Bullard parecía preocupada.
– David, hace un par de minutos ha utilizado la expresión «puramente práctico» en relación con el Buen Pastor. ¿Qué clase de motivo «puramente práctico» podría impulsar a un asesino a elegir seis víctimas que solo comparten entre sí el hecho de conducir coches de lujo?
– Mercedes de color negro -la corrigió Gurney más para sí mismo que para ella.
El hombre del paraguas negro le vino otra vez a la cabeza. Referirse a la trama de una película durante la discusión de un crimen real era arriesgado, sobre todo en compañía no demasiado amigable, pero Gurney decidió seguir adelante. Contó de nuevo cómo los francotiradores se sintieron frustrados cuando perseguían al hombre del paraguas y este se mezcló con una multitud de gente con paraguas similares.
– ¿Qué demonios de relación tiene esta historia con lo que estamos hablando aquí? -dijo Daker, que hasta entonces había permanecido en silencio.
Gurney sonrió.
– No lo sé. Solo tengo la sensación de que la tiene. Quizás haya alguien en la sala lo bastante perceptivo para detectarla.
Trout puso los ojos en blanco.
Bullard recogió el mensaje de correo en el que Gurney había escrito su lista de preguntas sobre los asesinatos. Se detuvo hacia la mitad de la página y leyó en voz alta:
– «¿Son todos igual de importantes?» -Miró a su alrededor-. Esta me parece una pregunta interesante en relación con la historia del paraguas.
– No veo la relevancia -dijo Daker.
Los ojos de Bullard estaban pestañeando otra vez, como si eliminara posibilidades.
– Supongamos que no todas las víctimas fueran objetivos primarios.
– Y las que no lo eran, ¿qué eran? ¿Errores? -La expresión de Trout era de incredulidad.
Gurney ya había explorado esa vía con Hardwick. No le había conducido a ningún sitio.
– Errores no -dijo Gurney-, pero, en cierto modo, secundarios.
– ¿Secundarios? -repitió Daker-. ¿Qué diablos significa eso?
– Todavía no lo sé. Es solo una idea.
Trout dejó caer las manos ruidosamente en la mesa.
– Solo diré esto una vez: en toda investigación llega un momento en el que hay que dejar de cuestionarse lo básico y concentrarse en la persecución del culpable.
– Aquí el problema es que ni siquiera nos hemos empezado a cuestionar las cosas seriamente -respondió Gurney.
– Vale, vale -dijo Bullard, que levantó las palmas de las manos-. Quiero hablar de qué debemos hacer ahora.
Se volvió hacia Clegg, que estaba sentado a su izquierda.
– Andy, haznos un breve resumen de lo que está pasando.
– Sí, teniente. -El chico sacó un pequeño dispositivo digital del bolsillo de la chaqueta, marcó unas cuantas teclas y estudió la pantalla-. El equipo técnico ha abierto la escena del crimen. Los indicios físicos han sido etiquetados, embolsados e introducidos en el sistema. Han llevado el ordenador al grupo de informática forense. Las huellas se han procesado en el sistema IAFIS. El informe preliminar del forense está entregado. El informe de la autopsia y el análisis toxicológico completo estarán disponibles dentro de setenta y dos horas. Las fotos de la escena del crimen y de la víctima se han introducido en el sistema, y lo mismo el atestado. El informe del CJIS, tercera actualización, está en el sistema. Estado de la investigación puerta a puerta: cuarenta y ocho completadas; proyectado un total de sesenta y seis hasta el final del día. Las transcripciones están disponibles y pronto tendremos los resúmenes. A partir de las declaraciones de dos testigos que dijeron ver un Humvee o un vehículo estilo Hummer cerca del lugar, Tráfico está compilando listas de propietarios de vehículos similares registrados en el centro del estado de Nueva York.
– ¿Qué utilidad tendrían esas listas? -preguntó Trout.
– Se crea una base de datos en la cual podamos cotejar los nombres de cualquiera que sea identificado como sospechoso -dijo Clegg.
Trout parecía escéptico, pero no dijo nada más.
