Выбрать главу

– Si ha estado escuchando esos micrófonos, me habrá oído decir que Max y yo vamos a reunirnos en la cabaña esta medianoche. Lo más razonable para él sería aparecer un par de horas antes que nosotros, decidir la posición más ventajosa, esconder su vehículo, ocultarse y esperar. Creo que ese le parecerá el mejor plan. Tiene mucha experiencia disparando a gente por la noche en entornos rurales remotos. De hecho, es muy bueno en eso. Tendrá a mano obtener una gran recompensa corriendo un riesgo mínimo. Además esa oscuridad y ese aislamiento le serán familiares, le alentarán. Será casi como una zona de confort.

– Solo si su mente trabaja como tú crees que lo hace.

– Es un hombre extremadamente racional.

– ¿Racional?

– Extremadamente, no tiene ningún tipo de empatía. Eso es lo que lo convierte en un monstruo, en un completo sociópata. Pero también hace que sea más fácil de comprender. Su mente es una calculadora que siente infinita aversión por el riesgo…, y las calculadoras son predecibles.

Madeleine lo miró como si le estuviera hablando en un idioma diferente, en un idioma de otro planeta.

– Así que tu plan es, básicamente, aparecer antes -dijo Kyle, cuya voz reflejaba toda sus dudas-. Tú le esperarás a él en lugar de que él te espere a ti.

– Algo así. En realidad es muy simple.

– ¿Estás seguro?

– Lo bastante seguro para seguir adelante.

Hasta cierto punto era verdad, aunque todo era relativo. No podía quedarse quieto y no se le ocurría ninguna otra manera de seguir adelante.

Madeleine se levantó de la mesa y se llevó sus copos de avena fríos y la tostada sin terminar al fregadero. Miró el grifo durante un rato, sin tocarlo, con los ojos llenos de terror. Luego, levantando la mirada, con una sonrisa tensa, dijo: -Hace un buen día; voy a ir a dar un paseo.

– ¿No vas a trabajar en la clínica hoy? -preguntó Gurney.

– No he de estar allí hasta las diez y media. Tengo mucho tiempo. La mañana es demasiado bonita para estar en casa.

Fue al dormitorio y dos minutos más tarde salió con una combinación de colores arriesgada: pantalones de lana color lavanda, chaqueta de nailon rosa y una boina roja.

– Estaré al lado del estanque -dijo ella-. Te veré antes de que te vayas.

47

La partida de un ángel

Kyle se acercó y se sentó a la mesa con su padre.

– ¿Crees que está bien?

– Claro. Es decir…, obviamente está… Estoy seguro de que está bien. Estar al aire libre siempre le ayuda. Caminar le ayuda, le sienta bien.

Kyle asintió.

– ¿Qué debo hacer?

Sonó como la pregunta más trascendente que un hijo le puede hacer a un padre. Gurney sonrió.

– Mantén los ojos bien abiertos. -Hizo una pausa-. ¿Cómo va tu trabajo? ¿Y las cosas de la facultad?

– El correo electrónico es mágico.

– Bien. Me siento mal con todo esto. Te he arrastrado a algo… Tengo la sensación de que te he creado un problema, de que te he puesto en peligro. Es algo que un padre… -Su voz se fue apagando. Miró por la puerta cristalera, para ver si los cuervos seguían posados en la cicuta.

– No es cierto, papá. Precisamente, eres tú quien se encarga de alejar el peligro.

– Sí, claro. Bueno, será mejor que me prepare. No quiero quedarme atrapado con esta cuestión absurda del incendio cuando necesito estar en otro sitio.

– ¿Quieres que haga algo?

– Lo que te he dicho: mantén los ojos abiertos. Y ya… sabes dónde… -Gurney hizo un gesto hacia el dormitorio.

– Dónde está la escopeta. Sí. No hay problema.

– Mañana por la mañana, con un poco de suerte, todo debería estar bien. -Tras estas palabras, que le parecieron un tanto huecas, Gurney salió de la habitación.

Realmente no tenía mucho que hacer antes de salir. Comprobó que su teléfono estaba cargado, el mecanismo de su Beretta y la seguridad de su cartuchera de tobillo. Fue a su escritorio y sacó la carpeta de información que Kim le había dado en su primera reunión y agregó las copias impresas de los informes que Hardwick le había enviado por correo electrónico. Contaba con unas horas antes de que ocurriera nada. Tendría tiempo para revisar todo aquello.

