Выбрать главу

Everard miró a la chica. Ella respiraba profundamente, pero con alegría en los ojos. El viento le agitaba el cabello y el largo vestido fino.

Agitó la cabeza como para aclararla de pesadillas, corrió y le agarró las manos.

—Perdóname, Manslach —dijo entrecortada—. Debí haber sabido que no nos traicionarías.

Besó a los dos. Van Sarawak respondió con la intensidad esperada, pero Everard no pudo hacerlo. Hubiese recordado a Judas.

—¿Dónde estamos? —dijo ella—. Casi parece Llagollen, pero sin habitantes. ¿Nos has llevado a las Islas de la Felicidad? —Giró sobre un pie y bailó entre las flores de verano—. ¿Podemos descansar un poco antes de volver a casa?

Everard inspiró profundamente.

—Tengo malas noticias para ti, Deirdre —dijo.

Ella calló y el hombre vio cómo recobraba la compostura.

—No podemos volver.

Ella esperó en silencio.

—Los… los hechizos que tuve que usar para salvar nuestras vidas… no tuve elección. Pero esos hechizos nos impiden volver a casa. —¿No hay esperanza? —Apenas logró oírla. Le ardían los ojos. —No —dijo.

Ella se dio la vuelta y se alejó. Van Sarawak se movió para seguirla, pero se lo pensó mejor y se sentó al lado de Everard. —¿Qué le has dicho? —preguntó. Everard repitió sus palabras.

—Parece el mejor arreglo —dijo al final—. No puedo enviarla de vuelta a lo que le espera a este mundo.

—No. —Van Sarawak permaneció en silencio un momento, mirando al mar. Luego dijo—: ¿Qué año es éste? ¿Más o menos la época de Cristo? Entonces todavía estamos en el futuro del punto de cambio.

—Sí. Y todavía tenemos que descubrir qué fue.

—Volvamos a una oficina de la Patrulla en el pasado lejano. Allí podremos obtener ayuda.

—Quizá. —Everard se tendió sobre la hierba y miró al cielo. La reacción le anonadaba—. Pero creo que puedo localizar la clave aquí mismo, con ayuda de Deirdre. Despiértame cuando regrese.

Ella volvió con los ojos secos, aunque se notaba que había llorado. Cuando Everard le preguntó si lo ayudaría en su misión, ella asintió:

—Claro. Mi vida te pertenece por haberla salvado.

Después de meterte en este lío. Everard dijo con cuidado:

—Todo lo que quiero de ti es un poco de información. ¿Conoces el método… de hacer que la gente duerma, en un sueño en que creen cualquier cosa que se les diga?

Ella asintió voluntariosa.

—He visto hacerlo a los druidas médicos.

—No te haré daño. Sólo deseo hacerte dormir para que recuerdes todo lo que sabes, cosas que crees haber olvidado. No llevará mucho tiempo.

La confianza de Deirdre le era difícil de soportar. Empleando técnicas de la Patrulla, la colocó en un estado hipnótico de memoria total y sacó a la luz todo lo que ella había oído o leído sobre la segunda guerra púnica. Resultó ser suficiente para sus propósitos.

Las interferencias romanas con las actividades cartaginesas al sur del Ebro, una violación flagrante de los tratados, había sido la gota que colmó el vaso. En el 219 a.C. Aníbal Barca, gobernador de la España cartaginesa, sitió Sagunto. Después de ocho meses la conquistó, y así provocó su largo tiempo planeada guerra con Roma. A principios de mayo del 218 cruzó los Pirineos con 90.000 soldados de infantería, 12.000 de caballería y 37 elefantes, marchó por la Galia y atravesó los Alpes. Las pérdidas en ruta fueron terribles: sólo 20.000 soldados y 6.000 caballos llegaron a Italia a finales de ese año. Sin embargo, cerca del río Tesino, encontró y derrotó una fuerza romana superior. Durante el año siguiente, luchó en varias batallas victoriosas y avanzó hacia Apulia y Campania.

