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El 27 de mayo de 1920, apenas dos meses y medio después de llegar a Larache y con sólo dos meses de instrucción militar, mi abuelo paterno salía con el Batallón de Cazadores de Las Navas número 10 hacia Teffer, a unos sesenta kilómetros de donde ahora nos encontramos. Cerca de ese campamento, el 20 de septiembre del mismo año, tuvo su bautismo de fuego africano contra las fuerzas del Raisuni, en medio de la ofensiva lanzada por el Alto Comisario Berenguer contra el viejo bandido para tratar de pacificar definitivamente el Yebala. Los combates fueron tan violentos, y el papel de los cazadores en ellos tan expuesto (eran unidades de choque) que mi abuelo comprendió que no viviría mucho si no se le ocurría alguna idea afortunada. Poco después logró hacerse cabo y consiguió destino de cartero. Con ello libró el pellejo e hizo posible, entre otras cosas, que yo acabara viniendo al mundo y que ahora pueda recordar, a las puertas del Yebala, a aquel sujeto cuyos hombres intentaron acabar con él y de paso conmigo.

El Raisuni, también llamado Mulay Ahmed o "El Águila de Zinat" por sus admiradores, y "El Cerdo" o "Don Lirio" por los muchos que le odiaban, era descendiente de Mulay Abd es-Selam ben Emxis, el santo de Yebel Alam, montaña sagrada situada en el centro del Yebala, por la zona de Beni-Arós. Mulay Abd es-Selam, quien a su vez descendía de Mahoma (a través de Mulay Idriss, el fundador del imperio de Marruecos), fue un erudito y viajero que después de pasar quince años en Oriente regresó al Yebala, donde con ayuda de su oratoria y su magnetismo personal sedujo irreparablemente a sus paisanos. Cuando murió, asesinado por un cabileño cuya familia quedó maldita desde entonces, le enterraron en lo alto de un monte, pero uno de sus brazos no pudieron taparlo y quedó a la vista como señal de sus profecías (el monte se llamó desde entonces Yebel Alam, o "monte de la señal"). Se le atribuían numerosos milagros, y entre las gentes de la región llegó a ser poco menos que un segundo Mahoma. Según decían, siete peregrinaciones a la tumba de Mulay Abd es-Selam en años consecutivos equivalían a una peregrinación a La Meca. Por eso eran rarísimos los yebalíes que viajaban a Arabia. Autosuficiencia y sentido práctico, dos rasgos constantes del carácter marroquí.

El propio Raisuni, aprovechando hábilmente este islamismo localista de sus paisanos y el prestigio de su ancestro, oficiaba también de santón. En su época de mayor pujanza, cuando se codeaba con el sultán Mulay Hafid, era un sujeto avasallador, dotado de una fuerza colosal, una risa sonora y una voz tronante. Aunque llegó a alcanzar los 150 kilos de peso, tenía fama de donjuán incorregible, pasmoso jinete y muy diestro tirador. Gonzalo de Reparaz, que le conoció, le describe como un hombre de tez blanca, nariz roma y ojos y barba muy negros, cuya sola mirada atestiguaba su perspicacia. Sus orígenes fueron accidentados. Tras una juventud dedicada a los estudios religiosos y jurídicos, mostrando viva inteligencia y formidable capacidad, se lanzó a los caminos para ejercer la justicia por la fuerza, como una especie de bandido romántico, imagen que siempre se preciaría de ofrecer. Sus fechorías alarmaron al Majzén y el bajá de Tánger consiguió con engaños atraerlo a su casa y prenderle. Lo tuvieron cuatro años preso en Mogador (hoy Essauira, en la costa atlántica), encadenado y sin poder juntar las manos. Tan prolongada y cruel prisión le proporcionó tiempo para pensar y el estímulo suficiente para su bien dotada inteligencia. Sus anhelos de poder aumentaron, su prestigio se incrementó y se volvió más pragmático en el terreno de la acción. Según le gustaba decir, "en la prisión mueren muchos poetas y nacen muchos políticos". Lo cierto es que de Mogador volvió cargado de astucia y vacío de piedad, y que en los años siguientes se entregó sin tasa al saqueo y al secuestro de occidentales y marroquíes, una industria que se reveló grandemente lucrativa y que llegaría a darle fama mundial. Poseía una flota pirata en el Atlántico, y se complacía en afeitar las barbas a los musulmanes que capturaba, principalmente porque afeitar la barba a un musulmán era equivalente a quitarle su virilidad, la máxima afrenta imaginable. Tampoco vaciló en asesinar, en plena boda, a las que iban a ser su segunda esposa y suegra de su cuñado, y se las arregló para establecer y cobrar un tributo a todas las familias que vivían en sus dominios. A los pobres los hacía matar o los esclavizaba, pa ra que le sirvieran de algo. Sus harenes repletos de concubinas de todas las procedencias eran comparables a los del sultán, y con la fortuna que amasó pronto, merced a sus desvelos, se las arregló para disponer de un palacio en cada uno de los muchos sitios donde actuaba: Tánger, Tetuán, Xauen, Arcila y las colinas de Zinat y Tazarut.

