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Me observa sin dejar de apuntar a Élena Kusta.

– Quédate donde estás -ordena-. Acabaré lo que he empezado, después te entregaré el arma e iré con vosotros. Firmaré lo que queráis, no os daré trabajo.

Miro a Élena Kusta, que contempla a Makis con una sonrisa triste y serena. Dios, a Élena no. Ya ha matado a su padre, a su madre y a su amante. A Élena, no. Es la única que no debe morir. Me sorprende que, a pesar de todos los asesinatos a los que me enfrento a diario, algunas muertes aún me conmueven.

La mano de Makis ha empezado a temblar. Avanzo un paso hacia la izquierda para interponerme entre él y Élena Kusta. Oigo el disparo y, al mismo tiempo, siento un impacto en el pecho que me obliga a trastabillar hacia atrás. Veo que Dermitzakis arremete contra Makis. Después…

Petros Márkaris

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