– Tengo derecho a saberlo.
– Voy a invitar a alguien a reunirse conmigo allí.
– ¿Al hombre en persona?
Gurney no respondió.
– ¡Maldita sea! ¿Es verdad? ¿Lo ha encontrado?
– En realidad, quiero que él me encuentre a mí.
– ¿En mi cabaña?
– Sí.
– ¿Por qué iba a querer ir allí?
– Posiblemente para matarme, si soy capaz de darle una razón lo bastante buena.
– Ya veo. Planea pasar la noche en mi cabaña en medio de la ciénaga de Hogmarrow y espera recibir una visita a medianoche de un hombre que tiene una buena razón para matarle. ¿Lo he entendido bien?
– Más o menos.
– ¿Y cuál es el final feliz? ¿Una fracción de segundo antes de que le vuele la cabeza, yo bajo del cielo para salvarlo como si fuera el puto Batman?
– No.
– ¿No?
– Me salvo yo… o no me salvo.
– ¿Usted qué es, un ejército de un solo hombre?
– Es un plan demasiado endeble para que participe alguien más.
– Yo debería formar parte de esto.
Gurney miró sin ver por la ventana del estudio. Su supuesto plan se basaba en una serie de hipótesis, en nada más. Ir allí solo sería sumamente arriesgado. Pero llevar apoyo, sobre todo el de alguien como Clinter, sería aún peor.
– Lo siento, se hace a mi manera o no se hace.
La voz de Clinter explotó.
– ¡Está hablando del cabrón que me jodió la vida! El cabrón que tengo que matar. El cabrón que quiero convertir en forraje. Y me está diciendo que ha de hacerse a su puta manera. ¿A su puta manera? ¿Ha perdido el juicio?
– La verdad es que no lo sé, Max. Pero veo una pequeña oportunidad de detener al Buen Pastor. Quizá pueda impedir que mate a Kim Corazon. O a mi hijo. O a mi mujer. Es ahora o nunca, Max. Es mi única oportunidad. Ya hay demasiadas variables, demasiados condicionantes. Y una persona más en la mezcla sería otra variable más. Lo siento, Max, no puedo tolerarlo. Se hace a mi manera o no se hace.
Hubo un largo silencio.
– De acuerdo. -La voz de Clinter era plana. Sin acento. Sin sentimiento.
– ¿De acuerdo qué?
– De acuerdo, puede usar mi casa. ¿Cuándo la necesita?
– Lo antes posible. Digamos… mañana por la noche. Del anochecer al amanecer.
– De acuerdo.
– Pero necesito que se mantenga absolutamente alejado.
– ¿Y si al final necesita ayuda?
– ¿Quién le ayudó en esa pequeña habitación de Buffalo?
– Lo de Buffalo fue diferente.
– Tal vez no tan diferente. ¿Hay llave para la puerta de la cabaña?
– No. Mis pequeñas víboras son las únicas llaves que he necesitado nunca.
– ¿Sus rumoreadas serpientes de cascabel? -Recordó ese extraño detalle de cuando, una semana antes, había visitado la cabaña de Clinter. Parecía que había pasado un mes.
– Los rumores pueden ser más fuertes que los hechos, amigo. Nunca subestime el poder de la mente humana. Una serpiente en el cerebro vale por dos en el matorral -concluyó, con el acento irlandés de nuevo ganando fuerza.
41
Poco antes de las once de esa mañana, Kyle se sentó ante el ordenador. Conectó la impresora y un cable USB, y empezó a transferir documentos PDF de su Blackberry. Un compañero lo estaba manteniendo al día con resúmenes de clases y trabajos; así podía evitar ir hasta Nueva York. Su trabajo a tiempo parcial también podía hacerlo a distancia, empleando el correo electrónico, al menos de manera temporal.
A las once en punto, Gurney y Kim salieron para asistir a la reunión con Getz, que estaba prevista a las doce y media. Cogieron el Miata. Kim era la que conducía. Gurney confiaba en que así podría dedicar tiempo a pensar en su idea de atraer al Buen Pastor a la cabaña de Max Clinter. Y, con un poco de suerte, podría echar una cabezadita antes de llegar a Ashokan.
