– No hace falta, estamos bien -respondió Trout.
Holdenfield parecía pensativa, inquieta, muy lejos de estar bien.
Daker daba la impresión de no sentir nada en absoluto, más allá de un deseo general de infligir mucho dolor y exterminar a todos los que se encargaban de causar problemas en este mundo.
Bullard y Gurney estaban sentados en el reservado en forma de herradura de un pequeño restaurante italiano. El local tenía una barra y tres pantallas de televisión de las que no se podía huir.
Cada uno de ellos tenía un pequeño antipasto delante y estaban compartiendo una pizza. Clegg se había quedado en la unidad para comprobar el progreso en las múltiples iniciativas que se habían puesto en marcha. Bullard había permanecido en silencio desde que habían llegado. Estaba apartando las guindillas en el borde de su plato de ensalada. Una vez hubo descubierto y apartado la última de ellas, clavó su mirada en Gurney.
– Bueno, Dave, dígame: ¿qué demonios pretende?
– Si concreta un poco más la pregunta, estaré encantado de responderla.
La teniente miró su ensalada. Pinchó una de las guindillas con el tenedor, se la metió en la boca, la masticó y se la tragó sin ningún signo de desasosiego.
– Creo que está muy muy implicado en este caso. Me parece que es más que un favor que le está haciendo a una chiquilla con una idea fantástica. Así que dígame qué es. Necesito saberlo.
Gurney sonrió.
– ¿Por casualidad Daker le ha contado que RAM quiere que colabore en un programa de televisión sobre operaciones policiales fallidas?
– Algo así.
– Bueno, no tengo ninguna intención de hacerlo.
Ella le dedicó una mirada larga y apreciativa.
– Vale. ¿Tiene algún otro interés económico o profesional en este caso?
– No.
– Bien. Así pues, ¿de qué se trata? ¿Qué le atrae?
– Hay un boquete en el caso lo bastante grande para que pase un camión. También es lo bastante grande para no dejarme dormir por la noche. Y han ocurrido cosas peculiares concebidas para acabar con el proyecto de Kim y desalentarme con respecto a mi participación. Tengo una reacción contraria a esa clase de esfuerzos: empujarme hacia la puerta hace que quiera quedarme en la sala.
– Antes yo misma he dicho algo parecido. -Lo soltó de una manera tan plana que resultaba difícil saber si pretendía establecer camaradería o si se trataba de una advertencia para que no intentara manipularla. Antes de que Gurney pudiera decidir entre ambas posibilidades, ella continuó-: Pero tengo la sensación de que hay algo más, ¿me equivoco?
Se preguntó lo sincero que tenía que ser.
– Hay más. Soy reacio a contárselo, porque me hace parecer estúpido, pequeño y resentido.
Bullard se encogió de hombros.
– La vida está llena de elecciones básicas, ¿no? Podemos parecer fantásticos, elegantes y geniales, o podemos decir la verdad.
– Cuando empecé a examinar el caso del Buen Pastor para Kim Corazon, le pregunté a Holdenfield si creía que el agente Trout estaría dispuesto a verme para escuchar mi punto de vista del caso.
– ¿Y ella dijo que no lo haría, porque usted ya no es un miembro activo de la policía?
– Peor, me dijo: «Está de broma». Solo ese pequeño comentario. Un pequeño comentario exasperante. Supongo que parecerá una razón descabellada para que me aferre a esto y me resista a soltarlo.
– Por supuesto que es una razón descabellada, pero al menos ahora ya sé qué hay detrás de su tenacidad. -Se comió una segunda guindilla-. Volviendo a ese gran boquete que lo mantiene despierto por las noches: ¿qué preguntas le atormentan a las dos de la madrugada?
No tuvo que pensar la respuesta.
– Tres grandes preguntas. Primera, el factor tiempo. ¿Por qué los asesinatos empezaron cuando lo hicieron, en la primavera del 2000? Segunda, ¿qué líneas de investigación se interrumpieron o no llegaron a iniciarse por la aparición del manifiesto? Tercera, ¿qué hacía que «matar a los ricos codiciosos» fuera la tapadera perfecta para ocultar lo que estaba ocurriendo?
