Por la mañana me despierto optimista y de buen humor, con ganas de ir al trabajo pronto para cerrar el expediente de Kosmás Karamitris. Como en los buenos tiempos, mi aparición en el pasillo de la tercera planta es saludada por cámaras, micrófonos y un pelotón de periodistas que me obstaculizan la entrada en el despacho.
– Paciencia, muchachos, el señor Guikas pronto hará declaraciones -digo apartándolos para pasar.
– ¿Es cierto que Kosmás Karamitris es el asesino de Kustas y de su mujer? -grita alguien a mis espaldas.
– Tened un poco de paciencia, chicos.
– Has salido con bien del aprieto -susurra Sotirópulos al pasar por su lado-. Me debes una.
En realidad no le debo nada, porque no le había pedido nada. Hizo lo que hizo por iniciativa propia, aunque es de esos que se ofrecen voluntariamente con la esperanza de ponerse medallas. Con las prisas, me he olvidado de pedir mi café y el cruasán, pero de momento no pienso salir del despacho, porque los de fuera me están acechando como cuervos. Me dispongo a redactar el informe para Guikas cuando Dermitzakis me interrumpe.
– Mandás ha llegado de la cárcel y está con la parejita. Entre todos intentan terminar el retrato robot del asesino de cabello blanco.
– Bien. Quiero verlo en cuanto acaben.
– También tengo la orden de registro.
– Ve con Vlasópulos a registrar el despacho de Karamitris, yo he de redactar el informe del jefe.
Estoy seguro de que no encontrarán nada, de manera que no vale la pena perder el tiempo con este asunto. Me centro en el informe. No sé cómo meter los tres casos -Petrulias, Kustas y Karamitris- en un folio y medio, la extensión máxima para que Guikas lo memorice. Estos informes me recuerdan los resúmenes de libros y películas, aunque en este caso el desenlace no se produce en la pantalla sino en la cárcel de Koridalós.
Ahora es Stratopulu quien me interrumpe. Me había olvidado de ella por completo. Lleva el bolso colgado del hombro, un maletín en la mano derecha y una pequeña bolsa de plástico en la izquierda.
– Aquí tiene, teniente -dice y deja la bolsita de plástico encima de mi escritorio.
– Muchas gracias, señora Stratopulu. Siento haberle causado molestias.
– No se preocupe, nos conviene mantener buenas relaciones con la policía. En nuestro trabajo, los roces con las autoridades portuarias son frecuentes. Si usted quisiera interceder a nuestro favor, sería de gran ayuda. -Me dedica una gran sonrisa y se va.
Últimamente el curso de mis investigaciones me lleva a deber favores a diestro y siniestro. Abro la bolsa de plástico y saco una camiseta azul marino enrollada como un pergamino. La extiendo y aparece el pasaporte de Jristos Petrulias. Mi primer pensamiento es que se preparaba para salir del país. Se hizo a la mar para confundir las pistas y, en cuanto terminara de arreglar sus asuntos, se esfumaría sin dejar rastro.
Hojeo el pasaporte en busca de un visado para algún país del tercer mundo cuando de pronto cae una fotografía que contemplo con asombro. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir para asegurarme de que no estoy viendo visiones. En la foto aparece Petrulias, desnudo hasta la cintura, cubierto sólo por una gorra de marinero y los pelos del pecho. Con la cabeza apoyada en su hombro, Niki Kusta sonríe a la cámara. Su cabello, rubio, le cubre los hombros.
La rubia misteriosa ha estado a mi alcance desde el principio, he hablado varias veces con ella, sólo que durante el proceso se ha cortado el cabello y se lo ha teñido. La Niki Kusta que yo conozco es tan distinta que apenas la reconocería de no ser por su sonrisa infantil, la misma en la foto que en la vida real, y por sus ojos, que brillan juguetones.
Cuando por fin reacciono, al cabo de cinco minutos, voy corriendo al despacho de mis ayudantes, pero ya se han ido.
– Ponte en contacto con el coche patrulla -ordeno a Azanosópulos-. Que Vlasópulos y Dermitzakis se olviden del registro y vayan a buscar a Niki Kusta, en R.I. Helias. Que la traigan aquí.
