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– ¿No te preguntaste de dónde había sacado el coche?

– Dijo que lo había alquilado, seguro que no les costará averiguar en qué empresa.

– ¿Y la peluca blanca?

– La llevaba consigo y se la puso cuando se escondió. Una vez en el coche, se la quitó y se la guardó en el bolsillo.

– ¿Por qué no denunciaste el crimen?

– Por dos razones, teniente. Ya conoce la primera: no quería entregar a mi hermano por haber matado a mi padre, al igual que no quise entregar a mi padre por haber matado a Jristos. La segunda razón es que Makis no merecía ir a la cárcel. Mi padre nos destrozó la vida a todos. Él convirtió a mi hermano en lo que es, él mató a mi novio, él obligó a Élena a separarse de su pobre hijo… Y todo por dinero, como si no hubiera tenido suficiente ya.

Es la primera vez que su voz delata odio y rabia. Vlasópulos y Dermitzakis la escuchan estupefactos, y con razón: su plan es mucho más hábil de lo que supuse al principio. Niki convenció a Makis para que asesinara a su padre, pero con una estrategia tan sutil que le permite echar toda la culpa al hermano yonqui.

– ¿Y el hombre de cabello blanco que, según tú, acompañaba a los que secuestraron a Petrulias?

– Usted me mostró un retrato robot y yo le dije que me recordaba al hombre que había visto en la isla. No se parece a Makis en absoluto. Además, mi hermano estaba en Atenas el día en que asesinaron a Jristos, tiene una coartada.

– El hombre de cabello blanco no existe, fue un invento tuyo para confundir las pistas.

Ella se encoge de hombros.

– Sólo ha de localizar al otro hombre de pelo blanco.

Sabe que no daremos con él, porque no existe.

– Habla de todo esto en tu confesión -le digo-. Aunque no habrá tribunal que te crea.

– Se equivoca -insiste con su eterna sonrisa-. Yo soy una de las víctimas. Vi a los tipos que contrató mi padre para matar a mi amante y también presencié la muerte de mi padre a manos de mi hermano. ¿Qué tribunal permanecería indiferente ante la tragedia que he vivido? Como mucho, me condenarían a unos pocos años de reclusión y saldría bajo fianza.

Élena Kusta corre a abrazarla, como si quisiera infundirle más confianza.

– No temas, cariño, no irás a la cárcel -la consuela-. Contrataré a los mejores abogados para que demuestren tu inocencia.

Niki convencerá a los tribunales como acaba de convencer a Élena y el jurado la escuchará con los ojos llenos de lágrimas. Hasta yo me compadecería de ella si no intentara echar toda la culpa a su hermano. A fin de cuentas y a la vista de los acontecimientos, es cierto que ella es una de las víctimas.

Niki abraza a Élena estrechamente. Es la primera vez que veo lágrimas en sus ojos.

– Gracias, Élena -susurra-. Menos mal que te tengo a ti. Sé que me ayudarás a demostrar mi inocencia.

– Y a condenar a tu hermano a morir en la cárcel -añado.

– Nadie ha hecho más por mi hermano que yo -replica ella iracunda-. No soy yo quien lo condena. Makis murió el día en que cayó en la droga.

Si ya está muerto, ¿para qué voy a morir yo también? Así piensa Niki. Me recuerda los personajes de las películas de serie B que alquilan en el videoclub: un demonio con cara de ángel. Es una mujer muy inteligente que mató a su padre por despecho. La pasión la cegó hasta el punto de no comprender que había sido un peón en manos de su amante tanto como de su padre.

– ¿Quieres llevarte alguna pertenencia? -le pregunta Vlasópulos.

– No es necesario, mañana mismo saldré bajo fianza.

Avanza hacia la puerta sin mirar atrás. Vlasópulos la sigue, y la puerta se cierra tras ellos.

– Usted también tiene que irse, señora Kusta. Hemos de precintar el piso.