Gurney se sentía incómodo: ya conocía la respuesta que Clegg estaba buscando. Era partidario de actuar con la máxima franqueza, pero temía que ahora solo sirviera para que la atención se centrara en Clinter: una pérdida de tiempo. Al fin y al cabo, él no podía ser el Buen Pastor. Era peculiar, posiblemente estaba loco, pero desde luego no era un asesino.
No obstante, Gurney tenía otra razón para guardar silencio, un motivo menos objetivo: no deseaba mostrarse demasiado próximo a Clinter. No quería salir perjudicado con aquella asociación. En Branville, Holdenfield le había tirado encima el diagnóstico del TEPT. Y en cierta ocasión Max Clinter también había recibido un diagnóstico de estrés postraumático. No le gustaba el efecto eco.
Clegg estaba acabando con su informe.
– Se están procesando las impresiones de neumático en el aparcamiento de Lakeside Collision, se han enviado fotos a Forense de Vehículos en busca de posibles coincidencias con equipamiento original y de segunda mano. Tenemos una doble impresión horizontal decente. Crucemos los dedos para que dé una medida única de anchura de eje. -Levantó la mirada de la pantalla del dispositivo-. Eso es todo lo que tengo en este momento, teniente.
– ¿Han dicho cuándo tendrán el análisis físico del mensaje del Buen Pastor: tinta, papel, marca de impresora, huellas en el sobre, en el sobre interior, etcétera?
– Dentro de una hora puede que tengan más información.
Bullard asintió.
– ¿Y las notificaciones?
– El proceso acaba de empezar. Tenemos una lista preliminar de familiares, a partir del material proporcionado por el agente Daker. Creo que se está contactando ahora mismo con la señorita Corazon para que proporcione una lista actualizada de números de teléfono, a sugerencia del señor Gurney. Carly Madden, de Información Pública, está ayudando a formular un mensaje apropiado.
– ¿Entiende el objetivo de la comunicación (alerta seria sin provocar el pánico) y la importancia de redactarlo bien?
– Se le ha hecho saber.
– Bien. Me gustaría ver el borrador antes de que empiecen con las llamadas. Hay que tenerlo lo antes posible.
Gurney estaba convencido de que aquella mujer devoraba el estrés como si fueran vitaminas. Su trabajo era posiblemente su única adicción. «Lo antes posible» era sin duda la manera en que quería que ocurriera todo. A sus enemigos más les valía andarse con cuidado.
Miró a su alrededor.
– ¿Preguntas?
– Parece que está tocando muchas teclas al mismo tiempo -dijo Trout.
– Qué novedad.
– Lo que estoy diciendo es que hay un punto en el que todos necesitamos ayuda.
– Sin duda. No dude en llamarme si alguna vez se encuentra en tal posición.
Trout rio, un sonido tan cálido y musical como el arranque de un coche con una batería que está en las últimas.
– Solo quería recordarle que los federales tenemos algunos recursos de los que puede que no dispongan en Auburn o en Sasparilla. Y la cuestión es que cuanto más claro sea el vínculo entre este nuevo homicidio y el antiguo caso del Buen Pastor, más presión institucional habrá sobre todos nosotros para poner en juego los recursos del FBI.
– Eso podría ocurrir mañana. Pero hoy es hoy. Vayamos paso a paso.
Trout sonrió, una expresión mecánica coherente con su risa.
– No soy un filósofo, teniente. Solo soy realista y le digo cómo son las cosas y dónde va a terminar este caso. Supongo que puede elegir no hacer caso hasta el momento en que ocurra, pero necesitamos establecer algunas directrices y líneas de comunicación a partir de ahora mismo.
Bullard miró su reloj.
– De hecho, lo que empieza ahora es un descanso para comer. Son las doce en punto. Sugiero que nos volvamos a reunir dentro de cuarenta y cinco minutos para discutir sobre esto. Quizá luego nos podamos ocupar del trabajo real si las directrices lo permiten. -Su sarcasmo quedó suavizado por una sonrisa-. Las máquinas de café y de aperitivos de este edificio son bastante lamentables. Gente de Albany, ¿necesitan alguna recomendación de un sitio para comer?