Se incluían las observaciones del agente que llegó al lugar el primero, diagramas de la escena del crimen, fotografías del sitio, una reconstrucción de los hechos basada en las pruebas con una explicación hipotética, informe de daños de vehículos, informe de recopilación de pruebas, lista de unidades y oficiales que acudieron, informe preliminar del forense y una lista de test de laboratorio pendientes.
Si este primer atestado era representativo de los otros en longitud y detalle, tendría que leerse unas trescientas cincuenta páginas. No era algo que fuera a hacer en la pantalla de tres pulgadas de su teléfono móvil.
Volvió a la lista de adjuntos y seleccionó el documento «Elementos comunes», que detallaba los factores que relacionaban los seis homicidios entre sí. Le gustó ver una página con trece puntos concisos.
1. Los ataques ocurrieron en fines de semana consecutivos, entre el 24 de marzo y el 8 de abril de 2000.
2. Los ataques se produjeron en un periodo de dos horas: de las 21.11 a las 23.11.
3. Los ataques ocurrieron en un área de 300 por 80 kilómetros que se extendía desde el centro del estado de Nueva York hasta Massachusetts.
4. Los ataques se produjeron en curvas hacia la izquierda con buena visibilidad hacia delante.
5. Velocidades de vehículo moderadas (74 a 93 km/h) en el momento de los disparos.
6. Escaso o nulo tráfico, sin testigos conocidos, sin cámaras de vigilancia conocidas, sin estructuras comerciales o residenciales cercanas.
7. Los ataques se produjeron en carreteras rurales secundarias que unían carreteras importantes con zonas residenciales de clase alta.
8. Vehículo de la víctima: Mercedes negro último modelo, de clase superlujo (precio recomendado de venta al público entre 82 400 y 162 760 dólares).
9. Un único disparo en la cabeza del conductor, daño cerebral masivo, muerte prácticamente instantánea.
10. Distancia estimada del asesino a la víctima en cada caso: de 1,80 a 3,60 metros.
11. Todas las balas recuperadas Action Express calibre 50, de uso exclusivo para la pistola Desert Eagle.
12. Animales de plástico de un juego popular depositados en las escenas de los crímenes. Orden de aparición: león, jirafa, leopardo, cebra, mono, elefante.
13. Conductor-víctima varón en 5 de 6 ataques.
Todo aquello planteaba una serie de preguntas. Cerró el archivo de «Elementos comunes» y abrió «Imágenes de la víctima preautopsia», esbozando una mueca ante la idea de lo que iba a ver. Había doce fotografías, dos de cada víctima: una estaba tomada en el vehículo en la escena del crimen; la otra era un primer plano de la cara en la mesa de autopsias.
Gurney hizo chirriar los dientes y avanzó a través de la galería de fotos del horror. Le recordaron otra vez que los policías y el personal de urgencias compartían el dudoso privilegio de conocer algo que el noventa y nueve por ciento de la población nunca sabría: lo que una bala expansiva de gran calibre puede hacerle a una cabeza humana. Puede reducirla a algo asombrosa y nauseabundamente ridículo. Puede darle a un cráneo forma de casco destrozado, convertir el cuero cabelludo en una gorra torcida sobre la frente. Puede reordenar una cara en una mueca de humor o sorpresa. Puede doblarla en una expresión de cómic de la idiotez y la atrocidad. Puede hacerla explotar por completo, dejando solo una mancha pastosa de sesos y dientes.
Gurney cerró el archivo de fotos, salió del programa de correo y cogió su café. Estaba frío. Aun así, tomó unos cuantos sorbos; luego lo dejó a un lado y llamó a Hardwick.
Una cosa que le gustaba de aquel tipo era que prefería contestar antes de que se conectara el buzón de voz.
– ¿Qué coño pasa ahora, Sherlock?
– Gracias por los datos. Has sido rápido.
– Sí. ¿Qué quieres ahora?
– He llamado para darte las gracias.
– Mentira. ¿Qué quieres?
– Quiero lo que no hayas anotado.
– Parece que piensas que sé más de lo que sé.
– Nunca he conocido a nadie con mejor memoria que tú. Parece que la mierda se te pegue al cerebro, Jack. Podría ser tu mayor virtud.
– Vete a tomar por el culo.
