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Se diría que el miedo le da alas, porque se levanta de un salto y empieza a gritar:

– ¡Yo no he matado a nadie, cono! ¡Queréis cargarme dos asesinatos porque no sois capaces de encontrar al verdadero culpable!

– Ya lo encontraremos, no te preocupes -interviene Vlasópulos-. Pero esto no cambiará la situación. Tú cumplirás cadena perpetua como instigador.

De pronto me invade la sensación de que algo se me escapa desde el principio de la investigación, un detalle que me llamó la atención y luego se me olvidó. Me devano los sesos para recordarlo.

– No soy instigador de nada -insiste Karamitris-. En mi vida he visto a ese tipo de cabello blanco del que habláis.

– ¿Cómo explicas, entonces, que encontráramos en tu casa el pagaré de quince millones? -pregunto.

– Ya te lo he dicho. Vino por correo.

– ¿Cuándo?

– Anteayer.

– ¿Cómo? ¿Por correo normal, certificado, cómo?

– No lo sé. Lo encontramos en el buzón. El destinatario era Lukía.

– ¿Y el remitente?

– No figuraba el nombre del remitente ni llevaba sello. Alguien puso el sobre en el buzón y se largó.

– ¿Qué chorradas son éstas? -Vlasópulos lo agarra por las solapas y lo obliga a ponerse en pie, sacudiéndole con violencia-. Primero dices que llegó por correo, luego que alguien lo echó en el buzón. ¿Nos has tomado por imbéciles? ¿Quién va a dejar un pagaré de quince millones en un buzón?

– No sé quién lo dejó. Por extraño que parezca, así sucedió.

– ¿Dónde está el otro pagaré que firmaste para Kustas, el de veinte millones? -pregunto.

– Lo ignoro, de verdad. En el sobre sólo había un pagaré, os lo juro. Hace apenas una hora registrasteis mi casa y no lo encontrasteis. Si queréis, registrad mi despacho; tampoco lo encontraréis allí.

– No lo encontraremos porque lo has roto -dice Vlasópulos y lo empuja contra la pared.

– Entonces, ¿por qué no rompí los dos?

– No lo sé -contesto-. A lo mejor el otro era para pagar al asesino. Sus honorarios por matar a Kustas, librarte de tu mujer y encontrar los cheques.

– ¿Es eso, mamón? ¿Por eso no lo rompiste? ¡Habla! -grita Vlasópulos, golpeándolo contra la pared.

– ¡No tenéis ningún derecho a tratarme así! ¡No he cometido ningún delito! ¡Quiero hablar con mi abogado!

– Hablarás con tu abogado cuando hayas confesado -replico.

El interrogatorio prosigue un par de horas más, en el mismo tono. Por mucho que lo presionamos, Karamitris insiste en declararse inocente, mientras yo me esfuerzo en vano por recordar el detalle que se me ha pasado por alto. Al final, Vlasópulos y yo salimos de la sala de interrogatorios.

– Enciérralo en una celda con algún ratero -le digo-. Si pasa una mala noche, tal vez confiese. Entretanto, registraremos su despacho, aunque no creo que encontremos el otro pagaré. Seguro que lo ha destruido, por eso nos da vía libre a su oficina.

Entro en el ascensor y no respiro libremente hasta encontrarme en el despacho de Guikas. Está reunido con Stellas, de la

Brigada Antiterrorista. A éste también le conviene aprender una lección. Los casos no se cierran sin investigarlos.

– ¿Qué noticias nos traes? -pregunta Guikas.

– Aún no hemos encontrado al asesino, pero hemos cazado al instigador de ambos crímenes.

– ¿Quién es? -pregunta, y se levanta de un salto temiendo que se trate de alguno de los diputados.

– Kosmás Karamitris, el marido de Luida Karamitri. Primero dispuso la muerte de Kustas, quien lo chantajeaba con dos pagarés por un valor total de treinta y cinco millones. Después dispuso la de su mujer, para quedarse con las propiedades que Kustas había puesto a nombre de ella.

