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– Por supuesto, porque me estoy liando para pedirte un favor enorme. Quizá deberías sentarte, necesitaré unos minutos.

Gurney todavía estaba de pie junto al lavabo del cuarto de baño. Salió a través de la habitación y llegó al estudio. No tenía ganas de sentarse, de manera que se quedó junto a la ventana de detrás.

– Vale, Connie, me siento -dijo-. ¿Qué pasa?

– Nada malo, en realidad. Es abrumadoramente bueno. Kim tiene una oportunidad increíble. ¿Alguna vez te he dicho que estaba interesada en el periodismo?

– ¿Siguiendo los pasos de su madre?

– Dios, no le digas eso o cambiará de carrera de la noche a la mañana. Creo que su mayor objetivo es ser totalmente independiente respecto a mí. Y olvídate de pasos, Kim está a punto de dar un salto colosal. Así que vamos al grano antes de que te desconectes por completo. Está terminando un doctorado de Periodismo en Siracusa. No está lejos de tu casa, ¿no?

– No es que esté en el barrio. A una hora y cuarenta y cinco, más o menos.

– Bueno, no está terriblemente lejos. No es mucho peor que mi viaje diario a la ciudad. En fin, el caso es que para su proyecto final se le ha ocurrido una idea sobre una especie de miniserie documental sobre víctimas de homicidios; bueno, en realidad, no sobre las víctimas en sí, sino sobre las familias, los hijos. Quiere observar los efectos a largo plazo de tener un padre que murió en un asesinato sin resolver…

– Sin…

– Exacto… Son casos en los que no encontraron al asesino. Así que la herida nunca se cerró. No importa cuánto tiempo pase, continúa siendo el elemento emocional más grande de sus vidas, una fuerza descomunal que lo cambia todo para siempre. La serie se llama «Los huérfanos del crimen». ¿No es genial?

– Suena muy interesante.

– ¡Muy interesante! Pero no es solo eso, no es solo una idea. Está ocurriendo de verdad. Empezó como un proyecto académico, pero impresionó tanto a su director de tesis que él la ha ayudado a convertir el proyecto en una propuesta real. Incluso le pidió que atara a algunos de sus participantes con contratos de exclusividad. Luego pasó la propuesta a un conocido de Producción de RAM TV y, a ver si lo adivinas…, el tipo de RAM lo aceptó. De la noche a la mañana, ha pasado de ser un puñetero trabajo trimestral a convertirse en la clase de experiencia profesional por la que mataría gente con veinte años en el oficio. Ahora mismo, RAM es lo más.

Gurney tuvo ganas de decirle que RAM TV era la máxima responsable de convertir un programa de noticias tradicional en un carnaval ruidoso, llamativo, hueco, perniciosamente dogmático y alarmista, pero se contuvo.

– Así que ahora te estarás preguntando qué tiene que ver todo esto con mi detective favorito -continuó Connie con excitación.

– Estoy esperando.

– Un par de cosas. Primero, necesito que le guardes las espaldas.

– ¿Qué significa eso?

– Solo que te reúnas con ella, que captes la idea de lo que está haciendo, que veas si refleja el mundo de las víctimas de homicidio como tú lo conoces. Es una oportunidad única. Si no comete demasiados errores, no tendrá techo.

– Hum.

– ¿Ese pequeño gruñido significa que lo harás? ¿Lo harás, David, por favor?

– Connie, no sé absolutamente nada de periodismo. -De hecho, lo que sabía le daba bastante asco, pero otra vez se mordió la lengua.

– Ella se ocupa de la parte periodística. Y es tan lista como la que más. Pero sigue siendo una niña.

– Así pues, ¿qué aporto yo? ¿Vejez?

– Realidad. Conocimiento. Experiencia. Perspectiva. La increíble prudencia que procede de… ¿cuántos casos de homicidios?

Dave no creyó que fuera una pregunta real, de modo que no trató de responderla.

Connie continuó con más intensidad todavía.

– Kim está supercapacitada, pero el talento no es lo mismo que la experiencia vital. Va a entrevistar a personas que han perdido a un padre o a otro ser querido a manos de un asesino. Necesita estar mentalizada de un modo realista para hacerlo. Precisa un visión amplia del problema, no sé si me explico. Supongo que lo que te estoy diciendo es que hay tanto en juego que Kim necesita saber lo más posible.

