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– La señorita Latterly, señora -anunció la doncella antes de retirarse.

Edith se puso en pie con evidente impaciencia.

– ¡Hester! ¿Lo has visto? ¿Qué te ha dicho? ¿Ha aceptado?

Hester esbozó una sonrisa, aunque las nuevas que traía no eran motivo de alegría.

– Sí, lo he visto pero, claro está, no aceptará el caso hasta que el asesor legal de la persona en cuestión se lo solicite. ¿Estás segura de que Peverell consentirá en que el señor Rathbone defienda a Alexandra?

– Oh, sí… pero no será fácil convencerlo, al menos eso me temo. Quizá Peverell sea el único que desee luchar por Alexandra. En todo caso, si Peverell se lo pide al señor Rathbone, ¿accederá a ocuparse de la defensa? Le has dicho que ha confesado, ¿verdad?

– Por supuesto que sí.

– Gracias a Dios, Hester. Quiero que sepas que te estoy profundamente agradecida por este gesto. Ven, siéntate. -Se dirigió hacia las sillas, se arrellanó en una y señaló otra, en la que Hester tomó asiento antes de arreglarse la falda para estar lo más cómoda posible-. ¿Y ahora qué pasará? Visitará a Alex, supongo, pero ¿y si ella sigue declarándose culpable del homicidio?

– Él contratará a un detective para que investigue el caso -contestó Hester intentando transmitir una seguridad que no sentía.

– ¿Qué hará si ella se niega a contarle la verdad?

– Lo desconozco, pero emplea unas tácticas más eficaces que las de la policía. ¿Por qué lo hizo, Edith? Me refiero a ¿qué explicación da ella?

Edith se mordió el labio.

– Eso es lo peor. Al parecer ella asegura que actuó movida por los celos que le provocaban Thaddeus y Louisa.

– Oh… Yo… -Hester quedó desconcertada.

– Lo sé. -Edith se mostró muy compungida-. Es sórdido, ¿no?, para quien conoce a Alex resulta increíble, pues es lo bastante poco convencional para que se le ocurra algo tan alocado y estúpido. Además no creo que amara a Thaddeus con tanta intensidad y estoy casi convencida de que últimamente todavía menos. -Pareció avergonzarse de su franqueza, pero enseguida adoptó la actitud apremiante y dramática que requería la situación-. Hester, por favor, no permitas que tu repugnancia natural hacia un comportamiento tal te impida hacer lo posible por ayudarla. No creo que lo matara. Considero mucho más probable que lo hiciera Sabella, que Dios la perdone, o quizá debería decir que Dios la ayude. Sinceramente me temo que tal vez haya perdido el juicio. -Su rostro reflejó tristeza-. No le servirá de nada que Alex asuma la culpa. Colgarán a una persona inocente, y Sabella sufrirá aún más en sus momentos de lucidez, ¿no te das cuenta?

– Por supuesto que sí-convino Hester, aunque en realidad no juzgaba tan improbable que Alexandra Carlyon hubiera acabado con la vida de su esposo tal como había confesado. Sin embargo, reconocerlo sería una crueldad y del todo inútil, ya que Edith estaba convencida de la inocencia de Alexandra o, como mínimo, deseaba con todas sus fuerzas que fuera inocente-. ¿Sabes si Alexandra tenía motivos para estar celosa del general y la señora Furnival?

En los ojos de Edith apareció un brillo de burla y dolor a la vez.

– Si conocieras a Louisa Furnival, no plantearías esa pregunta. Es la clase de mujer de la que cualquiera estaría celosa. -Su expresivo rostro irradiaba antipatía, sorna y algo que casi podría considerarse un atisbo de admiración-. Su forma de hablar, su porte, su sonrisa te hacen pensar que posee algo de lo que tú careces. Aunque no hubiera hecho nada en absoluto, y a tu esposo no le atrajera lo más mínimo, sería fácil imaginar que ha habido algo, sólo por su actitud.