Al Raisuni no le fue del todo mal con los poderes establecidos, aunque le buscara numerosos quebraderos de cabeza al sultán con sus travesuras. Consiguió pese a ellas que le nombrara bajá de Tánger, con lo que consumó su venganza frente a quien desde ese puesto le había reducido a prisión con añagazas y faltando al deber sagrado de la hospitalidad. Esta investidura no le duró mucho tiempo, ya que al Raisuni le dio por divertirse cortando la luz y sembrando el terror, cosa que no estaban dispuestos a tolerar los muchos europeos de la ciudad, acostumbrados a administrarla a su manera. Atendiendo las protestas de éstos, el sultán Mulay Abd el-Aziz, que había nombrado al Raisuni a regañadientes (después de enviar sin éxito un ejército contra él), le destituyó del cargo de bajá. Pero el sucesor de Mulay Abd el-Aziz, Mulay Hafid, nombró poco después a nuestro personaje caíd del Yebala, consagrándole en el poder que ostentaba de facto, y que a partir de ahí acrecentó. En ésas estaba cuando se estableció el Protectorado y llegaron los españoles. Y "los españoles" quería decir en este caso el impagable Manuel Fernández Silvestre, con quien el Raisuni disfrutó de lo lindo. Consciente de que colaborar de una u otra forma con la potencia colonial era inevitable, y seguramente intuyendo la suerte que tenía con que la potencia colonial fuera precisamente España, jugó a fondo esa carta, y consiguió que la misión de Silvestre consistiera nada menos que en apoyarle como jefe regional del imperio jerifiano. Para abrir boca, le enseñó a Silvestre una celda donde tenía a cien hombres encadenados, algunos muertos y otros agonizando sobre sus propios excrementos. Silvestre quedó naturalmente espantado por la atrocidad de aquel personaje al que tenía la misión de respaldar, pero tuvo que tragárselo todo para recomendarle como primer jalifa de la zona española.

Sin embargo, los choques empezaron pronto, tan pronto que el Raisuni nunca sería nombrado jalifa (en su lugar se nombró a un hombre más bien pusilánime, Mulay el-Mehdi, nieto del sultán que había reinado medio siglo atrás). Lo cierto es que el Raisuni declaraba en alta voz su lealtad a España mientras por la espalda detenía a quienes colaboraban con las fuerzas de ocupación españolas y exigía fuertes rescates a sus familias. En una de esas burlas, a comienzos de 1913, Silvestre perdió su poca paciencia, desarmó a los recaudadores del Raisuni, liberó a los prisioneros y ocupó el palacio del cabecilla marroquí, poniendo bajo custodia a su familia. El Raisuni protestó, y advirtió a Silvestre, con una metáfora que luego se haría célebre y que terminaría siendo en cierto modo profética: "Tú y yo formamos la tempestad; tú eres el viento furibundo, yo el mar tranquilo. Tú llegas y soplas irritado, yo me agito, me revuelvo y estallo en espuma. Ya tienes ahí la borrasca. Pero entre tú y yo hay una diferencia: que yo, como el mar, jamás me salgo de mi sitio, y tú, como el viento, jamás estás en el tuyo". Silvestre, pese a que el ministro de la Guerra le desautorizara mediante un telegrama, desoyó la advertencia. En marzo de 1913, el Raisuni se retiró a su reducto de Tazarut y llamó a las armas. Eso preocupó al entonces Alto Comisario, Alfau, pero alivió a Silvestre, que no veía otra solución que la militar. Durante todo ese año y el siguiente se desarrolló la primera guerra entre España y el Raisuni, con tímidos y siempre frustrados intentos de negociar, que dieron como resultado la dimisión de Alfau y su sustitución por el más belicoso Marina. El marroquí, viendo que la política española contra él se endurecía, excitaba a su vez los ánimos de los suyos denunciando la toma de Tetuán, que presentaba como prueba de la voluntad de los españoles de conquistar y someter militarmente el país.

Cuando estalló la guerra mundial, que imponía a Francia otras prioridades, la guerra en Marruecos se mitigó. El Raisuni, declarado germanófilo, como Abd el-Krim, recibía suministros alemanes a través de los submarinos del káiser que atracaban en Tánger. La situación era complicada y en las dos partes volvió a surgir la voluntad de negociar. En medio de ese delicado proceso, oficiales bajo el mando de Silvestre organizaron en mayo de 1915 el asesinato de Alí Akalay, un emisario que oficiaba de mediador en las negociaciones con el Raisuni. No está claro si lo hicieron por indicación de su jefe o no, aunque sí consta que éste había entorpecido cuanto había podido los esfuerzos conciliadores que llevaba a cabo la Legación española en Tánger. El incidente le costó a Silvestre la destitución, en la que arrastró al Alto Comisario Marina. Su sucesor, Gómez Jordana, que traía como prioridad detener la guerra, tardó sólo un par de meses en firmar un acuerdo con el Raisuni. Gracias a él, se reconocía al viejo pirata como gobernador de la región en nombre del sultán. El Raisuni, por su parte, se comprometía a ayudar a someter a las cábilas rebeldes. Así lo hizo, y en los meses siguientes combatió junto a los españoles contra las tribus más recalcitrantes, que casualmente eran también las que comenzaban a desconfiar de él por cambiar de bando con tanta facilidad. En una de aquellas refriegas, mientras asaltaba la altura de Biutz, el entonces capitán Franco recibió un balazo en el vientre, que pasó milagrosamente sin rozar ningún órgano vital. Habría sido toda una paradoja que el arrojado capitancillo de Infantería hubiera caído en aquella escaramuza para mayor gloria del Raisuni. Quizá lo es, de todos modos, que la única vez que aquel hombre tuvo la muerte tan cerca fuera luchando codo a codo con un bandido.