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– La fuente más actual sería la de Kim Corazon -dijo Gurney-. Ha estado en contacto con un montón de esas personas.

– Claro. Bueno, vamos a entrar y conseguir ayuda con esto. Nuestra principal preocupación aquí es alertar a cualquiera que pueda estar en peligro, sin que cunda el pánico.

Bullard fue la primera en salir del coche. Su paso era firme, el típico de una persona que asume las situaciones de crisis con energía. Cuando estaba a punto de seguirla a través de las pesadas puertas de cristal que daban acceso a la zona de recepción, Gurney vio un todoterreno oscuro que entraba en el aparcamiento. Tras el volante, reconoció la cara delgada e inexpresiva del agente Daker.

Un reflejo en el cristal oscureció el rostro del acompañante. Gurney no pudo observar si Trout lo había visto, para poder deducir cuánto le había desagradado su presencia.

36

Picahielos y animales

A consecuencia del mensaje del Buen Pastor y todo lo que conllevaba, la reunión empezó cuarenta y cinco minutos tarde, con un nuevo orden del día y olor a café requemado.

Se encontraban en la típica sala de conferencias sin ventanas, con un tablón de anuncios de corcho pegado a una pared y una pizarra blanca reluciente al lado. La luz fluorescente era al mismo tiempo brillante e inhóspita, como la de la oficina claustrofóbica de Paul Villani. Una mesa de conferencias rectangular con seis sillas ocupaba la mayor parte del espacio. En un rincón había una mesita con una jarra de aluminio llena de café, vasos y cucharillas de plástico, leche en polvo y una caja casi vacía de sobres de azúcar. Gurney había pasado incontables horas en salas como aquella. Y siempre que entraba en un sitio así, inmediatamente tenía ganas de marcharse.

A un lado de la mesa se sentaron Daker, Trout y Holdenfield. Al otro, Clegg, Bullard y Gurney. Perfecto para una buena confrontación. Delante de cada uno, Bullard había colocado una fotocopia de la nueva carta del Buen Pastor, que todos leyeron varias veces.

Bullard también tenía delante una carpeta gruesa. Gurney comprobó que encima de ella estaba el resumen que le había enviado por correo, en el que detallaba sus ideas respecto al caso original.

Bullard se sentó justo frente a Trout, que tenía las manos cruzadas ante sí.

– Aprecio que hayan hecho el viaje hasta aquí -dijo Bullard -. Más allá de la importancia obvia de esta nueva comunicación, supuestamente del Buen Pastor, ¿hay alguna otra cosa que alguien quiera decir antes de que empecemos?

Trout sonrió de manera insulsa, poniendo las palmas hacia arriba en un gesto tradicional de deferencia.

– Es su terreno, teniente. Estoy aquí solo para escuchar. -Luego le lanzó una mirada menos cordial a Gurney-. Solo me preocupa que se entrometa, en una investigación en curso como esta, cierto personal no acreditado.

Bullard torció el gesto en ademán de desconcierto.

– ¿No acreditado?

La sonrisa insulsa regresó.

– Permítame ser más concreto. Conozco la publicitada carrera del señor Gurney en la policía, pero desconozco qué pinta en este enredo, cuál es su relación con ciertos individuos que podrían ser objeto de esta investigación.

– ¿Se refiere a Kim Corazon?

– Y a su exnovio, por poner dos ejemplos.

Gurney pensó que era interesante que supiera de Meese. Dos posibles fuentes de eso: Schiff y Kramden, el investigador del incendio, que le había preguntado a Kim sobre amenazas y enemigos. O puede que Trout hubiera empezado a hurgar en la vida de Kim de otra manera. La cuestión era por qué. ¿Otra señal de que era un obseso del control? ¿De que deseaba, por encima de todo, protegerse?

Bullard asintió, reflexiva. Su mirada vagó a la pizarra blanca.

