-. Resulta fácil detectar el dinero negro que recibía de Kustas. He encontrado ingresos de uno, dos y hasta cinco millones que provienen de Kustas. Pero de pronto aparece un ingreso de ciento cincuenta millones. Es el único, y no entiendo cómo consiguió esta suma de repente.
– ¿Cuándo se hizo el ingreso? -pregunto.
– El 25 de mayo. -Me observa, muy sorprendido con mi inquietud.
Mis piernas ya no me sostienen y me dejo caer en una silla.
– Mira cuándo vencían los plazos del préstamo que el Banco Jónico concedía a Greekinvest.