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Trout pareció sorprendido.

– ¿Está diciendo que Ruth Blum conocía personalmente al Buen Pastor?

– Estoy afirmando que ciertos elementos de la escena del crimen exigen que tomemos en serio esa posibilidad.

Trout miró a Daker, que se encogió de hombros, como si pensara que aquello no tenía mayor importancia. Luego miró a Holdenfield, que parecía estar pensando que sí que tenía mucha importancia.

Bullard apoyó la espalda en la silla y dejó que el silencio calara antes de añadir.

– El hilo narrativo falso construido por el Buen Pastor en torno al asesinato de Ruth Blum hace que me pregunte por los asesinatos originales.

– ¿Que se pregunte…? -Trout estaba agitado-. ¿Que se pregunte qué?

– Que me pregunte si entonces ya tenía la misma afición por el engaño, ¿qué opina, agente Trout?

Bullard, a su manera, había dejado caer una pequeña bomba. No era una bomba nueva, por supuesto. Era lo que Gurney había estado murmurando desde hacía una semana, y Clinter desde hacía diez años. Sin embargo, en ese momento, por primera vez, alguien que no era un outsider, sino una investigadora oficial, la había puesto sobre la mesa.

Bullard, a su manera, estaba invitando a Trout a que cuestionara la validez del manifiesto y el perfil del sujeto que habían creado, a que no se aferrara tanto a ellos.

Sin embargo, Trout se mantenía en sus trece:

– Antes ha hablado de la importancia de los hechos. Me gustaría conocer muchos más antes de emitir cualquier opinión. No tengo prisa por repensar el caso más analizado de la criminología moderna, solo porque alguien tratara de engañarnos acerca de dónde había aparcado su coche.

El sarcasmo era un error. Gurney lo vio en la posición de la mandíbula de Bullard en los dos segundos extra en que ella le sostuvo la mirada. La teniente cogió el mensaje de correo impreso que le había enviado Gurney.

– Como ustedes, amigos del FBI, han estado en el centro de todo ese análisis, espero que puedan iluminar unos pocos puntos para mí. Este asunto de los animalitos. Estoy segura de que han visto en nuestro informe del CJIS que pusieron un león de plástico de cinco centímetros en la boca de nuestra víctima. ¿Qué opinan de eso?

Trout se volvió hacia Holdenfield.

– ¿Becca?

La psicóloga sonrió fríamente.

– Todo es pura especulación. La procedencia de los animales originales, un juego del Arca de Noé, sugiere un significado religioso. La Biblia describe el diluvio como el juicio de Dios sobre un mundo maligno, igual que las acciones del Buen Pastor representan su propio juicio sobre este mundo. Además, el Buen Pastor solo empleaba un animal de cada pareja. Tal vez, el romper las parejas de ese modo podría tener un significado. Su forma de «seleccionar el rebaño». Desde una perspectiva freudiana, podría reflejar un deseo infantil de romper el matrimonio de sus padres, quizá de matar a uno de ellos. Pero, insisto, es especular por especular.

Bullard asintió lentamente, como si estuviera tratando de asimilar una idea profunda.

– ¿Y la pistola tan grande? Desde la perspectiva freudiana, sería un pene muy grande.

– No es tan sencillo -contestó Holdenfield.

– Ah -dijo Bullard-, me lo temía. Justo cuando creo que lo estaba entendiendo… -Se volvió hacia Gurney-.

¿Cuál es su lectura de la pistola grande y los animalitos?

– Creo que su propósito era generar esta conversación.

– ¿Cómo?

– Creo que lo de la pistola y los animales son formas de distraer la atención.

– ¿Distraer de qué?

– De su pragmatismo. Están concebidas para sugerir una capa subyacente de motivación neurótica o incluso de locura.

– ¿El Buen Pastor quiere que pensemos que está loco?

– Bajo las razones superficiales que impulsan a un asesino en serie que se mueve por una misión, siempre hay una capa de motivación neurótica o psicótica. Es la fuente inconsciente de la energía homicida lo que impulsa la «misión» consciente. ¿Correcto, Rebecca?

