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– ¿Cobrarle? No…, o sea…, no veo… ¿Qué?

– El caso es que quiero ser justo. Si no he de hacer nada, si solo tengo que tener los ojos abiertos, preparado para ver qué ocurre, entonces es una clase de tarifa. Pero si la situación requiere, digamos, una acción preventiva, entonces es otra clase de tarifa. ¿Me entiendes, Bobby?

El temblor en el párpado parecía estar empeorando.

– ¿Me está amenazado?

– ¿Te estoy amenazando? ¿Por qué tendría que hacer eso? Amenazarte iría contra la ley. Como agente de policía retirado, tengo un gran respeto por la ley. Algunos de mis mejores amigos son agentes de policía. Algunos de ellos trabajan aquí mismo, en Siracusa. Jimmy Schiff, por ejemplo. A lo mejor lo conoces. Bueno, la cuestión es que siempre me gusta saber qué tarifa puedo aplicar antes de aceptar un trabajo. Seguro que eso lo puedes entender. Así que deja que te lo pregunte otra vez: ¿conoces alguna razón por la cual proporcionar servicios de seguridad personal a la señorita Corazon podría requerir que cobre algo más que mi tarifa normal?

La mirada de Meese traslucía algo de temor.

– ¿Qué se supone que he de saber yo sobre sus problemas de seguridad? ¿Qué tiene que ver esto conmigo?

– Tienes razón, Bobby. Pareces un buen hombre, un joven muy atractivo, que no quiere causar ningún problema a nadie. ¿Tengo razón?

– Yo no soy el que está causando problemas.

Gurney asintió lentamente, con calma.

Meese se mordió el labio inferior.

– Teníamos una gran relación. Yo no quería que terminara como terminó. Con esas estúpidas acusaciones. Acusaciones falsas. Mentiras. Difamación. Quejas mentirosas a la policía. Y ahora usted. Ni siquiera entiendo a qué ha venido.

– Te he dicho a qué he venido.

– Pero no tiene sentido. No debería estar molestándome. Debería estar visitando a los cerdos que ella ha metido en su vida. Si tiene problemas de seguridad, es por ellos.

– ¿Quiénes serían esos cerdos?

Meese se rio con un ruido desquiciante, como si rebotara, como un efecto de sonido teatral.

– ¿Sabía que se está acostando con su profesor, su «director de tesis»? ¿Sabía que se está follando a cualquiera que pueda ayudarla a avanzar en su carrera en la telebasura? ¿Sabía que se está follando a Rudy Getz, el mayor cerdo de todo este puto mundo? ¿Sabía que está completamente loca? ¿Lo sabía?

Meese parecía ir a lomos de una suerte de caballo emocional que no podía controlar.

Gurney quería continuar, para ver adónde llegaba.

– No, no sabía nada de eso. Pero te agradezco la información, Robert. No me había dado cuenta de que estuviera loca. Y esa es una de las cosas que podrían hacer que mi tarifa subiera de lo lindo. Proporcionar seguridad a una mujer loca puede resultar un coñazo. ¿Cómo de loca dirías que está?

Meese negó con la cabeza.

– Lo descubrirá. No voy a decir ni una palabra más. Lo descubrirá. ¿Sabe dónde he estado esta tarde? En el despacho de mi abogado. Vamos a emprender acciones legales contra esa perra. Le aconsejo que se mantenga alejado de ella. Muy lejos. -Dio un portazo.

A continuación, se oyó el paso de dos cerraduras.

Quizás estuviera actuando. Si era así, había que reconocer que lo hacía bien.

15

Escalada

Gurney siguió las indicaciones de su GPS hasta la interestatal. El reflejo turbio de una puesta de sol fucsia se extendía por el lago Onondaga. En casi cualquier otra masa de agua del norte del estado podría haber sido hermoso. Sin embargo, lo que acecha escondido en nuestras mentes afecta a cómo vemos las cosas. Así pues, Gurney no vio la puesta de sol reflejada, sino el infierno de un fuego químico que ardía en el lecho del lago tóxico, quince metros por debajo de la superficie.