En algunos crímenes, descubrir el móvil podía conducirte al culpable. En otros asesinatos, identificar al culpable podía conducirte al móvil. Pero en su actual situación no tenía tiempo para ninguno de esos dos enfoques. Su única esperanza era conseguir que el culpable se identificara a sí mismo, cosa que parecía imposible. ¿Cómo se engaña a un hombre que es un experto en engañar a los demás?
Cuando estaban a medio camino de Ashokan por la carretera 28, Gurney pudo por fin echar una cabezadita. Veinticinco minutos después, Kim lo despertó. Ya estaban en Falcon’s Nest Lane, a un kilómetro de la casa de Getz.
– ¿Dave?
– ¿Sí?
– ¿Qué crees que debería hacer? -le preguntó, con la vista fija en la carretera.
– Es una gran pregunta -contestó él vagamente-. Si decides echarte atrás con RAM, ¿hay un plan B?
– ¿Para qué necesitamos un plan B?
Antes de que se le ocurriera una respuesta, el coche llegó a la imponente entrada de la propiedad de Getz. Kim pasó entre las columnas de piedra y se metió en el túnel de rododendros que conducía a la casa.
Al salir del coche, los recibió el rotor de un helicóptero. El ruido era cada vez mayor. Gurney y Kim miraron hacia arriba a través de los árboles que los rodeaban. Enseguida estuvo tan cerca que podían sentirlo y oírlo al mismo tiempo. No vieron el aparato, que había descendido por el otro lado, hasta que estuvo a punto de aterrizar en la azotea. El cabello de Kim se enredó en su cara, debido al viento que levantaba el helicóptero.
Cuando aquella suerte de torbellino cesó, la chica buscó en su bolso y sacó un pequeño cepillo. Se peinó, se enderezó el bléiser y sonrió a Gurney. Subieron por la escalera en voladizo hasta la puerta y llamaron.
No hubo respuesta. Gurney lo intentó de nuevo. Después de esperar medio minuto, cuando ya estaba a punto de llamar por tercera vez, una de las puertas se abrió.
La boca de Rudy Getz esbozaba algo parecido a una sonrisa. El brillo de sus pupilas y sus párpados caídos hacían pensar que estaba colocado. Llevaba vaqueros negros y una camiseta del mismo color, como en la última visita que le habían hecho; sin embargo, ahora una chaqueta de sport color lavanda pálido había sustituido a la de hilo blanco.
– Eh, me alegro de verles. Puntualidad. Me gusta. Adelante, adelante.
El interior moderno, con sus muebles fríos de metal y cristal, era como Gurney lo recordaba. Getz estaba chascando los dedos como si así lo exigiera su elevado nivel de energía. Señaló la mesita de café ovalada de metacrilato y el grupo de sillas; el mismo lugar donde habían celebrado su anterior reunión.
– Sentémonos. Es hora de tomar una copa. Me encantan los helicópteros, los adoro. RAM tiene una flota. Somos famosos por eso: los «ramcópteros». El primero en llegar al lugar donde se ha producido una noticia es siempre un ramcóptero. Si es un suceso realmente importante, enviamos dos. Nadie más tiene los suficientes recursos para enviar dos. Es algo de lo que sentirse orgulloso. Pero cuando vuelo siempre aterrizo con sed. ¿Quieren tomar una copa conmigo?
Antes de que Gurney o Kim pudieran responder, Getz se llevó dos dedos a los labios y silbó: una nota ruidosa y aguda que en el exterior se habría oído a quinientos metros. Casi de inmediato, la patinadora entró desde el otro lado de la sala. Gurney reconoció los patines, el vestido ajustado de bailarina sobre un cuerpo atractivo, el pelo azul oscuro puesto de punta con gel, los ojos de un azul asombroso.
– ¿Alguna vez han tomado Stoli Elit? -preguntó Getz.
– Yo solo tomaré un vaso de agua, si puede ser -dijo Kim.
– ¿Usted, detective Gurney?
– Agua.
– Lástima. El vodka Stoli Elit es verdaderamente especial. Cuesta una fortuna. -Miró a la patinadora-. Claudia, cielo, a mí ponme tres dedos. -Colocó tres dedos en horizontal para indicar cuánto quería.
La joven pivotó en las puntas de los patines y salió patinando por el umbral del fondo.