En cualquier caso, la espectacular victoria de Abd el-Krim le convirtió durante un lustro en el amo de la región. Todas las cábilas se le unieron, y alrededor de los feroces Beni-Urriaguel y Tensamán se formó la República del Rif, que mantuvo un sueño de independencia contra la presión combinada de España y Francia. Las dos potencias europeas hubieron de armar al final un gigantesco ejército para castigar la audacia de aquellos rifeños desharrapados. El antiguo oficinista al servicio de los españoles, que en sensacional paradoja era además caballero de la orden de aquella Isabel la Católica que había soñado la empresa imperial, se convirtió en el jefe indiscutido de una de las primeras naciones libres de Africa, asentada sólo en el coraje de sus gentes. Era un país bajo amenaza, un orden milagroso en la tierra del desorden y un edificio presto a derrumbarse por una mala cosecha; pero todavía derrotó muchas veces a España y Francia antes de sucumbir. Dice un proverbio norteafricano que los tunecinos son mujeres, los argelinos hombres y los marroquíes leones. Los rifeños eran los leones entre los leones, y aunque no les sirviera de nada, porque todo el resultado de su larga historia de resistencia es que el Rif es hoy la región más pobre de Marruecos, se permitieron darles una lección moral a los orgullosos europeos. Annual, este lugar terrible que nosotros debemos mirar con dolor y bochorno, era su tierra y fue el escenario de su breve triunfo.
5. Tazaghine-Tafersit-Midar
Desde Annual, seguimos viaje hacia un pueblo que en nuestro mapa se llama Tizirhine. Si hemos combinado bien los datos que proporciona el plano de carreteras con los que hemos deducido de algunos viejos mapas de las campañas, desde este Tizirhine debería de llegarse tras unos dos o tres kilómetros de camino a un punto de la costa intermedio entre los lugares donde en julio de 1921 se situaban las posiciones españolas de Sidi Dris y Afrau. No hay carretera que lleve a ellas. Ni siquiera aparecen en los mapas modernos.
Se trataba de dos posiciones costeras, que quedaron rápidamente aisladas de Annual y cuyos defensores hubieron de ser evacuados por vía marítima.
Ésa fue su suerte, al menos en el caso de los de Afrau, donde se salvaron casi todos. Antes de este feliz desenlace, no obstante, se vivieron en Afrau algunas circunstancias características de la campaña. La defensa hubo de dirigirla un teniente, porque el capitán jefe estaba de permiso en la Península (posiblemente, disfrutando de los toros en la feria de Málaga). La mitad de la sección de Policía Indígena adscrita a la posición desertó, con su sargento al frente, el primer día de combate. Cayó el teniente que mandaba las dos piezas de artillería, y quedó al mando de éstas un cabo que no sabía utilizarlas más que con la espoleta en cero, por lo que desde ese momento fue como si no tuvieran cañones. Ya desde el principio no pudieron hacer la aguada, que estaba a dos kilómetros, batida desde una altura de doscientos metros que también dominaba la posición… Pese a todos estos contratiempos, aquellos hombres resistieron durante tres días y 130 de ellos pudieron ser recogidos por el Laya y el Princesa de Asturias, los barcos de la Armada que acudieron en su ayuda. Si se tienen en cuenta las circunstancias, fue una proeza verdaderamente increíble.
A los de Sidi Dris, que ya habían sufrido un ataque un par de meses atrás, no les fue tan bien. Aunque fueron por ellos antes que por los de Afrau, los barcos sólo pudieron rescatar a una docena de hombres. En Sidi Dris había gente que ya se había replegado dos veces, desde las avanzadillas a la posición cercana de Talilit y desde ésta a la propia Sidi Dris. La última etapa de aquel Viacrucis era la playa donde aguardaban los botes de la Armada. Los barcos de la escuadra apoyaban la retirada con sus cañones, y aquí la Policía Indígena permaneció fiel hasta el final, pero el enemigo los hostigaba duramente y la evacuación se suspendió cuando sólo unos pocos habían alcanzado los botes. Al mando de Sidi Dris estaba el comandante Velázquez y Gil de Arana, quien al ver el fracaso de la operación manifestó que no entregaría la posición y que era debido morir por la Patria. Así lo hicieron, él y todos sus oficiales. Otro martirio glorioso e inútil sobre las piedras del Rif, esta vez con el Mediterráneo de mudo testigo.