Holdenfield no hizo caso de la pregunta.

– Creo que el asesino es plenamente consciente de ello -continuó Gurney-. En mi opinión, la pistola y los animales eran los toques finales de un manipulador genial. Los profilers esperarían encontrar cosas como esas, así que él mismo se las proporcionó. Ayudaron a hacer creíble el concepto de «misión». La única hipótesis que el asesino no quería que se investigara era que estaba perfectamente cuerdo y que sus crímenes podrían tener un motivo práctico. Un móvil de asesinato tradicional. Eso habría llevado la investigación en una dirección completamente diferente y tal vez lo habría expuesto con bastante rapidez.

Trout suspiró con impaciencia, dirigiéndose a Bullard.

– Ya hemos discutido todo esto con el señor Gurney. Sus teorías todavía no son más que teorías. No se sustentan en pruebas. La verdad, la repetición cansa. La hipótesis aceptada es más que coherente, la única explicación congruente y racional del caso que se ha presentado. -Cogió uno de sus ejemplares del mensaje del Buen Pastor-. Además, esta nueva comunicación concuerda completamente con el manifiesto original y ofrece una explicación más que creíble de por qué atacó a la viuda de Harold Blum.

– ¿Qué opina de ello, Rebecca? -dijo Gurney, señalando el papel en la mano de Trout.

– Me gustaría tener más tiempo para estudiarlo, pero, ahora mismo, desde mi experiencia profesional, diría que lo escribió el mismo individuo que compuso el documento original.

– ¿Qué más?

Holdenfield frunció los labios y pareció contemplar diversas formas de continuar su exposición.

– Está articulando el mismo resentimiento obsesivo, pero que ahora se ha agravado por la emisión de Los huérfanos del crimen. Su nueva queja, el factor motivador que desencadenó su ataque sobre Ruth Blum, es que ese programa de televisión glorifica de un modo indecente a una gente despreciable.

– Todo eso tiene sentido -se entrometió Trout- y refuerza la teoría principal del caso, la que se ha seguido desde el principio.

Gurney no hizo caso de la interrupción y permaneció concentrado en lo que decía Holdenfield.

– ¿Cómo de enfadado diría que estaba?

– ¿Qué?

– ¿Cómo de enfadado estaba el hombre que lo escribió? Aquella pregunta pareció sorprenderla. Cogió su copia y la releyó.

– Bueno… Emplea un lenguaje emotivo e imágenes frecuentes. Palabras tales como sangre…, malvados…, mácula…, castigo…, muerte… veneno…, monstruos, expresan una ira de connotaciones religiosas.

– Sí, pero lo que vemos en este documento ¿es ira o una descripción de lo que es la ira?

Hubo un minúsculo movimiento en la comisura de la boca de Holdenfield.

– ¿Esta distinción sería…?

– Me gustaría saber si se trata de un hombre furioso que expresa su ira o si estamos ante un hombre calmado que escribió lo que imagina que un hombre furioso expresaría en tales circunstancias.

– ¿Qué sentido tiene…? -interrumpió de nuevo Trout.

– Bueno, es bastante elemental -respondió Gurney-. Me pregunto si la doctora Holdenfield, una psicoterapeuta muy perspicaz, tiene la impresión de que el autor de este mensaje estaba expresando una emoción auténtica, propia, o si, digámoslo así, puso palabras en boca de un personaje de ficción que él mismo se inventó y al que bautizó con el nombre del Buen Pastor.

Trout miró a Bullard.

– Teniente, no podemos pasarnos todo el día dándole vueltas a esta suerte de teorización excéntrica. Esta es su reunión. Le insto a ejercer cierto control sobre ella.

Gurney continuó sosteniendo la mirada de la psicóloga.

– Una pregunta sencilla, Rebecca. ¿Qué opina?

Ella se tomó su tiempo antes de responder.

– No estoy segura.

Gurney percibió, por fin, cierta honradez en su mirada y en su respuesta.