El Gobierno y la industria estaban haciendo esfuerzos para reparar los daños que había sufrido el lago. Pero a Gurney no le parecía que eso mejorara mucho la cosa. De una manera extraña, lo empeoraba. Es como cuando ves a un tipo saliendo de una reunión de Alcohólicos Anónimos: parece que hace que su problema parezca más grave que si lo ves saliendo de un bar.

Cuando hacía unos minutos que Gurney estaba circulando por la I-81, sonó su teléfono. Le llamaban desde su casa. Miró la hora. Eran las 18.58. Madeleine ya llevaría al menos tres cuartos de hora en casa después de regresar de su trabajo a tiempo parcial en la clínica. Lo sintió como una cuchillada de culpa.

– Hola, lo siento, debería haber llamado -dijo deprisa.

– ¿Dónde estás? -Madeleine parecía más preocupada que enfadada.

– Entre Siracusa y Binghamton. Debería llegar a casa poco después de las ocho.

– ¿Has estado todo este tiempo con Clinter?

– Con él, con Jack Hardwick al teléfono, en mi coche con documentos del caso que el propio Hardwick me envió por correo, con el exnovio de Kim Corazon, etcétera.

– ¿El acosador?

– No estoy seguro de qué es. Y tampoco estoy seguro de qué es Clinter.

– Por lo que me dijiste anoche parecía peligrosamente inestable.

– Sí, bueno, podría ser. Aunque luego…

– Será mejor que prestes atención a…

Gurney había entrado en una zona sin cobertura de móvil. La conexión se interrumpió. Decidió esperar a que ella le devolviera la llamada. Puso el teléfono en vertical en uno de los soportes para bebidas del coche. Sonó al cabo de menos de un minuto.

– La última cosa que te he oído decir -empezó- era que sería mejor prestar atención a algo.

– ¿Hola?

– Estoy aquí. Estamos en un punto ciego.

– Lo siento, ¿qué has dicho? -Era una voz femenina, pero no la de Madeleine.

– Oh, perdona, pensaba que eras otra persona.

– ¿Dave? Soy Kim. ¿Estás en medio de algo?

– Exacto. Por cierto, perdona que no te haya llamado. ¿Qué está pasando?

– ¿Recibiste mi mensaje? RAM va a seguir adelante con la primera entrega.

– Algo así. «El proyecto va», creo que escribiste.

– El primer programa se emitirá el domingo. No tenía ni idea de que iría tan deprisa. Están usando el material de prueba que filmé con Ruth Blum, como dijo Rudy Getz. Y quieren que siga con todas las entrevistas que pueda, con las otras familias. La serie se emitirá todos los domingos.

– ¿Así que las cosas van más deprisa de lo esperado?

– Sin duda.

– Pero…

– Pero nada. Es genial.

– Pero…

– Pero… tengo… un problemita estúpido aquí.

– ¿Sí?

– Las luces. Están apagadas otra vez.

– ¿Las luces de tu apartamento?

– Sí. ¿Te conté que una vez aflojaron todas las bombillas?

– ¿Lo ha hecho otra vez?

– No. He comprobado la lámpara en la sala de estar: la bombilla está ajustada. Así que supongo que será el diferencial. Pero no pienso bajar al sótano a comprobarlo.

– ¿Has llamado a alguien?

– No lo consideran una emergencia.

– ¿Quién?

– La policía. Puede que le pidan a alguien que se pase después. Pero no debería contar con eso. Los diferenciales no son cuestión de la policía, me han dicho. Han insistido en que debería llamar al casero o al encargado de mantenimiento, o a un electricista, o a un vecino amigo… A cualquiera menos a ellos.

– ¿Lo has hecho?

– ¿Llamar a mi casero? Claro. Me salió el buzón de voz. Solo Dios sabe cuándo lo escucha. ¿Al tipo de mantenimiento? Claro. Pero está en Cortland, trabajando en otro edificio que es propiedad del mismo tipo. Dice que es ridículo para él ir hasta Siracusa para mirar el diferencial. No va a hacerlo. El electricista al que he llamado me pide ciento cincuenta dólares como mínimo por venir a casa. Y no tengo vecinos muy amigables. -Hizo una pausa-. Así que esto es… mi pequeño problema estúpido. ¿Algún consejo?