Cuando salió a la cocina, Kyle estaba de pie junto a la mesa, demasiado ansioso para permanecer quieto.

– Oye, hijo, será mejor que me vaya.

– Bueno, pues… hasta luego. Hasta esta noche. -El chico levantó la mano de un modo que quiso aparentar normalidad, algo entre un gesto y un saludo.

– Claro. Hasta luego.

Gurney cogió su chaqueta del lavadero y se dirigió al coche. Apenas era consciente de que estaba conduciendo por el sendero del prado cuando llegó junto al estanque, donde la hierba se mezclaba con la gravilla del camino rural. En ese momento vio a Madeleine.

Estaba de pie junto a un abedul alto en el borde del estanque del lado de la colina, con los ojos cerrados y la cara levantada hacia el sol. Detuvo el coche, bajó y caminó hacia ella. Quería despedirse y decirle que estaría en casa antes de la mañana.

Ella abrió los ojos despacio y le sonrió.

– ¿No es asombroso?

– ¿Qué?

– El aire.

– Oh. Sí, muy bonito. Ya estaba en camino y pensaba…

La sonrisa de su mujer lo pilló a contrapié. Estaba tan… intensamente llena de…, ¿de qué? No era exactamente tristeza. Era otra cosa.

Fuese lo que fuese, también estaba en su voz.

– Solo para un momento -dijo ella- y siente el aire en la cara.

Durante unos instantes -unos segundos, un minuto quizá, no estaba seguro- sintió una emoción que lo paralizó.

– ¿No es asombroso? -dijo ella otra vez, con tanta suavidad que las palabras parecían parte del aire que ella estaba describiendo.

– He de irme -dijo-. He de irme antes…

Ella lo detuvo.

– Lo sé. Sé qué has de irte. Ten cuidado. -Puso la mano en la mejilla de Dave-. Te quiero.

– Oh, Dios. -La miró-. Tengo miedo, Maddie. Siempre he sido capaz de resolver las cosas. Por Dios, espero saber lo que estoy haciendo. Es lo único que me queda.

Ella puso los dedos suavemente en sus labios.

– Lo harás genial.

No recordaba haber caminado hacia su coche, haberse subido en él.

Lo que recordaba era mirar atrás, ver a Madeleine de pie en el terreno alto de encima del abedul, radiante a la luz del sol, con aquella profusión de colores, saludándolo, sonriendo de un modo conmovedor que iba más allá de lo que él podía comprender.

48

El que importaba

El terreno rural entre Walnut Crossing y el condado de Cayuga ofrecía un paisaje bucólico clásico: pequeñas granjas, viñedos y ondulados campos de maíz intercalados con bosquecillos de árboles de madera dura. Pero Gurney apenas se fijó. Solo pensaba en su destino -una pequeña cabaña austera en una ciénaga de agua negra- y en lo que podría ocurrir esa noche.

Todavía no era mediodía cuando llegó. En lugar de entrar, decidió pasar de largo junto a la entrada de tierra, con aquel esqueleto centinela y la puerta de aluminio combada. La puerta estaba abierta, lo que parecía más un mal presagio que una invitación.

Continuó un par de kilómetros y dio un giro de ciento ochenta grados. Al volver, a medio camino del sendero intimidante de Clinter, vio un granero grande y decrépito en medio de un campo lleno de malas hierbas. El techo se estaba combando. Faltaban unos pocos tablones del lateral, así como una de las puertas dobles. No había ninguna casa a la vista, solo unos cimientos ruinosos que podrían haberla sostenido.

Gurney sintió curiosidad. En cuanto llegó a lo que sospechaba que había sido la entrada, ascendió lentamente por el campo hasta el granero. Dentro estaba oscuro. Tuvo que encender los faros para formarse una idea del interior. El suelo era de hormigón. Un pasillo abierto se extendía desde la claridad de la entrada hasta la oscura parte de atrás del edificio. Estaba sucio, con heno en descomposición por todas partes, pero, por lo demás, estaba vacío.