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– ¿Saben sus superiores que ha venido usted a formularme estas preguntas?

– No, no lo saben. Si los hubiese informado, habría tenido que mostrarles la foto y la agenda de Kaliopi Kúrtoglu, con su número de teléfono. He preferido ocultar estas pruebas y venir a entregárselas en persona para evitar un escándalo.

– Se lo agradezco. Es un gesto loable.

Todavía no comprende que su agradecimiento no vale un comino.

– A cambio, esperaba que se mostrara dispuesto a hablarme de sus relaciones con Kalia y con Dinos Kustas.

– Ya le he dicho cuanto sé.

– Muy bien, pues.

No le doy la mano porque prefiero no tocarlo siquiera. Estoy a punto de abrir la puerta cuando el ex ministro me llama y me vuelvo.

– ¿No hay otras? -pregunta señalando la fotografía.

– No, tiene mi palabra.

– Gracias de nuevo. Y no olvide que no sabía nada de la chica -añade.

En rigor, debería pedirle una muestra de semen para compararla con los restos hallados en la vagina de Kalia, pero eso sería de todo punto imposible. El semen tiene la inmunidad parlamentaria.

Capítulo 49

Me pregunto si he jugado bien mis cartas. El problema es que sólo tenía dos: la fotografía y la hoja de la agenda de Kalia. Me faltaba el as, y he tenido que usar la baza de los sondeos. Si el ministro se ha tragado el anzuelo, su reacción lo delatará. Estoy seguro de que estuvo con Kalia la noche en que ella murió. La versión del oficial de guardia de la comisaría de Níkea, según la cual el acompañante de Kalia era un yonqui que se asustó y decidió borrar sus huellas, no me convence en absoluto. A un yonqui no se le ocurriría limpiar la copa y la botella ni quitar la foto de su marco, sino que saldría huyendo a ciegas, tropezando con los muebles. Sólo una mente serena que tiene en cuenta las consecuencias se entretendría en borrar huellas. Y la mente serena fue la del ex ministro, no la de algún drogata atolondrado.

«Cópula.» Según el Liddell-Scott, existen tres acepciones: «1. Encuentro, atadura, ligazón de una cosa con otra. / 2. Unión sexual, acción de copular. / 3. Término que une al sujeto con el atributo».

«Unión sexual, acción de copular», por lo tanto. No creo que el ex ministro se juntara con Kalia para ligar una cosa con otra ni para construir una frase. Buscaba la unión sexual y su perfeccionamiento en las ciencias del coito.

El Diccionario hermenéutico de términos hipocráticos ofrece una sola acepción: «contacto carnal. IX. Epístola 23, pág. 398:… ministerio copulativo…».

Me quedo prendado del ejemplo. Si Hipócrates hubiese añadido la palabra «ex» en su epístola, «ex ministerio copulativo», habría demostrado ser adivino además de médico.

Me tiendo en la cama rodeado de mis diccionarios para relajarme, pero no dejo de pensar en el ex ministro. Me pregunto cuál será su próximo movimiento. Probablemente se pondrá en contacto con Arvanitaki para pedirle que elimine las pruebas de los sondeos. Si Petrulias estuviera vivo, hablaría con él directamente, pero esa puerta ha quedado cerrada. No creo que conozca a Karamitri, puesto que Kustas la mantenía en la sombra, de manera que intentará solucionar el problema por sus propios medios y meterá la pata. Porque, desde el momento en que trate de destruir las pruebas, quedará patente que conocía los tejemanejes de Kustas, con quien había contraído una deuda por haberle conseguido altos índices de popularidad.

Considero la idea de intervenir los teléfonos del ex ministro, el de su casa y el de su despacho. Si decide ponerse en contacto con Arvanitaki, no se atreverá a presentarse en su oficina, sino que lo hará a través del teléfono. No obstante, la idea queda descartada, porque tendría que solicitar permiso para intervenir la línea de un sospechoso, algo que no me concederían en la vida. Prefiero esperar un par de días y después pedir una orden de registro de las oficinas de R.I. Helias. Esta mañana Arvanitaki me dijo que guarda los informes en sus archivos. Si no los encontramos, significará que ha hecho el favor de destruirlos. En tal caso, el ex ministro estará con el agua al cuello. Rezo para que actúe enseguida, porque mañana por la mañana tendré que presentar a Guikas las pruebas encontradas en el almacén de Kustas y, a partir de ese momento, sólo dispondré de unas pocas horas antes de que archive el caso.