– Gracias. Y ahora, ¿puedes hacerme un breve retrato de las víctimas, quizá de dónde venían cuando les dispararon?
– Primer ataque, Bruno Villani. Bruno y su mujer, Carmella, volvían de un bautizo en Long Island a su propiedad rural en Chatham, Nueva York. En realidad el bautizo servía para presentar sus respetos a colegas de negocios. Bruno no pensaba en nada más que en dinero y negocios. Hubo rumores de que Bruno podría haber estado relacionado con la mafia, pero probablemente no más que un montón de tipos de la industria de la construcción de Nueva York, y los rumores casi seguro que lo beneficiaron. La bala entró por la ventanilla lateral de su Mercedes, le arrancó una tercera parte de la cabeza, alcanzó a Carmella y la dejó en coma. El hijo Paul y la hija Paula, de casi treinta años entonces, parecían legítimamente destrozados, así que a lo mejor papá tenía algunas buenas cualidades. ¿Esta es la clase de datos que buscas?
– Lo que se te ocurra.
– Muy bien. Segundo ataque. Carl Rotker se dirigía a casa, en un barrio privado cerca del puerto de Bolton, en la orilla oeste del lago George, desde su enorme tienda de material de fontanería en Schenectady. Como solía ocurrir con Carl, su ruta se había alargado por un desvío hasta la casa de una mujer brasileña a la que le doblaba la edad. En el Mercedes sonaba a todo trapo My way, de Sinatra. Lo sabemos porque el puto disco seguía sonando cuando la policía encontró el coche volcado junto a la carretera y con la mitad de la sangre de Carl encharcando el interior del techo. ¿Quieres más?
– Todo lo que puedas darme.
– El tercero. Ian Sterne era un dentista de mucho éxito, propietario y principal promotor de una clínica sumamente rentable que empleaba a más de una docena de profesionales en el Upper East Side de Manhattan. Ortodoncia, prostodoncia cosmética, cirugía plástica y maxilofacial; más que nada era una fábrica que producía sonrisas perfectas y pómulos perfectos para gente con ganas de pagar el dinero que tenían por la belleza que les faltaba. El doctor en sí, una criatura arrugada, parecía un lagarto listo. Tenía una bonita relación artística con una joven pianista rusa en Juilliard. Rumores de matrimonio. Un final divertido: cuando la gran bala destrozó la corteza cerebral de Ian y el gran Mercedes negro clase S terminó hundido hasta el tapacubos en un arroyo cercano, lo primero que vio claramente el primer agente que llegó (justo por encima del agua, iluminado por las luces intermitentes de emergencia que se encendieron por el impacto) fue la matrícula de Ian: A SMILE 4U. ¿Aún no has tenido bastante?
– Ni mucho menos, Jack. Eres un narrador nato.
– Número cuatro. Sharon Stone, agente inmobiliaria cañón con un nombre increíble. Se dirigía a su casa en el pequeño pueblo de Markham Dell desde una gran fiesta con amigos poderosos del Gobierno del estado. Vivía en una preciosa casa colonial antigua con su hijo gay de veintisiete años y un jardinero musculoso. Se rumoreaba insistentemente que el tipo estaba liado con la madre y con el hijo. La señora Stone era propietaria del lóbulo de la oreja del que te he hablado antes. -Hardwick hizo una pausa, como esperando una reacción.
– Adelante -dijo Gurney.
– El quinto era James Brewster, un gran médico experto en cirugía cardiaca. El talento, la reputación y la obsesión por el trabajo del hombre lo hicieron rico, acabaron con sus dos primeros matrimonios y convirtieron a su hijo en un ermitaño amargado que no quiso hablar con él durante años y que parecía feliz de que estuviera muerto. En esa última noche se dirigía desde el Albany Medical Center a su casa de las suaves colinas gentilmente adineradas de Williamstown. Con el control de velocidad de su Mercedes AMG coupé programado, el médico estaba dictando su respuesta a una invitación para presentar una reunión de experto en cirugía cardiaca en Aspen. Las astillas de la grabadora que estaba usando quedaron esparcidas con sus sesos por todo el asiento del pasajero. El hecho de que ocurriera a tres kilómetros de la frontera estatal de Massachusetts fue lo que, finalmente, hizo que el FBI se sumara al circo.