– ¿Irán a hablar con Makis?

– Sí, más vale terminar de una vez.

– ¿Me permite acompañarlos? -pregunta lentamente y con dificultad.

– ¿Por qué?

Élena suspira.

– Makis necesitará ropa y no tiene quien se la prepare. En su estado, no podrá ocuparse de ello solo. -Advierte mi vacilación-. Se lo pido por favor -suplica.

¿Dónde está la provocativa Élena Fragaki del escote vertiginoso y la pierna al descubierto? Élena Kusta se ha convertido en una gallina que se afana por proteger a sus polluelos: un hijo inválido y dos hijos adoptivos que han matado a su padre.

– De acuerdo.

– Gracias -responde con sencillez.

Capítulo 58

Cuando llega el momento de cerrar un caso, hay quienes pierden y quienes ganan. Yo gano. He resuelto los tres asesinatos, he detenido a dos de los tres culpables y puedo permitirme el lujo de andar con la cabeza bien alta ante los que quisieron ponerme una zancadilla. Guikas también gana, porque los dos casos se cierran sin necesidad de encubrir a nadie. Salen ganando los dos diputados que no guardan relación directa con la muerte de Kustas, porque su nombre no se verá comprometido y seguirán con sus campañas y sus sondeos de opinión. Gana Niki, puesto que echa toda la culpa a su hermano. Pierde Makis, que no sólo cargará con las muertes, sino también con la acusación del crimen premeditado. Finalmente, también Élena sale perdiendo; su mundo entero se ha desmoronado y pasará el resto de su vida yendo de la cárcel a los tribunales y de allí a ver a su hijo inválido.

Pienso en todo esto mientras recorremos la avenida Vuliagmenis. Dermitzakis va al volante, mientras que Élena Kusta y yo viajamos en el asiento trasero del coche patrulla.

– El otro día, cuando hablamos por teléfono, me dijo que yo no estaba en peligro. -Su voz me devuelve a la realidad-. ¿Lo cree de veras o lo dijo solo para tranquilizarme?

– Creo que no está en peligro inmediato.

– ¿Qué voy a hacer si aparecen los… socios de mi marido y reclaman su parte? No sé cuánto les debía. ¿Podrán protegerme si recibo amenazas?

– ¿Tú qué crees, Dermitzakis?

– ¿Es una broma, teniente?

Yo habría respondido lo mismo pero he preferido que lo dijera él. No sé a oídos de quién podría llegar la información de que un teniente de la policía considera a sus compañeros incapaces de proteger a una ciudadana.

– Ellos disponen de más dinero y cuentan con mejores recursos que la policía, señora Kusta -le explico-. Además, nosotros nos vemos limitados por las leyes, mientras que ellos hacen lo que les da la gana.

– ¿Qué me aconseja, entonces?

– ¿Quiere quedarse con el patrimonio de su marido? -pregunto después de cierta reflexión.

– Sólo con Le Canard Doré. Me siento muy unida a ese local y me gustaría seguir con él.

– Entonces, venda el resto y ponga el dinero en una cuenta bancaria. Si aparecen los socios de su marido, entrégueles lo que le pidan y en paz.

– Tiene razón. Así lo haré.

Aunque intenta sonreír, las lágrimas le empañan los ojos. Hace rato que me esfuerzo por no formular cierta pregunta, pero al final no consigo contenerme más.

– Niki planeó el asesinato de su padre -digo-, mientras que Makis no fue más que su instrumento. ¿No comprende que trata de salvarse cargando todas las culpas a su hermano? ¿Por qué le ofrece toda su ayuda mientras que Makis sólo va a recibir de usted una maleta llena de ropa?

Suspira y guarda un breve silencio.

– Usted conoce a mis tres hijos, teniente -responde al final-. El verdadero y los adoptivos. Si hubieran naufragado en alta mar y usted sólo dispusiera de un salvavidas, ¿a quién se lo daría?