– ¿Por qué, si estaban casados? -interviene Stellas. Sería un buen abogado para Karamitris.

– Porque los dos querían divorciarse. Al parecer, Lukía iba a dar el primer paso, Karamitris se acojonó y contrató a un asesino antes de que ella tramitara la petición de divorcio.

– ¿Hay pruebas? -pregunta Guikas.

Le doy el pagaré que hemos encontrado en casa de Karamitris.

– Es uno de los dos documentos que Karamitris había firmado a favor de Kustas.

– ¿Cómo llegó a sus manos?

– Según él, lo metieron en el buzón de su casa, dentro de un sobre.

Ambos se echan a reír.

– Prepárame una nota para la prensa. Aunque no hayamos detenido al asesino, tenemos al instigador. Eso bastará para afirmar que hemos resuelto ambos casos. El de Petrulias ya estaba resuelto.

– Tendrá la nota mañana por la mañana.

– Te felicito, lo has hecho muy bien -añade Guikas cuando ya llego junto a la puerta. Es la primera vez que me felicita, seguramente le resulta más fácil que disculparse por haberse mostrado dispuesto a apartarme del servicio.

– Desde luego, los de Homicidios sois de una pasta especial -comenta Stellas riéndose-. No os rendís fácilmente.

Por eso conseguimos detener a algunos asesinos, mientras que vosotros no cazáis ni a un terrorista, pienso, pero decido callarme la boca.

Salgo del despacho de Guikas hinchado como un pavo. Llamo a Dermitzakis para preguntarle si ya han terminado el retrato robot del asesino.

– La parejita está ahora mismo con el dibujante, pero no creo que acaben hoy -dice él.

– ¿Has pedido que traigan a Mandás de la cárcel?

– No, pensé que era mejor esperar hasta ver qué sale del retrato robot.

– Que lo traigan, no perdamos tiempo. ¿Tenemos ya la orden de registro?

– Mañana por la mañana.

Me parece que ya está todo. Me dispongo a marcharme cuando suena el teléfono.

– Stratopulu al habla -dice una voz femenina-. ¿Se acuerda de mí, teniente? -El nombre me suena, pero no logro recordar de qué-. De la agencia San Marín, alquilamos el velero al señor Petrulias -añade al advertir mi vacilación.

– Por supuesto, ahora la recuerdo. -¿Es éste el detalle que se me escapaba? No, se trata de otra cosa que sigo sin recordar.

– El velero ha estado en uso. -Lástima, pensaba alquilarlo para recorrer las islas del mar Jónico-. Ahora, sin embargo, volvemos a disponer de él y nos han entregado algunas pertenencias del señor Petrulias. Al parecer, las había guardado en un armario bajo el timón y a nadie se le ocurrió mirar allí. ¿Quiere que se las lleve?

– Si no le es molestia…

– Se las dejaré en Jefatura mañana a primera hora, antes de ir al despacho.

– Muy amable, señora Stratopulu.

Capítulo 55

«Taimado: disimulado, ladino, marrullero, avisado…» La lista de sinónimos es más larga que la de criminales buscados por la policía. «…Artero, hipócrita, malévolo, pérfido, calculador…»

El diccionario se me cae de las manos. Me quedo dormido, taimadamente satisfecho por la metedura de pata del secretario general, mucho más evidente tras el asesinato de Lukía Karamitri. Es la primera noche que duermo como un bendito, sin sobresaltos ni pesadillas. Hasta digiero sin problemas los últimos tomates rellenos que sobraron de la comida con Uzunidis. Desde las siete de la tarde hasta las diez y media de la noche, hora en que nos acostamos, Adrianí fue un ángel. Preparó verdura para cenar, una comida que me encanta pero que ella odia profundamente, porque la verdura cruda le provoca una reacción alérgica en las manos cuando la lava.