El Mediterráneo que vemos ya al final de la carretera, como una borrosa mancha azul que rebosa sobre el horizonte. El camino resulta bastante duro para nuestro utilitario, y Hamdani debe reducir la velocidad. Ésta es una de las carreteras que en el mapa viene marcada con línea discontinua ("carretera intransitable en ciertas épocas del año") y a fe que hace honor a esa precavida representación gráfica. Mientras los bajos del coche van golpeando en los socavones, recuerdo las duras palabras que en el informe Picasso se dedican a la irresponsabilidad de establecer aquellas dos absurdas posiciones costeras, que no defendían nada y que ni siquiera servían para recibir aprovisionamientos por barco, dado lo impracticable de los caminos que las unían con Annual. La ruta sigue siendo hoy igual de áspera. Respiramos aliviados cuando al fin divisamos al fondo unos campos labrados, unos árboles y unas pocas casas blancas. El letrero llama al lugar Tazaghine, y no Tizirhine. Las transcripciones de los nombres bereberes son siempre inciertas. Desde lejos parece un sitio relativamente próspero, para estar en este rincón dejado de la mano de Dios. No sólo es el verdor que destaca en medio de los relieves abruptos y amarillentos que la rodean. También hay algunos edificios de varias plantas en construcción. Quizá sea éste otro reducto de los mercaderes de hachís.
La impresión cambia al entrar en las calles del pueblo, si es que puede llamarse así a las sendas de tierra que separan las casas. Somos los únicos que circulamos por aquí y seguramente los primeros europeos que ven en algún tiempo. Los niños sentados a la sombra de los porches nos señalan, los hombres nos miran pasar suspicaces, las mujeres siguen a sus cosas. Atravesamos el pueblo siguiendo lo que parece el camino correcto; al menos no deja de descender y es el mar lo que vamos buscando. Percibo que Hamdani se preocupa. Resulta evidente que no llevamos el coche indicado para esta aventura. Le pregunto si cree que es mejor volver.
– Podemos seguir un poco más, pero si empeora mucho no creo que debamos continuar. Puede que bajemos, pero no sé si subiremos.
Al llegar a una plaza, para y se apea para preguntar a unos parroquianos. Le reciben con bastante amabilidad, como siempre se saludan entre sí las gentes de Marruecos. Charlan durante varios minutos. Todo parece estar en orden, pero al otro lado de la plaza unos sujetos taciturnos nos observan. Aunque procuro no ser aprensivo, se me ocurre que quizá nos hemos aventurado demasiado. Estamos a unos cuarenta kilómetros de la carretera principal, que ya desaconsejaban nuestras guías para turistas timoratos.
Son cuarenta kilómetros de caminos pésimos, que no pueden desandarse así como así, y desde luego, no deprisa.
Al fin Hamdani vuelve al coche.
– Dicen que el camino empeora luego -resume lacónicamente su conversación con los lugareños-. Si quieren vemos cuánto.
Asiento con la cabeza, débilmente, y seguimos bajando. Al cabo de cinco minutos llegamos ante una rampa larga y pronunciada por la que viene ascendiendo con grandes dificultades un camión todoterreno del ejército. Cuando llegan a nuestra altura, Hamdani los saluda y cruzan unas palabras.
– Dicen que quedan todavía dos kilómetros hasta el mar -traduce-. Que es como la rampa y después aún peor.
Hamdani parece estar dispuesto a despeñarse si nos apetece, pero nos persuadimos de que es una tontería jugar a quedarnos atrapados en la pista de Tazaghine. La próxima vez habrá que venir en un 4X4, aunque tendrá que ser tan alto y recio como el camión militar, porque no parece que uno de esos 4X4 de diseño que circulan por Madrid tuviera tampoco ninguna oportunidad de salir airoso de la prueba. Le digo a Hamdani que nos volvemos. Podríamos pedirle que nos esperase aquí y tratar de acercarnos andando hasta el mar, pero ya vamos bastante retrasados sobre el horario que teníamos previsto. A veces, aunque le fastidie, el viajero debe simplemente desistir.
Volvemos sobre nuestros pasos y a la salida de Tazaghine, cuando estamos de nuevo sobre el pueblo, nos detenemos un momento para contemplar el horizonte marino. Queríamos llegar hasta este borde costero del Rif porque aquí cuentan que sucedió uno de los hechos más extraños y conmovedores que trajo el desastre. Tras el abandono y la retirada de Annual, miles de cadáveres españoles quedaron sobre el campamento y en los desfiladeros cercanos. Entre ellos, Abd el-Krim sospechaba que podía estar el de su amigo el coronel Morales, quien además de alumno suyo de árabe y chelja había sido su jefe y protector en la Oficina de Asuntos Indígenas de Melilla. Cuentan que durante horas Abd el-Krim buscó entre los muertos, deseando no encontrar al coronel entre ellos. Pero allí estaba. Cuando al fin lo descubrió, Abd el-Krim rompió a llorar, le cerró los ojos y ordenó a sus hombres que le rindieran honores militares. Después lo hizo depositar en un ataúd de cinc y envió un mensaje a Melilla, a su también antiguo amigo el coronel Riquelme. En él le comunicaba que el cadáver del coronel Morales estaba a disposición de su familia y que sería entregado a los españoles para que le dieran sepultura de acuerdo con su religión y con la consideración que merecía. Hay que recordar que los cadáveres del resto de los españoles se pudrieron al sol durante meses, hasta que la lenta y penosa contraofensiva fue recuperando los sitios donde habían caído y sus compatriotas enterraron los huesos ya polvorientos. Por no hablar del cuerpo de Silvestre, decapitado, descuartizado y repartido como trofeo por las cábilas.