Los apulios, lucanios, brutios y samnitas se pusieron de su lado. Quinto Fabio Máximo luchó en una terrible guerra de guerrillas que destrozó Italia y nada decidió. Pero mientras tanto, Asdrúbal Barca organizaba España, y en el 211 llegó con refuerzos. En el 210, Aníbal asedió y quemó Roma, y para el 207 las últimas ciudades de la confederación se le habían rendido.

—Eso es —Dijo Everard. Acarició el pelo cobrizo de la muchacha que yacía a su lado—. Duerme ahora. Duerme bien y despierta feliz.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó Van Sarawak.

—Muchos detalles —respondió Everard. La historia completa había durado más de una hora—. Lo importante es esto: su conocimiento de la época es bueno, pero no ha nombrado a los Escipiones.

—¿Quiénes?

—Publio Cornelio Escipión comandó el ejército romano en Tesino. Allí fue derrotado, en nuestro mundo. Pero más tarde tuvo la inteligencia de ir hacia el oeste y roer la base cartaginesa en España. El final fue que Aníbal, efectivamente, quedó aislado en Italia, y la poca ayuda que Iberia pudo enviarle fue aniquilada. El hijo de Escipión, del mismo nombre, también tuvo un mando importante, y fue el hombre que finalmente derrotó a Aníbal en Zama; ése fue Escipión el Africano.

»Padre e hijo fueron con diferencia los mejores líderes de Roma. Pero Deirdre no los ha nombrado.

—Por tanto… —Van Sarawak miró al mar, hacia el este, donde galos, cimbrios y partos corrían a sus anchas por el mundo clásico destrozado—. ¿Qué les sucedió en esta línea temporal?

—Mi memoria perfecta me indica que los dos Escipiones se encontraban en Tesino y que casi murieron allí. El hijo salvó la vida del padre durante la retirada, que me imagino más como una estampida. Uno a diez a que en esta historia los Escipiones murieron en Tesino.

—Alguien debe haberlos eliminado —dijo Van Sarawak. Su voz se hizo más tensa—. Algún viajero temporal. Sólo puede haber sido eso.

—Bien, en todo caso parece probable. Ya veremos. —Everard apartó la vista del rostro somnoliento de Deirdre—. Veremos.

8

En el refugio del Pleistoceno —media hora después de haberlo abandonado para ir a Nueva York— los patrulleros pusieron a una amable matrona que hablaba griego al cuidado de la muchacha y convocaron a sus colegas. Después las cápsulas de mensajes empezaron a saltar por el espacio-tiempo.

Todas las oficinas anteriores al 218 a.C. —la más cercana era Alejandría 250230— todavía «seguían» en su sitio, con unos doscientos agentes en total. Se demostró que el contacto escrito con el futuro era imposible, y algunos cortos saltos al futuro confirmaron la prueba. En la Academia, en el periodo Oligoceno, se celebró una preocupada conferencia. Los agentes No asignados superaban en rango a los que tenían un destino fijo, pero a ningún otro; dada su experiencia, Everard se encontró como presidente de un comité de oficiales de alto rango.

Era un trabajo fustrante. Aquellos hombres y mujeres habían saltado por los siglos y habían manejado las armas de los dioses. Pero seguían siendo humanos, con toda la tozudez grabada en la especie.

Todos estaban de acuerdo en que era preciso reparar el daño. Pero había temor por aquellos agentes que habían ido al futuro antes de ser advertidos, como era el caso del propio Everard. Si no estaban de vuelta cuando la historia fuese realterada, no los volverían a ver. Everard envió equipos para intentar rescatarlos, pero dudaba que tuviesen mucho éxito. Les advirtió con seriedad que regresasen en un día de tiempo local, o que se atuvieran a las consecuencias.

Un hombre del Renacimiento Científico tenía otra opinión. Vale, el deber claro de los supervivientes era restaurar la línea temporal «original». Pero tenían también un deber para con el conocimiento. Se les ofrecía la oportunidad única de estudiar toda una nueva fase de la humanidad. Antes habría que realizar varios años de investigación antropológica… Everard lo hizo callar con dificultad. No quedaban suficientes patrulleros como para aceptar el riesgo.