Gurney suspiró.

– Dios sabe que hay una tonelada de material sobre el duelo, la muerte, la pérdida de un ser querido…

– Sí, sí, lo sé -lo interrumpió ella-, las fases del duelo de la psicología barata, las cinco etapas y chorradas por el estilo. No es eso lo que necesita. Necesita hablar con alguien que sepa de asesinatos, que haya visto a las víctimas, que haya hablado con las familias, que las haya mirado a los ojos, el horror… Alguien que sepa de verdad, no alguien que haya escrito un libro.

Hubo un largo silencio entre ellos.

– Entonces, ¿lo harás? Solo reúnete con ella una vez, mira un poco lo que tiene y adónde quiere llegar. A ver si tiene sentido para ti.

Al mirar por la ventana del estudio hacia el prado, la idea de reunirse con la hija de Connie para revisar su billete de entrada en el mundo de la televisión basura le pareció una de las perspectivas menos atractivas del mundo.

– Has dicho que había un par de cosas, Connie. ¿Cuál es la segunda?

– Bueno… -Su voz se debilitó-. Podría haber un problema con un exnovio.

– ¿Qué clase de problema?

– Esa es la cuestión. A Kim le gusta parecer invulnerable, ¿sabes? Como que no le tiene miedo a nada ni a nadie.

– Pero…

– Pero como mínimo este capullo le está gastando bromas muy pesadas.

– ¿Como qué?

– Como entrar en su apartamento y moverle las cosas de sitio. Hubo algo que ella empezó a contarme sobre un cuchillo que desapareció y luego volvió a aparecer, pero cuando intenté que me contará más no lo hizo.

– Entonces, ¿por qué crees que lo sacó a colación?

– Quizá busca ayuda, y al mismo tiempo no la quiere. No sé, no logra decidirse al respecto.

– ¿El capullo tiene un nombre?

– Su nombre verdadero es Robert Meese. Se hace llamar Robert Montague.

– ¿Esto está relacionado de algún modo con su proyecto de televisión?

– No lo sé. Solo tengo la sensación de que la situación es peor de lo que ella está dispuesta a reconocer. O al menos a reconocérmelo a mí. Así que…, por favor, David… Por favor, no sé a quién más pedírselo.

Cuando Gurney no respondió, ella continuó.

– A lo mejor estoy reaccionando exageradamente. Puede que me esté imaginando cosas. Quizá no haya ningún problema. Pero aunque no lo haya, sería genial que pudiera contarte su proyecto, hablarte de estas víctimas de homicidio y de sus familias. Significa mucho para ella. Es la oportunidad de su vida. Está muy decidida, muy segura.

– Te tiembla la voz.

– Ya lo sé. Estoy… preocupada.

– ¿Por el proyecto o por su exnovio?

– Puede que por las dos cosas. No sé… Por un lado, es fantástico, ¿no? Pero me rompe el corazón pensar que podría sentirse tan decidida, tan segura y tan independiente que de alguna manera pueda perder pie sin contármelo, sin dejar que la ayude. Dios, David, tú también tienes un hijo, ¿no? ¿Sabes lo que siento?

Diez minutos después de colgar, Gurney todavía estaba de pie junto al ventanal del estudio orientado al norte, tratando de dar sentido al extraño tono disperso de Connie, preguntándose por qué había accedido a hablar con Kim y por qué todo aquello le hacía sentir tan incómodo.

Sospechaba que tenía algo que ver con su último comentario sobre su hijo. Esa era siempre una zona sensible, por razones a las que no quería darle vueltas en ese momento.

Sonó el teléfono y le sorprendió descubrir que aún lo sostenía distraídamente en la mano, que se había olvidado de colgar. Pensó que esta vez sí sería Huffbarger, que llamaba para defender su absurda política de cancelaciones. Se sintió tentado de dejarlo sonar, de esperar a que se conectara el contestador, de hacer esperar a aquel tipo. Sin embargo, también quería terminar con aquello, quitárselo de la cabeza. Pulsó el botón de hablar.