Bullard levantó una ceja, desafiante.
– Suponiendo que estuviera ocurriendo algo distinto a matar a los ricos codiciosos, una hipótesis sobre la cual usted está mucho más convencido que yo.
– Se convencerá. De hecho…
«¡El Buen Pastor ha vuelto!» La inquietante sincronía del anuncio de la televisión encendida encima de la barra hizo que Gurney se detuviera en medio de la frase. Uno de los melodramáticos presentadores de RAM compartía la pantalla con un famoso evangelista que lucía un tupé de cabello gris, el reverendo Emmet Prunk.
– Según fuentes fiables, el temido asesino en serie de Nueva York ha vuelto. El monstruo está acechando una vez más el paisaje rural. Hace diez años el Buen Pastor acabó con la vida de Harold Blum de un balazo en la cabeza. Hace dos noches, el asesino volvió. Regresó a la casa de la viuda de Harold, Ruth. Entró en su residencia en plena noche y le clavó un picahielos en el corazón. -La expresión exagerada del hombre era tan atrayente como repulsiva-. Esto es tan… Es tan inhumano…, tan inconcebible… Lo siento, amigos, hay cosas en este mundo que simplemente me dejan sin habla. -Negó con la cabeza de manera adusta y se volvió hacia la otra mitad de la pantalla, como si el teleevangelista estuviera realmente sentado a su lado en el estudio y no en otro lugar-. Reverendo Prunk, siempre da la sensación de que tiene las palabras adecuadas. Ayúdenos. ¿Cuál es su opinión sobre este terrorífico suceso?
– Bueno, Dan, como cualquier ser humano normal, mis sentimientos van del horror a la indignación. Sin embargo, creo que en la obra de Dios hay un propósito en todo suceso, por espantoso que pueda parecer desde un punto de vista meramente humano. Alguien podría preguntarme: «Pero, reverendo Prunk, ¿cuál podría ser el propósito de esta pesadilla?». Y yo le contestaría que en una demostración de tanta maldad hay mucho que aprender sobre la naturaleza del mal en el mundo de hoy. Lo que veo en los crímenes brutales del Buen Pastor, pasados y presentes, es su absoluto desprecio por la dignidad de la vida humana. Este monstruo no tiene respeto por sus víctimas. Son paja arrastrada por el viento de su voluntad. No son nada. Una voluta de humo. Un terrón de tierra. Esta es la lección de nuestro Señor, lo que ha puesto ante nuestros ojos. Nos está mostrando la verdadera naturaleza del mal. Toda vida humana es un don sagrado. Acabar con una vida, eliminarla como una voluta de humo, pisarla como un terrón de tierra, ¡eso es la esencia del mal! Esta es la lección de nuestro Señor, para que los justos la vean en los hechos del demonio.
– Gracias, reverendo. -El presentador volvió a mirar a cámara-. Como siempre, sabias palabras del reverendo Emmet Prunk. Y ahora cierta información importante sobre la buena gente que hace posible RAM News.
Una secuencia de anuncios ruidosos e hiperactivos sustituyeron a los presentadores.
– Dios -murmuró Gurney, mirando a Bullard a través de la mesa.
Ella le sostuvo la mirada.
– Dígame otra vez que no va a trabajar con esa gente.
– No voy a trabajar con esa gente.
Bullard le sostuvo la mirada y esbozó un gesto extraño, como si las guindillas le estuvieran repitiendo.
– Volvamos a lo de las líneas de investigación que quedaron relegadas por el manifiesto. ¿Tiene alguna idea de cuáles podrían ser?
– Lo obvio. Para empezar: cui bono? ¿Quién podría beneficiarse de los seis asesinatos? Esta pregunta tendría que estar en lo alto de la lista de las cosas que nunca se examinaron después de que el manifiesto condujera a concluir que el asesino tenía una misión.