He de levantarme de la cama para abandonar estos pensamientos. Adrianí está en la cocina, rodeada de tomates y pimientos decapitados y dispuestos simétricamente, un tomate, un pimiento, color rojo, color verde. Delante tiene una ensaladera con el relleno. Toma un pimiento, lo llena y luego vuelve a colocar la parte superior. A continuación repite el proceso con un tomate. Trabaja a una velocidad sorprendente, como si hubiera aprendido el oficio en una línea de montaje industrial.

– ¿Ya estás preparándolos? -pregunto.

Levanta la cabeza y me sonríe.

– Sí. Mejor dejarlos reposar una noche, así absorben mejor el aceite. Mañana haré el lucio a la espetsiota.

– ¿También pescado?

– No vamos a servir un solo plato. ¿Quieres que nos tome por tacaños?

Claro. Como tampoco le ofreceremos el tradicional sobre, podríamos quedar mal. Adrianí vuelve a su línea de montaje y la observo mientras rellena tres pimientos y dos tomates. En ésas estamos cuando nos interrumpe el teléfono. Contesto desde la sala de estar y descubro que es Kula.

– Señor Jaritos, el director quiere que se persone en el despacho del secretario general a las siete en punto.

Me sorprende, ya que no veo al secretario general del Ministerio más de un par de veces al año.

– ¿Ha comentado el motivo?

– No. Sólo ha dicho que vaya usted allí.

– Bien, Kula, muchas gracias.

Cuelgo el teléfono y trato de ordenar mis pensamientos. Que soliciten mi presencia a las siete de la tarde no es buena señal. Voy al dormitorio y saco del cajón de la mesilla tres sobres: el que contiene los negativos de las fotografías del ex ministro y los otros dos. Mejor me los llevo, nunca se sabe.

– He de salir -aviso a Adrianí, de camino ya hacia la puerta.

– Dime a qué hora piensas volver para tenerte preparada la cena.

– No lo sé. Me ha llamado el secretario general.

Son casi las seis y media, hora punta. El lento avance del tráfico me sienta fatal, porque me deja tiempo para pensar en la reunión. Si sólo quisieran información, Guikas habría encontrado el modo de excluirme de esta visita, ya que le preocupa conservar el monopolio de los contactos con la dirección política del Ministerio. ¿Querrá asegurarse de que no hemos logrado avances sustanciales en el caso Kustas para tener la excusa de cerrarlo? En ese caso, a Guikas le conviene mi presencia como chivo expiatorio: ya que no he conseguido solucionar el caso, a él no le queda más remedio que archivarlo. Yo aparezco como un inútil, ellos cumplen con su deber y… asunto concluido. La idea no me gusta en absoluto pero no veo qué puedo hacer. A fin de cuentas, sigo sin encontrar al asesino. Si hubiera seguido el consejo de Stellas, de la Brigada Antiterrorista, yo mismo habría archivado el expediente y ahora no tendría que cargar con este fracaso.

Encuentro a Guikas acomodado en uno de los sillones de la antesala del secretario general y me siento a su lado.

– La has cagado -sisea como una serpiente, fulminándome con una mirada venenosa.

– ¿Yo? ¿Qué he hecho yo?

– Ya te enterarás. Sólo te digo una cosa: no puedo respaldarte en esto. Tendrás que arreglártelas por ti mismo.

No me da tiempo a responder: la puerta se abre y una secretaria nos invita a pasar.

El despacho del secretario general del Ministerio parece haber sido decorado con objetos de segunda mano, como si hubieran renovado el del ministro y destinado los muebles viejos al secretario. Se trata de un espacio relativamente pequeño y abigarrado. El secretario, que parece atrapado detrás de su enorme escritorio, no se levanta ni tiende la mano para saludarnos, sino que se limita a señalar los dos sillones colocados frente al escritorio. Guikas se sienta con el cuerpo vuelto hacia el secretario, casi dándome la espalda.