– Los Erskine estaban como siempre -prosiguió ella-. Supongo que sabe quiénes son. Sí, claro que sí. -Se alisó la falda casi de forma inconsciente-. Fenton Pole también estaba como de costumbre, pero Sabella parecía bastante furiosa y, en cuanto cruzó la puerta, trató con suma descortesía a su padre, ¡oh! Eso significa que para entonces él ya estaba aquí, ¿no? -Se encogió de hombros-. Creo que los últimos en llegar fueron el doctor y la señora Hargrave. ¿Ha hablado con él?
– No, usted es la primera persona a la que visito.
Ella pareció a punto de hacer un comentario al respecto, pero cambió de parecer. Apartó la vista y quedó absorta, como si estuviera recordando la escena.
– Thaddeus, es decir, el general, se comportó como de costumbre. -Esbozó una tímida sonrisa, llena de significado e ironía. Él la percibió y pensó que revelaba más información de ella que del general o de la relación de ambos-. Era un hombre muy masculino, leal y disciplinado. Había tenido experiencias bélicas muy interesantes. -Miró a Monk con las cejas arqueadas y una expresión cargada de vitalidad-. A veces me contaba sus aventuras. Eramos amigos, ¿sabe? Sí, supongo que ya lo sabe. Alexandra estaba celosa, pero no tenía motivos. Quiero decir que nuestra amistad no tenía nada de indecoroso. -Vaciló por un instante. Era demasiado distinguida para esperar un halago en esas circunstancias, y él no se lo dedicó aunque sí que lo pensó. Si el general Carlyon no había albergado pensamientos indecorosos acerca de Louisa Furnival, debía de ser un hombre muy poco apasionado.
»Lo cierto es que Alexandra parecía muy enfadada cuando llegó -añadió-. No sonreía más de lo necesario según las normas de cortesía y evitaba dirigirle la palabra a Thaddeus. Si quiere que le sea sincera, señor Monk, como anfitriona tuve que esforzarme al máximo para evitar que los demás invitados se sintieran incómodos por la situación. Presenciar una pelea familiar resulta muy violento. Sospecho que la que mantuvieron debió de ser muy amarga, porque el enojo de Alexandra era evidente a los ojos de cualquier persona un poco observadora.
– Según usted, sólo era ella…
– ¿Cómo dice?
– Sólo ella -repitió Monk-. Deduzco de sus palabras que el general no estaba furioso con la señora Carlyon; que él se conducía con normalidad.
– Sí, es cierto -reconoció Louisa con cierta sorpresa-. Tal vez le había prohibido algo o había tomado una decisión que a ella le había disgustado y estaba todavía resentida. Sin embargo, eso no es motivo para matar a nadie.
– ¿Cuál sería una razón para matar, señora Furnival?
La mujer respiró hondo y luego sonrió.
– ¡Qué cosas tiene, señor Monk! No se me ocurre ninguna. Nunca me he planteado matar a nadie. No libro mis batallas así.
La miró sin pestañear.
– ¿Cómo las libra, señora Furnival?
Esta vez la sonrisa de Louisa fue todavía más espléndida.
– Con discreción, señor Monk, y sin previo aviso.
– ¿Y sale vencedora?
– Sí. -Ella quiso rectificar, pero era demasiado tarde-. Bueno, por lo general, sí -se corrigió-. Por supuesto, si no ganara, no… -Se interrumpió al comprender que tratar de justificarse constituía una torpeza. Al fin y al cabo no la había acusado, de hecho ni siquiera había insinuado la idea, sino que había sido ella quien la había sacado a colación. Clavó la vista en la pared del fondo y reanudó su relato-. Cuando estuvieron todos nos dispusimos a cenar. Sabella siguió haciendo comentarios desagradables de vez en cuando, Damaris Erskine trató fatal al pobre Maxim, y Alex habló con todos menos con Thaddeus, y conmigo muy poco. Por lo visto pensaba que yo estaba del lado de su esposo, lo que era una tontería. No estaba de parte de ninguno, sólo me limitaba a cumplir con mi obligación de anfitriona.
– ¿Y después de la cena?