Lo dejo con la radio y subo corriendo al quinto. Los periodistas están reunidos en la antesala de Guikas, hablando todos a la vez, y la mirada de Kula indica que está a punto de asesinar a alguien. Al verme se abalanzan todos sobre mí.
– ¿Hará declaraciones? -se apresuran a preguntar para cazar la noticia al vuelo.
No respondo para no repetir inútilmente lo mismo y me abro paso hacia el despacho de Guikas.
– ¿Listo? -pregunta al verme-. Esta mañana me tienen harto.
– No, no estoy listo; habrán de esperar un poco más.
– ¿Por qué?
Saco del bolsillo la foto de la pareja y se la muestro.
– El hombre es Petrulias. ¿Y la mujer? -pregunta él. Sabe que es la rubia que buscábamos, pero no conoce a Niki Kusta.
– Es Niki, la hija de Kustas.
Ahora le toca a él quedarse pasmado.
– ¿La rubia que buscábamos? -Yo asiento con la cabeza y él añade-: ¿Qué hacemos ahora?
– Tendremos que posponer las declaraciones hasta que la interroguemos. Vlasópulos y Dermitzakis la traerán a Jefatura. Es posible que esté relacionada con el asesinato.
– De acuerdo, pero no te duermas.
– Si nos retrasamos, haga las declaraciones preliminares y deje esta información para más tarde.
– Será mejor que les comuniquemos también lo de la chica, los impresionará más. -Habla como si Niki Kusta viniera a realizar un sondeo de opinión.
Al atravesar de nuevo las líneas de los periodistas, Sotirópulos me observa con curiosidad y recelo. Regreso a mi despacho y él aparece al cabo de pocos minutos.
– Aquí está pasando algo raro -dice-. Hay novedades, tú no me engañas.
– No me vengas con ésas de que te debo una -lo interrumpo-. No te debo nada, excepto las gracias por haberme ayudado en un momento difícil. En cualquier caso, si quieres un notición, espera en el pasillo.
– ¿Qué notición? -Los ojos le brillan como si fuera un maniaco, o más bien un periodista.
– No voy a decírtelo ahora; si quieres saberlo todo, espera fuera.
Abre la puerta y se sitúa en el pasillo para no perderse ningún detalle. No se lo pierde, porque el notición aparece un cuarto de hora más tarde, custodiado por Vlasópulos y Dermitzakis. Niki Kusta está indignada.
– ¿Qué es esto? -grita-. ¿Cuándo me he negado a contestar a sus preguntas? ¿Era necesario mandar a sus gorilas para que montaran un espectáculo en mi empresa?
– ¿Cuándo te cortaste y te teñiste el pelo?
La pregunta la pilla por sorpresa y vacila un momento, pero recobra la calma enseguida.
– Después de vacaciones. ¿Desde cuándo le interesa mi estilo de peinado?
– No me interesa tu peinado, sino la rubia que acompañaba a Petrulias antes de su muerte.
Le muestro la fotografía y Niki la contempla largo rato, como si quisiera convencerse de que, efectivamente, ella aparece junto a Petrulias.
– ¿Dónde la ha encontrado? -La voz le tiembla tanto como la mano con que sostiene la fotografía.
– En un armario debajo del timón del velero que alquilasteis, junto con estos objetos.
Saco la camiseta azul marino y el pasaporte de Petrulias de la bolsa de plástico. Ella tiembla cada vez más y está a punto de echarse a llorar.
– ¿Podemos hablar a solas? -pregunta con voz quebrada.
A lo mejor confesará antes si estamos solos, de manera que dirijo un ademán a Vlasópulos y Dermitzakis para indicarles que salgan del despacho.
– Adelante, te escucho.
– ¿Qué espera oír? Mantenía relaciones con Jristos Petrulias.
– Eso ya lo sé, y también que Petrulias murió por orden de tu padre. Lo que sigo sin saber es qué papel desempeñabas tú en todo este asunto. Explícate.
Saca un pañuelo y se enjuga las lágrimas. Después esboza su habitual sonrisa infantil, que en esta ocasión está teñida de amargura.