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Se fijó en la lista de víctimas: Bruno y Carmella Villani, Carl Rotker, Ian Sterne, Sharon Stone, Dr. James Brewster, Harold Blum. Después del nombre de Carmella Villani había un asterisco cuyo pie de nota correspondiente decía: «Sobrevivió a un traumatismo craneal masivo, permanece en coma vegetativo persistente».

Se saltó la segunda columna, que proporcionaba una lista detallada de familiares (con sus localizaciones, situaciones vitales, edades y descripciones personales), y miró los resúmenes de la tercera columna y sus «actitudes actuales».

De la viuda de Harold Blum se decía que se mostraba «plenamente cooperativa, agradecida por el interés mostrado. Es profundamente emocional, todavía llora cuando se habla del tema».

Describía al hijo del doctor Brewster como «insultante hacia el recuerdo de su padre, con abierta simpatía con la filosofía de EBP, obsesionado con los males del materialismo».

El hijo de Ian Sterne, empresario dentista, era «discreto, reacio a la participación, preocupado por los efectos emocionalmente perturbadores del proyecto, escéptico de las intenciones de RAM TV, crítico con el sensacionalismo implacable de la cobertura original del caso».

El hijo de la agente inmobiliaria Sharon Stone «expresó gran entusiasmo por el proyecto, habló con ansiedad de las virtudes de su madre, del horror de su muerte, del efecto devastador en su propia vida, de la intolerable injusticia de la huida del asesino».

Había más familiares y más descripciones de estado, y a continuación las transcripciones de dos entrevistas -con Jimi Brewster y con Ruth Blum- y una copia de veinte páginas del «Memorando de intenciones del Buen Pastor». Cuando Gurney estaba a punto de apartar la carpeta, se fijó en que había una página final que no se había mencionado en el índice, una página titulada «Contactos de información de fondo».

Vio tres nombres, con direcciones de correo electrónico y con sus respectivos números de teléfono: el agente especial al mando Matthew Trout, el investigador jefe retirado de la policía del estado de Nueva York Max Clinter, y el investigador jefe de la policía del estado de Nueva York Jack Hardwick.

Miró con sorpresa al tercer nombre. Hardwick era un detective muy listo y cáustico con el que había tenido una relación compleja: sus caminos se habían cruzado en circunstancias singulares y difíciles.

Gurney se dirigió al teléfono para llamar a Kim. Quería hablar con Hardwick, pero antes de hacerlo deseaba descubrir por qué ella lo tenía como fuente de información.

– ¿Dave? -contestó Kim de inmediato.

– Sí.

– Iba a llamarte. -Su voz sonaba más tensa que complacida-. Tu conversación con Schiff ha removido las cosas.

– ¿Cómo?

– Ha venido a mi apartamento, supongo que justo después de que hablaras con él. Quería ver todo lo que me habías contado. Parecía cabreado de verdad porque había limpiado el suelo de la cocina. Bueno, lástima. ¿Cómo iba a saber que iba a venir? Dijo que un tipo de recogida de pruebas regresaría esta misma noche para examinar el sótano. Supongo que está bien que no me haya atrevido a limpiar la escalera. Uf, me da escalofríos de pensarlo. Y sigue insistiendo en poner esas siniestras pequeñas cámaras espía en todo el apartamento.

– ¿Es verdad que antes las rechazaste?

– ¿Dijo eso?

– También dijo que mandó al laboratorio restos de la mancha de sangre del cuarto de baño.

– ¿Y?

– Por lo que me dijiste, creí que no había hecho prácticamente nada.

Kim hizo una pausa antes de responder.

– No es tanto lo que hizo o dejó de hacer. El problema era su actitud. Era penosa. No podría importarle menos.

Aunque la respuesta no le satisfizo, decidió dejarlo de lado, al menos por el momento.

– Kim, estoy mirando las fuentes de información que enumeras en la página final del documento. Me ha llamado la atención la presencia de un detective cuyo nombre es Hardwick. ¿Cómo es que está implicado en esto?

– ¿Lo conoces? -Su voz sonó alerta.

– Sí.

– Bueno…, cuando empecé a investigar el caso del Buen Pastor hace unos meses, reuní los nombres de la gente de los cuerpos policiales que se mencionaban en las noticias de hace diez años. Uno de los primeros crímenes ocurrió en la jurisdicción de Hardwick. Él fue uno de los investigadores de la policía estatal que participó temporalmente.