– Oh, como de costumbre, los hombres permanecieron en el comedor para tomar una copa de oporto y nosotras nos dirigimos a la sala de estar. -Levantó los hombros en un gesto que denotaba aburrimiento y diversión a la vez-. Sabella se retiró a la planta superior porque, si mal no recuerdo, le dolía la cabeza. Aún no se ha recuperado del todo del nacimiento de su hijo.
– ¿Conversaron sobre algo en concreto?
– La verdad es que no me acuerdo. La situación era bastante tensa, como le he dicho. Damaris Erskine se comportó como una tonta a lo largo de toda la velada. No sé por qué. Normalmente es una mujer muy sensata, pero esa noche parecía estar al borde de la histeria incluso antes de cenar. Ignoro si se había peleado con su esposo. Están muy unidos, y ella parecía evitarlo durante la velada, lo que no era normal. Más de una vez me pregunté si habría bebido demasiado vino antes de venir. No sé qué otro motivo podría explicar su conducta ni por qué eligió al pobre Maxim como víctima. Es un tanto excéntrica, pero aquello era excesivo.
– Investigaré al respecto -comentó él-. Entonces ¿qué ocurrió? En algún momento el general debió de salir del comedor.
– Sí. Lo acompañé arriba para que viera a mi hijo, Valentine, que estaba en casa porque acababa de pasar el sarampión, pobre muchacho. Se llevaban muy bien. Thaddeus siempre se había interesado por él, y Valentine, como cualquier muchacho que se acerca a la edad adulta, sentía una gran admiración por todo lo militar, los exploradores y los viajes al extranjero. -Louisa lo miró fijamente-. Le encantaban las historias que Thaddeus le contaba sobre la India y el Lejano Oriente. Me temo que a mi esposo no le atrae en absoluto esa clase de cosas.
– Dice que acompañó al general Carlyon arriba para ver a su hijo. ¿Permaneció usted con él?
– No. Mi esposo fue a buscarme porque había que poner un poco de orden en la fiesta. Como le he comentado, varias personas se comportaban de forma extraña. Fenton Pole y la señora Hargrave se esforzaban por mantener una conversación civilizada. Por lo menos eso me explicó Maxim.
– Entonces ¿dejó al general con Valentine?
– Sí, eso es. -Louisa apretó los labios-. Esa es la última vez que lo vi con vida.
– ¿Y su esposo?
Ella modificó un poco su postura, sin apartarse de la suntuosa cortina.
– Se quedó arriba. Tan pronto como hube bajado, Alexandra subió. Parecía furiosa, estaba pálida y tan irritada que pensé que se enzarzarían en una violenta pelea y ninguno de nosotros podría hacer nada para evitarla. No sabía el motivo de su actitud y sigo sin saberlo.
Monk la miraba con extrema seriedad y fijeza.
– La señora Carlyon afirmó que lo había matado porque tenía un romance con usted, y que todos lo sabían.
Ella abrió los ojos como platos y lo miró con incredulidad como si acabara de decir algo absurdo, tan ridículo que era más motivo de risa que de ofensa.
– ¿De veras? ¡Menuda sandez! ¡Es imposible que pensara una cosa así! No es que no sea cierto, es que no es ni remotamente creíble. Éramos buenos amigos, eso es todo. Además a nadie se le pasaba por la cabeza que hubiera algo más entre nosotros; le aseguro que nadie pensaba tal cosa. ¡Pregúnteles! Soy una mujer divertida y amena, al menos eso espero, y siempre dispuesta a ofrecer amistad, pero no soy irresponsable.
Monk sonrió y, en lugar de pronunciar el halago que ella esperaba se limitó a expresarlo con la mirada.
– ¿Se le ocurre alguna razón por la que la señora Carlyon albergaba tales sospechas?
– No, ninguna. Ninguna que tenga el más mínimo sentido. -Louisa sonrió con ojos vivarachos, y Monk descubrió por fin que eran de color avellana-. Sinceramente, creo que debe de haber otro motivo, alguna pelea de la que nada sabemos. Por otro lado, me pregunto qué importancia tiene eso ahora. Si lo mató, ¿qué más da por qué lo hizo?
– Al juez sí le interesará saberlo cuando llegue el momento de dictar sentencia, si es que al final la condenan -repuso él al tiempo que observaba su rostro para ver si delataba compasión, ira o pesar. Lo único que percibió fue su fría sagacidad.