– ¿Y?
– Utilizaremos los micrófonos de tu apartamento para permitirle oír ciertas cosas, cosas que le harán pensar que está ante una oportunidad irresistible.
– ¿Una oportunidad de matarte?
– Sí.
– ¿Crees que es el Buen Pastor quien me ha estado espiando? ¿Que no fue Robby?
– Sí, claro, podría haber sido Robby, pero yo apuesto por el Buen Pastor.
Parecía preocupada, pero asintió animosamente.
– Vale. ¿Qué vamos a decir para que nos oiga?
– Quiero que sepa que estaré en un lugar muy aislado, en una posición muy vulnerable. Quiero que crea que la situación le ofrece una oportunidad única de matarme a mí y a Max Clinter, que necesita acabar con nosotros y que nunca tendrá una mejor ocasión de hacerlo.
– Así pues, ¿nos sentamos en mi apartamento y decimos ciertas cosas con la esperanza de que él esté escuchando?
– O de que lo escuche después. Supongo que está grabando las transmisiones de esos micrófonos en un dispositivo activado por la voz. Es probable que lo compruebe una o dos veces al día. Debemos desvelar la información que nos interesa de un modo sutil. Tiene que parecer algo natural. Ha de creer que estamos en el apartamento por alguna razón. Realidad ordinaria, descuidada. Tiene que sentir que está escuchando cosas que no debería estar escuchando.
Cuando llegaron a la granja de Gurney, poco después de las tres, Kyle estaba en el estudio, con su ordenador, rodeado de documentos salidos de la impresora, una BlackBerry, un iPhone y un iPad. Los saludó sin apartar la mirada de la pantalla, en la que tenía abierta una especie de hoja de cálculo.
– Hola, ¿qué tal? Ahora estoy con vosotros. Estoy cerrando esto.
No había señal de Madeleine, que al parecer todavía no había vuelto de la clínica. Mientras Kim subió a cambiarse de ropa, Gurney escuchó el contestador del teléfono fijo. No había mensajes. Primero fue al cuarto de baño y luego a la cocina. Abrió el frigorífico, pues recordó que no había comido nada.
Al cabo de un par de minutos, cuando Kim volvió a bajar, todavía estaba delante del frigorífico, con la mirada perdida. Trataba de darle forma a la representación que Kim y él iban a llevar a cabo más tarde. Todo dependía de que funcionara.
Ver a Kim en la cocina, vestida con unos vaqueros y una sudadera suelta, lo sacó de su ensimismamiento.
– ¿Quieres comer algo? -preguntó.
– No, gracias.
Kyle entró en la habitación detrás de ella.
– Supongo que habéis oído la noticia.
La expresión de Kim se congeló.
– ¿Qué noticia?
– Otro asesinato, la mujer de una de las personas con las que hablaste. Lila Sterne.
– ¡Oh, Dios, no! -Kim se agarró al borde de la isla de la cocina.
– ¿Lo han dicho por la radio? -preguntó Gurney.
– Lo he visto en Internet. Noticias de Google.
– ¿Qué dijeron? ¿Algunos detalles?
– Solo que la mataron con un picahielos, anoche. «La policía está en la escena, la investigación continúa. El monstruo anda suelto.» Mucho drama y pocos hechos.
– Mierda -murmuró Gurney.
Kim parecía perdida.
Gurney se acercó a ella y la rodeó con los brazos. La chica lo abrazó con fuerza. Cuando lo soltó, respiró profundamente y retrocedió.
– Estoy bien -dijo, respondiendo a una pregunta que nadie le había hecho.
– Bien, porque luego necesitaremos estar enteros.
– Lo sé.
Kyle frunció el ceño.
– ¿Enteros? ¿Para qué?
Gurney explicó de la manera más calmada y razonable de la que fue capaz cómo pretendía aprovechar el equipo de escucha instalado en el apartamento de Kim. Intentó que su plan pareciera más coherente de lo que era. ¿A quién estaba tratando de convencer, a Kyle o a sí mismo?
– ¿Hoy? -le preguntó su hijo, incrédulo-. ¿Planeas hacerlo esta noche?
– En realidad -dijo Gurney, sintiendo otra vez que el tiempo se le escurría entre las manos-, deberíamos salir para Siracusa lo antes posible.
