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Se quedó en silencio. El único sonido que turbaba aquella inquietante calma era el repetitivo chirrido del muelle de su pinza.

– Tiene que estar desarrollando unas manos muy fuertes -dijo Gurney.

Clinter esbozó una sonrisa feroz.

– La última vez que me encontré con el Buen Pastor estaba terrible, vergonzosa y trágicamente mal preparado. Eso no volverá a ocurrir.

Gurney tuvo una visión momentánea de la escena culminante de Moby Dick. Ahab agarrando el arpón y clavándolo en el lomo de la ballena. Ahab y la ballena, la pareja enredada desapareciendo para siempre en las profundidades del mar.

13

Masacre en serie

Después de marcharse de la extravagante casa de Clinter -con sus víboras reales o imaginadas, su foso anegado, su esqueleto centinela-, Gurney condujo unos cuantos kilómetros y se detuvo en un desvío del camino para dar la vuelta. Estaba cerca de lo alto de una suave pendiente que le permitía divisar el extremo norte del lago de Cayuga, tan brillantemente azul como el cielo.

Sacó el teléfono, marcó el número de Jack Hardwick. Saltó su buzón de voz.

– Eh, Jack, tengo preguntas. Acabo de mantener una charla con el señor Clinter. Necesito preguntarte cómo ves un par de cosas. Llámame. Cuanto antes mejor. Gracias.

A continuación llamó a Kim.

– ¿Dave?

– Hola. Estoy relativamente cerca de tu casa. Creo que estaría bien hablar con Robby Meese. ¿Tienes una dirección y un número de teléfono?

– ¿Qué…? ¿Por qué quieres hablar con él?

– ¿Hay alguna razón por la que no quieras que lo haga?

– No. Es solo que…, no lo sé; claro, está bien, espera un segundo. -Al cabo de un instante Kim volvió a ponerse al teléfono-. Tiene un apartamento en el barrio de Tipperary Hill, en el 3003 de South Lowell. Su número de móvil es el 315 135 645. Recuerda que usa el nombre de Montague, no Meese. Pero… ¿qué vas a hacer?

– Solo quiero hacerle unas preguntas para ver si descubro algo que tenga sentido.

– ¿Sentido?

– Cuanto más sé sobre este proyecto tuyo, o sobre el caso en el que se basa, más complicado me parece. Necesito aclarar un par de cosas.

– ¿Aclarar un par de cosas? ¿Crees que vas a conseguir eso de él?

– Quizá no directamente, pero parece que es un actor de nuestro pequeño drama y la verdad es que no sé a quién demonios representa. Eso me hace sentir incómodo.

– Te conté todo lo que sé sobre él. -Sonó herida, a la defensiva.

– Estoy seguro.

– Entonces, ¿por qué…?

– Si quieres mi ayuda, Kim, tienes que darme un poco de espacio.

Ella vaciló.

– Vale…, supongo, está bien. Ten cuidado. Es… raro.

– Los tipos con más de un apellido suelen serlo.

Gurney colgó. El teléfono sonó cuando se lo estaba guardando en el bolsillo. El identificador decía que era J. Hardwick.

– Hola, Jack, gracias por llamar.

– Soy solo un humilde servidor público, Sherlock. ¿Qué puedo hacer hoy por el famoso detective?

– No estoy seguro. ¿A qué clase de material del Buen Pastor tienes acceso?

– Oh, ya veo. -Su voz tenía el tono malicioso que Gurney odiaba.

– ¿Qué ves?

– Siento que parte del cerebro retirado de Sherlock ha vuelto a la vida.

Gurney procuró no hacer caso del comentario.

– Entonces, ¿a qué tienes acceso?

Hardwick se aclaró la garganta con una meticulosidad que revolvía el estómago.