– No parece muy esperanzador -Sin embargo me extrañaría que Thaddeus le hubiera dedicado algo más que una mirada rápida. Él no solía coquetear, ni siquiera con Louisa. Era… -Se encogió de hombros en un gesto de impotencia-. Tenía muy asumido su papel de militar, se sentía más cómodo entre varones. Por supuesto trataba con cortesía a las mujeres, pero dudo de que disfrutara de nuestra compañía. No sabía de qué hablar. Desde luego había aprendido a mantener una conversación, como cualquier otro hombre de su posición, pero era algo artificial, no sé si me explico. -Miró a Hester con expresión inquisitiva-. Era un hombre de acción, valiente, resuelto y casi siempre acertaba en sus juicios; además sabía cómo comunicarse con sus soldados y con los jóvenes interesados por el ejército. Cuando hablaba con ellos se le iluminaba el rostro; en varias ocasiones me di cuenta de lo mucho que esos momentos significaban para él. -Exhaló un suspiro.

»Daba por sentado que a las mujeres no nos gustan esos temas, lo que no es cierto. A mí me interesan, pero ahora poco importa, supongo. Lo que intento decir es que, si un hombre pretende flirtear, no conversa sobre estrategia militar y la superioridad de un cañón en comparación con otro, y mucho menos con alguien como Louisa. Por otro lado, en el caso de que lo hubiera hecho, nadie mata a alguien por algo así, es…- Frunció el entrecejo y, por un momento, Hester se preguntó con repentina pesadumbre cómo había sido Oswald Sobell y por qué sufrimientos había pasado Edith durante su breve matrimonio, qué heridas le habían infligido los celos. Reconoció el apremio del presente y volvió al tema de Alexandra.

– Supongo que es mejor descubrir la verdad, sea cual sea -afirmó-. Además, cabe la posibilidad de que el homicida no sea ni Alexandra ni Sabella, sino otra persona. Si a Louisa Furnival le encanta coquetear y se había fijado en Thaddeus, tal vez su esposo imaginó que había algo entre ellos y fue víctima de los celos.

Edith se cubrió el rostro con las manos e inclinó la cabeza hacia las rodillas.

– ¡No soporto esta situación! -exclamó con ira-. Todos los sospechosos pertenecen a la familia o a nuestro círculo de amistades; tiene que haber sido uno de ellos.

– Es una desgracia -corroboró Hester-. De los otros crímenes cuya investigación he seguido de cerca he aprendido que acabas conociendo a las personas, sus sueños y sus aflicciones, sus padecimientos, y todo ello te afecta. Es imposible aislarse y mantenerse al margen.

Edith apartó las manos de su rostro con una expresión de sorpresa y levantó la mirada. Poco a poco ese momento de emoción se apagó y reconoció que Hester había expresado a la perfección sus propios pensamientos.

– ¡Qué duro! -Dejó escapar un suspiro-. En cierto modo siempre había dado por supuesto que existía una barrera entre mi persona y la gente que realiza esa clase de actos, normalmente quiero decir. Yo excluía el dolor de toda una clase de gente…

– No sin cierta falta de honradez. -Hester se puso en pie y se dirigió hacia la ventana de guillotina desde la que se dominaba el jardín. Estaba abierta por la parte superior e inferior, de modo que penetraba la fragancia de los alhelíes que crecían al sol-. La última vez que nos vimos, con todas las noticias de la tragedia, olvidé decirte que recabé información sobre qué clase de ocupación podrías encontrar y he llegado a la conclusión de que lo más interesante y agradable sería que te dedicaras a labores de escribiente. -Observó aun jardinero que cruzaba el césped llevando una bandeja con brotes de plantas-. O realizar tareas de investigación para alguien que desee escribir un tratado, una monografía o algo similar. Te proporcionaría unos pequeños ingresos insuficientes para tu manutención, pero te mantendría fuera de Carlyon House durante el día.

– ¿No puedo dedicarme a la enfermería? -preguntó Edith con timidez. Su voz destilaba desilusión, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo Hester se sintió incómoda al percatarse de que Edith la admiraba y en realidad deseaba hacer lo mismo que ella, pero que no se había atrevido a decirlo.

Con un leve rubor en el rostro buscó una respuesta que resultara sincera. No sería de recibo utilizar evasivas.