Kyle parecía muy preocupado.
– ¿Estáis… preparados? Me refiero a que parece muy complicado. ¿Tienes idea de lo que vas a decir? ¿Qué quieres que oiga el Buen Pastor?
– Es posible que haya que improvisar bastante -contestó Gurney, tratando de parecer tranquilo-. Nos presentamos en el apartamento de Kim en medio de una discusión acerca del encuentro que hemos mantenido hoy con Rudy Getz. Kim me dice que quiere acabar con la serie de Huérfanos en RAM porque teme que el Pastor asesine a más gente, que incluso la mate a ella. Yo le digo que debería seguir adelante, que no podemos dejar que el Buen Pastor controle la situación de esta manera.
– Espera un momento -le interrumpió Kyle-. ¿Por qué ibas a decir eso?
– Quiero que me vea a mí, y no a Kim, como el objetivo primario. Ha de creer que ella desea que se cancele la serie y que yo supongo un obstáculo: por mi orgullo, por mi determinación de no retroceder ni un centímetro, por mi voluntad de ganar la batalla.
– ¿Ya está? ¿Ese es el plan?
– No, hay más. En medio de la discusión, recibiré una llamada de teléfono, supuestamente de Max Clinter. Los micrófonos solo transmiten lo que se oye en la casa, no al otro lado del hilo telefónico. De mis palabras ha de deducir que Max ha descubierto cierta información que señala la identidad del Buen Pastor. Tal vez algo que encaja con cosas que he descubierto yo mismo. Cualquiera que esté escuchando tendrá que concluir que Max y yo estamos convencidos de quién es el Buen Pastor y de que vamos a reunirnos mañana en su cabaña, para comparar notas y decidir cuáles han de ser los siguientes pasos.
Kyle se quedó en silencio un buen rato.
– Así pues…, la idea es que él… ¿qué? ¿Que vaya a la cabaña de Clinter para matarte?
– Si lo manejo bien, lo verá como una forma poco arriesgada de eliminar una gran amenaza.
– Y vosotros… -dijo Kyle, paseando la mirada de su padre a Kim-, ¿vosotros vais a improvisar todo esto sobre la marcha?
– En este momento es la única forma. -Dave levantó la mirada al reloj de la pared-. Hemos de irnos.
Ella parecía aterrorizada.
– Necesito mi bolso.
Cuando Gurney oyó sus pisadas subiendo por la escalera, se volvió hacia Kyle.
– Quiero enseñarte algo. -Lo condujo al dormitorio principal y abrió el cajón inferior de la cómoda-. No sé a qué hora volveré esta noche. En caso de que ocurra algo inesperado (o llegue un visitante no deseado), quiero que sepas que esto está aquí.
Kyle miró al cajón abierto. Dentro había una escopeta recortada de calibre doce y una caja de cartuchos.
43
Gurney y Kim se dirigieron a Siracusa en coches separados. Tal y como estaban las cosas, cuanto más margen de maniobra tuvieran, mejor. Cuando estuvieron delante de aquella vieja casa, cuya mitad correspondía al apartamento de Kim, Gurney repasó el plan otra vez.
– Te diga lo que te diga -insistió-, reacciona como si creyeras que es cierto. Intenta actuar lo menos posible, déjate llevar por lo que sientes. Es importante que estés relajada, ¿de acuerdo?
– Supongo. ¿Alguna cosa más?
– Solo una cosa más: ten el móvil preparado y listo para usarlo. En algún momento te haré una señal para que marques mi número y suene mi teléfono. Entonces fingiré mantener la falsa conversación con Clinter. Me inventaré lo que me tenga que inventar. Tú solo sé tú misma. No has de hacer nada más. -Le hizo un guiño y esbozó una sonrisa. Enseguida lo lamentó, avergonzado de su falsa bravuconería.
Kim tragó saliva, abrió la puerta del pequeño vestíbulo y, a continuación, la de su apartamento. Condujo a Gurney por el pasillo, hasta la sala. Él miró a su alrededor: el sofá, la mesa de café barata, el par de sillones gastados, cada uno con su correspondiente lámpara de suelo. Todo estaba como lo recordaba, hasta la raída alfombra de color tierra en la parte central.