– Es una preocupación razonable. Mi propia posición es, tal vez, menos razonable. Más impulsiva. Mi sensación es que el culpable podría estar tratando de apartar del caso a Dave Gurney, y eso hace que yo quiera que participe. -De repente la voz y los rasgos faciales de Bullard eran duros como el acero-. Mire, si el asesino está en contra, yo estoy a favor. También estoy dispuesta a hacer algunas suposiciones sobre la integridad individual, la integridad de cualquier individuo en esta sala.

Trout se apartó de la mesa.

– No me entienda mal. No estoy cuestionando la integridad de nadie.

– Lo siento si no le he entendido. Hace un momento ha utilizado la palabra «enredo». En mi mente esa palabra tiene connotaciones inequívocas. Pero no nos empantanemos antes de empezar. Mi recomendación es que primero revisemos lo que sabemos del homicidio de Blum. Luego podemos discutir acerca del mensaje de esta mañana, o sobre qué relación guarda este homicidio con los asesinatos que ocurrieron en la primavera del año 2000.

– Y por supuesto, está la cuestión jurisdiccional -agregó Trout.

– Por supuesto. Pero solo podremos abordar eso a partir del análisis de los hechos. Así pues, primero los hechos.

Una sonrisita asomó a los labios de Gurney. La teniente le parecía dura, lista, clara y pragmática.

– Algunos de ustedes -continuó ella- puede que hayan visto la detallada actualización número tres del CJIS que publicamos anoche. En el caso de que no lo hayan hecho, aquí hay copias. -Sacó varias hojas impresas de su carpeta y las repartió por la mesa.

Gurney examinó rápidamente su copia. Era un resumen conciso de las pruebas recogidas en la escena del crimen y las conclusiones forenses preliminares. Le complació comprobar que sus hipótesis se habían confirmado, así como ver los ceños que se estaban formando en las caras de Trout y sus compañeros.

Después de darles tiempo para asimilar la información y lo que implicaba, Bullard subrayó algunos puntos clave y preguntó si tenían dudas.

Trout levantó el informe.

– ¿Qué significado atribuye a esa confusión sobre dónde aparcó su coche el asesino?

– Creo que «intento de engaño» sería más adecuado que «confusión».

– Llámelo como quiera, mi pregunta es qué significado tiene.

– Por sí mismo no mucho, más allá de indicar cierto nivel de precaución. Pero combinado con el mensaje de Facebook, diría que indica un intento de crear un hilo narrativo falso. Por eso mismo llevó el cadáver de la habitación del piso de arriba, donde se produjo el ataque, al recibidor, donde se encontró.

Trout levantó una ceja.

– Marcas microscópicas de los tacones de los zapatos de la víctima en la moqueta de la escalera, que podrían haberse producido al arrastrar el cuerpo -explicó Bullard-. Así que el asesino quería que creyéramos que el crimen ocurrió de una determinada forma, y no tal como sucedió de verdad.

Holdenfield habló por primera vez.

– ¿Por qué?

Bullard sonrió como una profesora que observa que, por fin, su alumno hace la pregunta pertinente.

– Bueno, si nos hubiéramos creído el engaño, el escenario del asesino aparcando en el sendero, llamando a la puerta de la calle, acuchillando a la víctima en cuanto le abrió y alejándose en la noche, habríamos terminado creyendo que el mensaje de Facebook era de la víctima y que todo lo que decía era cierto, incluida la descripción del vehículo del asesino. Además hubiéramos deducido que el asesino era probablemente alguien que ella no conocía.

Holdenfield parecía tener sincera curiosidad.

– ¿Por qué alguien que no conocía?

– Dos razones. Primero, el mensaje de Facebook indica que no era un vehículo que reconociera. Segundo, la posición en la que se encontró el cadáver nos haría deducir que la víctima no permitió que el asesino entrara en su casa, cuando, de hecho, sabemos que sí lo hizo.

– Pocas pruebas para eso -dijo Trout.

– Tenemos pruebas de que estuvo en la casa y de que hizo un esfuerzo para despistarnos sobre este punto. Podía tener varias razones para ello. Sin embargo, la más importante puede ser que la víctima lo conociera y que lo invitara a entrar.