Dave abrió una de las dos ventanas. El aire era frío y olía a nieve. Tenía un arco de madera de verdad, no un juguete. Se lo había comprado con dinero ahorrado de dos años de pagas semanales. Soñaba con salir a cazar en un bosque, lejos del Bronx. Estaba de pie delante de la ventana de guillotina notando el aire frío en la cara. Puso una flecha escarlata en la cuerda de su arco y, guiado por una extraña excitación, lo levantó hacia el cielo negro, que veía por esa ventana del sexto piso. Tensó la cuerda y lanzó la flecha hacia la noche. Aguzó el oído. Un miedo repentino le atenazó el corazón. Esperó el sonido del impacto -un zas en el techo de uno de los edificios bajos del barrio, o un ruido metálico en la parte de arriba de un coche aparcado, o un agudo sonido en una acera-, pero no oyó nada. Nada en absoluto.
El inesperado silencio empezó a aterrorizarlo.
Imaginó lo silenciosa que sería una flecha afilada clavándose en una persona.
Durante el resto de la noche, consideró las posibles consecuencias, que lo asustaron muchísimo. Sin embargo, lo que más de treinta y cinco años después lo atormentaba era una pregunta que no había podido responderse desde entonces: ¿por qué?
¿Por qué lo había hecho? ¿Qué lo había poseído para hacer algo tan imprudente, tan carente de cualquier recompensa racional, tan cargado de peligro vano?
Gurney miró otra vez la estantería y le sorprendió la estrambótica simetría entre los dos misterios: la flecha que disparó sin saber por qué desde la ventana de su madre y que no sabía adónde había ido a parar, y la flecha que había aparecido de la nada en el jardín de su casa. Negó con la cabeza, como para sacudirse una niebla interior. Era hora de pasar a otro asunto.
Su móvil sonó de manera oportuna. Era Connie Clarke.
– Hay algo que quería añadir, algo que no he mencionado esta mañana.
– Ah.
– No me lo he reservado a propósito. Es solo una de esas cosas vagas que en ocasiones parece relacionada con la situación, y en ocasiones no.
– ¿Sí?
– Supongo que es más una coincidencia que otra cosa. Los asesinatos del Buen Pastor ocurrieron todos hace exactamente diez años, ¿no? Bueno, fue también entonces cuando desapareció el padre de Kim. Llevábamos dos años divorciados, y siempre había estado hablando de que quería dar la vuelta al mundo. Nunca pensé que llegara a hacerlo, aunque podía ser asombrosamente impulsivo e irresponsable, lo cual forma parte de la razón por la que me divorcié de él. La cuestión es que un día dejó un mensaje de teléfono para nosotras en el que decía que había llegado el momento, que era entonces o nunca, y que se iba. Suena absurdo. Pero eso fue todo. La primera semana de primavera de hace diez años. Nunca volvimos a saber ni una palabra de él. ¿Te lo puedes creer? Cabrón egoísta e irreflexivo. Kim estaba deshecha. Peor que cuando nos divorciamos dos años antes. Completamente destrozada.
– ¿Ves algún significado en esa coincidencia temporal?
– No, no, no quiero sugerir que haya alguna relación entre el caso del Buen Pastor y la desaparición de Emilio. ¿Cómo iba a haberla? Es solo que los dos sucesos ocurrieron en marzo de 2000. En parte, quizá Kim siente con tanta fuerza el dolor de esas familias porque ella perdió a su propio padre justo entonces.
Ahora Gurney lo comprendió.
– Y el sentimiento compartido de la falta de un cierre…
– Sí. Los asesinatos del Buen Pastor nunca se resolvieron por completo, porque nunca atraparon al asesino. Y Kim no ha podido cerrar la puerta de la desaparición de su padre, pues nunca pudo descubrir lo que le ocurrió. Cuando ella habla de las familias de víctimas de asesinato a las que les falta algo, creo que está hablando de sí misma.
Después de hablar con Connie, Gurney se sentó un rato a la mesa, para tratar de digerir lo que la desaparición de Emilio Corazon había supuesto en la vida de Kim.
Poco a poco fue cobrando conciencia del suave y continuado claqueteo de las agujas de tejer de Madeleine. Estaba sentada bajo la luz amarilla de la lámpara, con una madeja de lana verde salvia a su lado en el sillón y un suéter del mismo color cobrando forma en su regazo.
Dave abrió la carpeta azul por la sección dedicada al «Memorando de intenciones del Buen Pastor». En una página de información de fondo, al principio de la sección, alguien, presumiblemente Kim, indicaba que el documento original había sido entregado por correo urgente en un sobre de 23x30 dirigido al «Director, Policía del Estado de Nueva York, Departamento de Investigación Criminal». La fecha de entrega era el 29 de marzo de 2000, el miércoles siguiente a los dos primeros crímenes.
Gurney pasó la página y leyó el texto del memorando. Empezaba abruptamente, con un resumen organizado en una serie de puntos numerados:
1. Si el amor al dinero, que es codicia, es la raíz del mal, se deduce que el mayor bien se obtendrá con su erradicación.
2. Como la codicia no existe en el vacío, sino que existe en sus portadores humanos, se deduce que la forma de erradicar la codicia es erradicar a sus portadores.
3. El buen pastor selecciona al rebaño, separando la oveja enferma de la oveja sana, porque está bien detener la extensión de la infección. Está bien proteger a los buenos animales de los malos.
4. Aunque la paciencia es una virtud, no es pecado perder la paciencia con la codicia. No es pecado alzarse en armas contra los lobos que devoran a sus crías.
5. Esta es nuestra declaración de guerra contra los vanidosos portadores de la codicia, los carteristas que se llaman banqueros, los piojos de la limusina, los gusanos del Mercedes.
6. Liberaremos la Tierra de un contagio definitivo, portador tras portador, sustituyendo el silencio de pasividad por cráneos destrozados hasta que la Tierra esté limpia, cráneos destrozados hasta que el rebaño esté seleccionado, cráneos destrozados hasta que la raíz de todo mal muera y sea arrancada de la Tierra.
Las siguientes diecinueve páginas daban vueltas y vueltas a las mismas ideas, e iban de lo profético a lo académico. Todo parecía sustentarse en ciertos datos de distribución de la riqueza, con los que se pretendía demostrar la injusticia de la estructura económica de Estados Unidos, junto con estadísticas de tendencia que mostraban la deriva de la nación hacia una economía de extremos propia del tercer mundo, en la cual la enorme riqueza se concentra en lo más alto, la pobreza se expande y la clase media se reduce.
La parte principal del documento concluía:
Esta enorme y creciente injusticia está guiada por la codicia de los poderosos y el poder de los codiciosos. Además, el control que esta clase vil y devoradora ejerce sobre los medios -el principal motor de influencia de la sociedad- es virtualmente absoluto. Los canales de comunicación (canales que en manos libres podrían ser agentes de cambio) son poseídos, dirigidos e infectados por macro-corporaciones y por individuos multimillonarios, cuyos intereses están motivados por el carácter virulento de la codicia. Esta es la situación desesperada que nos fuerza a nuestra conclusión inevitable, a nuestra clara resolución y a nuestra acción directa.
El documento estaba firmado por «El Buen Pastor».
En una nota separada, grapada a la página final, el autor había incluido información sobre las horas y localizaciones precisas de los dos crímenes anteriores.