– Atestados originales, identificación e información biográfica de las víctimas, fotografías del daño que las balas de gran calibre causan a caras y cráneos… Por cierto, hablando de eso, recuerdo que una de las víctimas, una mujer muy elegante del negocio inmobiliario, perdió grandes porciones de la mandíbula y la cabeza por un balazo de la Desert Eagle. Un joven del equipo de recogida de pruebas que estaba peinando la escena del crimen descubrió algo que nunca olvidará. Un trozo del lóbulo de la oreja de la señora, del tamaño de una moneda de diez centavos; estaba colgando de la rama de un arbusto de zumaque junto a la carretera, con su gran diamante todavía allí. ¿Te lo imaginas, campeón? Es la clase de cosas que tienden a quedarse en la memoria. -Hizo un momento de pausa, como para que Gurney pudiera recrear bien aquella imagen-. Bueno, la cuestión es que tenemos montones de detalles como ese, además de los hallazgos del forense, informes de los equipos de recogida de pruebas, hasta el culo de informes de laboratorio, informes de investigación, perfil del asesino de la Unidad de Ciencias de Comportamiento del FBI, tal y cual, toneladas de mierda variopinta, alguna accesible y otra no. ¿Qué estás buscando?

– ¿Qué te parece todo lo que puedas enviarme sin demasiados problemas?

Hardwick respondió con su risa de lija.

– Todo en lo que el FBI está implicado puede suponer un problema. Son una panda de capullos arrogantes, politizados y obsesionados por el control. -Hizo una pausa-. Haré lo que pueda. Te enviaré un par de cosas ahora mismo y otras más tarde. No dejes de mirar el correo electrónico. -Hardwick era siempre más servicial cuando se trataba de romper ciertas normas y pisar algún juanete.

– Por cierto -dijo Gurney-, acabo de salir de una reunión con el señor Clinter.

La risa de Hardwick estalló otra vez, más alto.

– ¿Maxie te ha causado impresión?

– ¿Alguna vez has visto su casa?

– Huesos, serpientes, Hummers y mierda de caballo. ¿Es el sitio del que estás hablando?

– Me da la impresión de que no le das mucho peso a las peroratas del señor Clinter.

– ¿Tú sí?

– No lo sé. Tiene un componente psicótico, pero creo ver una parte de actor que quiere pasar por psicótico. Es difícil establecer la frontera. Mencionó el estrés postraumático. ¿No sabrás por casualidad si eso surgió del accidente que tuvo cuando estaba borracho y que le costó el despido?

– No, fue en la primera guerra del Golfo. Según cuentan, una ráfaga de fuego amigo desde un helicóptero voló a un tipo que estaba a su lado. Al parecer, Maxie lo superó, pero quizá se le quedó dentro, no sé. Es probable que todo resurgiera con el caso del Buen Pastor. ¿Quién sabe? Quizás esa noche pensó que estaba disparando a un puto helicóptero.

– ¿Alguien prestó atención a sus teorías sobre el caso?

– No tenía teorías. Tenía ideas absurdas basadas en lo primero que se le ocurría. ¿Alguna vez has escuchado a un loco explicar que el número de patas de una silla multiplicado por el número místico siete da el número de días de un mes lunar? Maxie estaba hasta las orejas de todo tipo de chorradas.

– Así pues, ¿no crees que tuviera nada que aportar?

Hardwick gruñó, pensativo.

– Lo único real que Maxie aporta a la mesa es odio, obsesión y una inteligencia completamente desquiciada.

Gurney se había encontrado antes con esa combinación y, sin duda, conducía al desastre.

Un cuarto de hora más tarde, después de atravesar las colinas bucólicas que separaban el lago Cayuga del lago Owasco, paró en una gasolinera con supermercado, justo en la salida de Auburn, para llenar el depósito y recargar su cerebro con un café bien cargado. Según el reloj del salpicadero eran las 13.05.

Después de recoger el recibo de la gasolina, aparcó en un rincón de la zona de aparcamiento, lejos del surtidor, para tomarse su café y planear su entrevista con Meese-Montague.

Sonó su teléfono. Era un mensaje de texto: «Mira tu mail».

Cuando lo hizo descubrió un mensaje de Hardwick. El asunto del mensaje decía: «Mira documentos adjuntos: atestados (7), complemento de movimientos previos, informes ViCap, resumen de elementos comunes, imágenes de las víctimas preautopsia».

El título de cada uno de los atestados estaba compuesto de un número entre el uno y el seis, que aparentemente designaba su lugar en la serie, y el apellido de la víctima. Gurney seleccionó el documento 1-VILLANI, y empezó a hojear las cincuenta y dos páginas.