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El jefe de policía volvió a aclararse la garganta y se señaló a sí mismo.

—Cadwallader Mac Barca —dijo. El general se llamaba Cynyth ap Ceorn, o al menos, así fue como la mente anglosajona de Everard interpretó los sonidos percibidos por sus oídos.

—Celta, vale —dijo. Le corría el sudor por los brazos—. Pero sólo para asegurarnos… —Señaló inquisitivo a alguno de los hombres y fue recompensado con nombres como Hamilcar ap Angus, Asshur yr Cathlan, y Finn O’Carthia—. No… también hay un evidente componente semítico. Eso encaja con el alfabeto.

Van Sarawak se humedeció los labios.

—Prueba con las lenguas clásicas —le dijo con aspereza—. Quizá podamos descubrir dónde se volvió loca la historia.

Loquerisne latine? —Nada—. Eλλευίζες?

El general Ap Ceorn dio un salto, se acarició el bigote y entrecerró los ojos.

Hellenach?—preguntó—. Yrn Parthia?

Everard agitó la cabeza.

—Al menos han oído hablar de los griegos —dijo despacio. Intentó un par de palabras más, pero ninguno conocía la lengua.

Ap Ceorn gritó algo a uno de sus hombres, que se inclinó y salió. Hubo un largo silencio.

Everard se encontró perdiendo el miedo. Estaba en una mala posición, sí, y quizá no viviera mucho tiempo; pero lo que le pasase a él tenía una importancia ridícula comparado con lo que le habían hecho a todo el mundo.

¡Dios del cielo! ¡Al universo!

No podía apreciarlo en su totalidad. En su mente apareció con claridad la tierra que conocía, extensas praderas, altas montañas y orgullosas ciudades.

Recordaba una imagen de su padre, serio, pero sin embargo recordaba también haber sido un niño pequeño elevado hacia el cielo mientras su padre se reía debajo. Y su madre… ambos habían tenido una buena vida juntos.

Conoció a una chica en la universidad, la muchacha más dulce con la que un hombre hubiese tenido el privilegio de pasear bajo la lluvia; y Bernie Aaronson, las noches de cerveza, tabaco y charla; Phil Brackney, que lo había recogido del barro en Francia mientras las ametralladoras agujereaban un campo destrozado; Charlie y Mary Whitcomb, té y fuego de carbón en el Londres Victoriano; Keith y Cynthia Denison en su aguilera cromada sobre Nueva York; Jack Sandoval entre los peñascos de Arizona; un perro que había tenido; los cantos austeros de Dante y el trueno resonante de Shakespeare; la gloria de York Minster y el puente Golden Gate; Cristo, la vida de un hombre, y las vidas de quién sabía cuántos miles de millones de criaturas humanas, trabajando, aguantando y yendo al polvo para crear un hogar para sus hijos… nunca habían sido.

Movió la cabeza, anonadado por la pena, y se quedó sentado sin comprender.

El soldado regresó con un mapa y lo extendió sobre la mesa. Ap Ceorn hizo un gesto brusco, y Everard y Van Sarawak se inclinaron sobre él.

Sí, la Tierra, en una proyección de Mercator, aunque la memoria eidética demostraba que el mapa era bastante burdo. Los continentes e islas estaban allí, en colores brillantes, pero las naciones eran diferentes.

—¿Puedes leer esos nombres, Van?

—Puedo hacer una suposición, basándome en el alfabeto hebreo corrigió.

Norteamérica hasta Colombia era Ynys yr Afallon, aparentemente un solo país dividido en estados. Sudamérica era una enorme región Huy Braseal, y había algunos países más pequeños cuyos nombres parecían hindúes. Australasia, Indonesia, Borneo, Burma, la India oriental y buena parte del Pacífico pertenecían a Hinduraj. Afganistán y el resto de la India eran Punjab. Han incluía China, Corea, Japón y el este de Siberia. Littorn englobaba el resto de Rusia y se adentraba bastante en Europa. Las islas británicas eran Brittys, Francia y los Países Bajos, Gallis, la península Ibérica, Celan. Europa Central y los Balcanes estaban divididos en muchas naciones pequeñas, algunas de las cuales tenían nombres que sonaban a hunos. Suiza y Austria formaban Helveti; Italia era Cimberland; la península de Escandinavia estaba dividida por la mitad, Svea al norte y Gothland al sur. El norte de África parecía una confederación, desde Senegal hasta Suez y cerca del ecuador con el nombre de Carthagalann; la zona sur del continente estaba dividida en reinos menores, muchos de los cuales tenían nombres puramente africanos. El Oriente Próximo contenía Parthia y Arabia.