– ¿Temporalmente?

– Todo cambió después del tercer fin de semana. Creo que fue cuando se produjo uno de los crímenes más allá de la frontera de Massachusetts. A partir de entonces el FBI tomó las riendas de la investigación.

– ¿El agente especial al mando Matthew Trout?

– Sí, Trout. Un capullo obsesionado por el control.

– ¿Has hablado con él?

– Me dijo que me leyera los comunicados de prensa emitidos por el FBI en su momento; luego me pidió que presentara mis preguntas por escrito; después se negó a contestar ni una sola de ellas. Si a eso lo llamas hablar con él, entonces supongo que lo hice. ¡Imbécil!

Gurney sonrió para sus adentros. Bienvenida al FBI.

– Pero ¿Hardwick quiso hablar contigo?

– Al principio no mucho. Después descubrió que Trout estaba tratando de controlar el flujo de información. Entonces pareció encantado de hacer cualquier cosa que molestara a Trout.

– Ese es Jack. Solía decir que FBI significaba: Federación de Burócratas Idiotas.

– Todavía lo dice.

– Entonces, ¿por qué está Trout en tu lista de fuentes de información, si se niega a proporcionarla?

– Eso es más para la gente de RAM. Puede que Trout no quiera hablar conmigo, pero Rudy Getz es diferente. Te asombraría ver quién le devuelve las llamadas y con qué rapidez.

– Interesante. ¿Y el tercer nombre, Max Clinter?

– Max Clinter. Bueno. ¿Por dónde empezar? ¿Sabes algo de él?

– El nombre me suena vagamente, pero no lo sitúo.

– Clinter era el detective fuera de servicio que quedó enredado en el último asesinato del Buen Pastor.

Gurney recuperó el recuerdo de los relatos periodísticos.

– ¿Era el tipo que estaba en su coche con la estudiante de Bellas Artes…, borracho como una cuba…, disparó por la ventana…, rozó a un tipo que iba en una motocicleta…? Lo culparon de que el Buen Pastor escapara, ¿no?

– Sí.

– ¿Es una de tus fuentes?

– Acepto lo que sea de quien sea. -Kim pareció ponerse a la defensiva-. El problema es que casi todos los involucrados en el caso remiten todas las preguntas a Trout, que es como echarlas a un agujero negro.

– Entonces, ¿qué has logrado descubrir de Clinter?

– No es una pregunta fácil. Es un hombre extraño, con muchas cosas en la cabeza. No estoy segura de entenderlo bien. Quizá podríamos hablar mañana en el coche. No me he dado cuenta de lo tarde que se estaba haciendo y he de ducharme.

Aunque Gurney no la creyó, no dijo nada. Estaba ansioso por hablar con Jack Hardwick.

Cuando lo llamó, le saltó el buzón de voz y le dejó un mensaje.

Ya casi era noche cerrada. En lugar de encender la luz en el estudio, Gurney cogió la carpeta del proyecto de Kim y se la llevó a la mesa de la cocina. Madeleine todavía estaba sentada en el sillón, junto a la estufa, que proyectaba un brillo intermitente en el fondo de la sala. Guerra y paz había pasado de su regazo a la mesita de café que tenía delante y ella estaba haciendo punto.

– Bueno, ¿has descubierto ya de dónde salió esa flecha? -preguntó, sin levantar la mirada.

Dave miró el aparador. Allí estaba el asta de grafito negro y el emplumado rojo. Algo en esa imagen le mareó un poco.

A continuación, como si la sensación hubiera sido el anuncio de un recuerdo a punto de aflorar, se acordó de algo que le ocurrió cuando era niño y vivía en el apartamento de sus padres, en el Bronx. Tenía trece años. Fuera estaba oscuro. Su padre, o se había quedado trabajando hasta tarde, o estaba bebiendo. Su madre estaba en una de sus clases de baile de salón, en un estudio de Manhattan, una manía absorbente que había desplazado su antigua obsesión por la pintura a dedo. Su abuela permanecía en el dormitorio, murmurando al tiempo que pasaba las cuentas de su rosario. Él estaba en el dormitorio de su madre, que era exclusivamente de ella desde que su marido había empezado a dormir en el sofá del salón y a guardar la ropa en un armario del pasillo.