«Alexandra suplicó a su esposo que no lo hiciera más. Se lo rogó… y él se mostró indiferente. Quizá no pudiera evitarlo, ¿quién sabe?, pero ya han visto ustedes cuántas vidas han acabado destruidas por culpa de esta… de esta abominación: un apetito que se ha satisfecho sin tener en cuenta los sentimientos de los demás. -Rathbone observó los semblantes pálidos y atentos de los miembros del jurado-. Alexandra no asesinó a su esposo a la ligera. Sufrió lo indecible… y ahora tiene pesadillas que rayan en lo infernal. Jamás pagará lo bastante por lo que hizo. Teme que Dios la maldiga para siempre, pero prefiere sufrir si así evita a su amado hijo todos esos tormentos… la vergüenza y la desesperación, la culpa y el horror de convertirse en un adulto como su padre… que destruye su vida y la de sus descendientes… durante sabe Dios cuántas generaciones.
»Les ruego, caballeros, que se pregunten qué podía haber hecho Alexandra. ¿Tomar la opción más fácil, como su suegra? ¿Es eso lo que admiran? ¿Permitir que se repita ese abominable acto? ¿Protegerse y llevar una vida apacible, porque su esposo también poseía buenas cualidades? Que Dios nos ampare… -Rathbone se interrumpió, incapaz de contener la emoción-. ¿Permitir que la próxima generación sufra tanto como ella? ¿O tener el valor de sacrificarse a sí misma para terminar con todo?
»Debo admitir que no envidio su tarea, caballeros. Es una decisión que no debería pedirse a ningún hombre, pero tienen que tomarla… y no les puedo ayudar. Háganlo. ¡Háganlo con devoción, con pena y con honor! Gracias.
Lovat-Smith se acercó a los miembros del jurado y comenzó a hablar con voz apagada y visiblemente apenado, pero las leyes debían defenderse, pues de lo contrario se instauraría la anarquía. Nadie debía recurrir al asesinato para resolver sus problemas, fuere cual fuese el daño que hubieran sufrido.
A continuación el juez recapituló con solemnidad y en pocas palabras lo acontecido y luego pidió al jurado que se retirara para deliberar.
Los miembros del jurado regresaron poco después de las cinco de la tarde, ojerosos y pálidos.
Hester y Monk permanecían sentados juntos en la parte posterior de la atestada sala. Casi sin darse cuenta, Monk tendió la mano para coger la de Hester y notó que ella se la apretaba.
– ¿Han llegado a un veredicto? -preguntó el juez.
– Sí -contestó el presidente del jurado.
– ¿Es un veredicto unánime?
– Sí, Su Señoría.
– ¿Y cuál es?
El presidente del jurado permaneció erguido, con la barbilla levantada y la mirada al frente, mientras decía:
– Nuestro veredicto es que la acusada, Alexandra Carlyon, no es culpable de asesinato, Su Señoría, sino de homicidio sin premeditación, y pedimos, con la venia de Su Señoría, que se le imponga la condena más corta según lo estipulado por la ley.
El público prorrumpió en vítores y gritos de júbilo. Alguien aclamó a Rathbone, y una mujer lanzó rosas.
En la primera fila, Edith y Damaris se abrazaron, luego se volvieron hacía la señorita Buchan y la rodearon con sus brazos. La anciana estaba demasiado perpleja para reaccionar, pero enseguida esbozó una sonrisa.
El juez enarcó las cejas. Se trataba de un veredicto perverso, contrario a los hechos probados. Alexandra había matado a su esposo llevada por las circunstancias, pero legalmente constituía un asesinato.
Sin embargo, la decisión del jurado no podía revocarse. Todos habían estado de acuerdo en el fallo y, en ese momento, lo miraban sin parpadear.
– Gracias -dijo el juez con serenidad-. Quedan dispensados de su obligación. -Se volvió hacia Alexandra.
– Alexandra Elizabeth Carlyon, un jurado compuesto por miembros de su rango ha resuelto que usted no es culpable de asesinato, sino de homicidio sin premeditación… y ha suplicado misericordia en su nombre. Es un veredicto jurídicamente perverso, pero que comparto en su totalidad. Por lo tanto, la condeno a seis meses de cárcel; asimismo, según dicta la ley, se le expropiarán todos sus bienes y propiedades. Sin embargo, como su hijo heredará el patrimonio de su esposo, esta decisión no le afecta. Que Dios se apiade de usted y que algún día encuentre la paz.
Alexandra permaneció en el banquillo de los acusados visiblemente emocionada. Las lágrimas brotaron por fin y se deslizaron por su rostro.
Rathbone estaba inmóvil. Tenía los ojos empañados y se sentía incapaz de hablar.
Lovat-Smith se incorporó y le estrechó la mano.
Al fondo de la sala, Monk se acercó un poco más a Hester.
Anne Perry