Van Sarawak levantó la vista.

Ap Ceorn formuló una pregunta y movió el dedo. Quería saber de dónde venían.

Everard se encogió de hombros y señaló al cielo. Lo único que no podía admitir era la verdad. El y Van Sarawak habían acordado decir que venían de otro planeta, ya que aquel mundo no tenía viaje espacial.

Ap Ceorn habló con el jefe, que asintió y contestó. Los prisioneros fueron devueltos a la celda.

3

—¿Y ahora qué? —Van Sarawak estaba tendido en el camastro y miraba al suelo.

—Seguimos el juego —dijo Everard con tristeza—. Haremos lo que sea para recuperar el escúter y escapar. Una vez que estemos libres, podremos actuar.

_.¡Te digo que no lo se! Así de pronto, parece que algo alteró a los grecorromanos y los celtas tomaron el mando, pero no sé qué fue. —Everard recorrió la habitación. En él crecía una amarga determinación.

»Recuerda la teoría básica —dijo—. Los acontecimientos son el resultado de un conjunto. No tiene una causa única. Por eso es tan difícil cambiar la historia. Si regresase, digamos, a la Edad Media, y matase a uno de los antepasados holandeses, él seguiría naciendo a finales del siglo XIX… porque tanto él como sus genes fueron el resultado del mundo entero de sus antepasados, y habría habido compensaciones. Pero, de vez en cuando, se produce un suceso realmente clave. Algunos de ellos son nexos de tanta líneas de mundo que el resultado es decisivo para todo el futuro.

»Por alguna razón, alguien ha alterado uno de esos acontecimientos pasados.

—Ya no existe Ciudad Hesperus —murmuró Van Sarawak—. Ya no podré sentarme en los canales bajo un crepúsculo azul, no habrá más cosechas de Afrodita, no habrá más… ¿Sabías que tenía una hermana en Venus?

—¡Cállate! —Everard casi le gritó—. Lo sé. Al infierno eso. Lo que cuenta es lo que podamos hacer.

»Mira —dijo al cabo de un momento—, la Patrulla y los danelianos han desaparecido (no me preguntes por qué no habían desaparecido "siempre"; porque ésta es la primera vez que regresamos del pasado y nos encontramos el futuro cambiado. No comprendo las paradojas del tiempo cambiante. Así fue, simplemente). Pero de cualquier forma, los agentes de la Patrulla y los establecimientos anteriores al punto de cambio no habrán sido alterados. Debe de haber unos centenares de agentes que podremos reunir.

—Si logramos llegar hasta ellos.

—Entonces podremos descubrir el punto clave y detener la interferencia que se haya producido. ¡Tenemos que hacerlo! —Una idea agradable. Pero…

Se oyeron pasos en el exterior. Una llave giró en la cerradura. Los prisioneros se echaron atrás. Luego, de pronto, Van Sarawak estaba inclinándose, sonriendo y deshaciéndose en cumplidos. Incluso Everard se quedó boquiabierto.

La muchacha que entró delante de tres soldados era toda una belleza. Alta, con la melena roja cayéndole por encima de los hombros hasta la estrecha cintura; sus ojos eran verdes y ardientes, su cara descendía de todas las muchachas irlandesas que hubiesen vivido; el largo vestido blanco se ajustaba a una figura que merecía estar sobre las murallas de Troya. Everard notó vagamente que en aquella línea temporal usaban cosméticos, pero a ella le hacían poca falta. Everard no prestó atención al oro y el ámbar de sus joyas, o a las pistolas que había detrás. Ella sonrió, algo tímida, y dijo: